Supernumerarios fanáticos

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Por Chispita, 25. IV.2007.


El artículo de Oráculo sobre el proselitismo del Opus Dei sobre adolescentes queda -dentro de su brillantez- un tanto cojo por la escasa referencia que el autor hace a la colaboración de los padres y, en concreto de los padres supernumerarios, en esa labor.

Está claro que son los padres los primeros educadores de sus hijos, y que son ellos los que han de decidir con plena libertad qué tipo de educación quieren para sus hijos. Yo estimo que los Clubes del Opus Dei son lugares estupendos para la formación de la juventud. En ellos los chicos realizan actividades variadas que les ayudan a aprovechar el tiempo, y a adquirir virtudes humanas. Por supuesto, me parece muy positivo que los chicos reciban formación espiritual en ellos, que asistan a charlas, retiros y meditaciones, que hablen con el sacerdote, que aprendan a tratar a Dios con intimidad y que ese trato mejore sus vidas...

Lo que sí me preocupa es el fanatismo con el que no pocos padres supernumerarios del Opus Dei enfocan el asunto de los Clubes. Miran con un gran recelo cualquier actividad que sus hijos puedan realizar fuera del Club, con otros amigos o preceptores, aunque esas actividades o propuestas sean en sí buenas o sanas: una excursión, ir al cine a ver una buena película, tomar una merienda en un lugar simpático. Yo he podido presenciar –parafraseando a San Josemaría- una auténtica movilización cuando otras personas han querido con la mejor voluntad e intención del mundo- abrir a estos chicos otros horizontes en los que el famoso “club” no está presente. Se produce entonces una situación de ruptura entre personas que antes habían tenido una relación positiva, y la persona se convierte en poco más o menos que un enemigo de la familia.

Los Clubes son lugares estupendos pero hay que enfocarlos con mente abierta. En primer lugar muchas veces los chicos son apuntados a ellos por sus padres supernumerarios, sin su consentimiento, y obligados a asistir a sus actividades aunque éstas no les agraden. ¿Es esto educar en la Libertad? ¿Es esto ser sembradores de paz y de alegría? Si un familiar o amigo organiza una fiesta en su casa, el hijo del supernumerario se verá impedido a ir a esa fiesta porque no se celebra en el club. Y a la inversa. Para celebrar el cumpleaños, lo tengo que celebrar en el Club. Y ahí está toda la parafernalia de invitaciones y movidas para conseguir que otros chicos –con la excusa del cumpleaños del socio- sean conocidos, tomados sus teléfonos y direcciones, invitados y vueltos a invitar a las actividades.

Yo pienso que siendo positiva la labor de los Clubes de la Obra, más positiva sería aún el que los padres tomaran el club como un medio más en la educación de sus hijos en el tiempo libre, que no se “agota” en el Club. En primer lugar existe la vida familiar. Recuerdo con mucha alegría como mis padres me llevaban al cine. Con ellos pude ver películas como “La bruja novata” o “La guerra de las galaxias” o “Los aristogatos” y tantas otras. También se de muchos padres que llevan a sus hijos a la piscina, o los apuntan a clases de música, de baile, de idiomas. Para éstos últimos el club es algo más, no “lo” único. Porque entonces entramos en el camino del fanatismo. “Sólo” esto es bueno. “Sólo” aquí se da formación. Y todo ¿para qué? ¿Qué se persigue? Pues que el hijo siga el “camino de la Obra”.

Y no les importa a los padres supernumerarios fanáticos lo que le pueda pasar a su hijo a los 15 años o antes. No le importa que a su hijo no le gusten las actividades o convivencias donde se empacha a los chicos con rezos y oraciones. No les importa que las actividades a los chicos no les gusten. No les importa que a sus hijos les salga un talíbán diciéndoles que Dios lo ha elegido desde toda la eternidad para que sea del Opus Dei. No le importa que a su hijo se le oculten un montón de cosas. No. No. Porque en el fondo del fanatismo del padre supernumerario fanático hay una reivindicación del yo, un mostrar su poderío sobre su hijo, un querer afirmarse él usando a su hijo. No me importa que seas feliz o no, lo que me importa es que tú tienes que obedecerme. Se trata de imponer un concepto de felicidad al hijo. Aquí, en esta casa, se es feliz por decreto ley. Y la felicidad y la alegría vienen de ir por el club. Entonces ¡oh milagro! el hijo ya es feliz.

Yo he podido contemplar recientemente esta actitud. Ponerle dos anteojeras al hijo, que no conozca otros ambientes sanos. No, al contrario, meterle cuanto antes en el Club. No importa constatar que el monitor sea una nulidad. No. Lo importante es que vaya por el Club que para eso yo pago todos los meses. No importa que mi hijo al final acabe hecho un desgraciado. No. Lo que importa es que yo –padre supernumerario- le he impuesto a mi hijo “mi” verdad, “mi” voluntad, mi peculiar concepto de lo que es alegría y libertad. Lo que importa es que yo he machacado al amigo, al compañero o al profesor de mi hijo que se atrevió un día a proponerle ideas para que organizara su tiempo libre de acuerdo con sus gustos y deseos, con libertad.

Entonces yo, padre supernumerario, fidelísimo hijo de San Josemaría y del Prelado Echevarría, intervengo, grito, amenazo y aplasto al osado que ha querido hacer un poco feliz a mi hijo. Y luego, después de haberle dejado claro a todo el mundo quien manda en mi casa, me retiro a mi cama feliz. Feliz de haber sido el buen pastor que ha apartado de mi hijo compañías y planes indeseables. Da igual que estos planes fueran de deporte, o de formación o de lo que fueran. La clave es que eran algo “distinto” del club con personas que “no eran” del club. Lobos rapaces a los que hay que exterminar. Y es que cada día que pasa que mi hijo está en el Club es un día más cerca del ansiado pitaje de mi hijo, que me hará a mí sacar pecho el día de mañana en el Juicio Particular. Y así, contento de la labor realizada, contento de haber sido una vez más sembrador de mi paz y de mi alegría a base de hacer sufrir y de humillar a los infelices que se han atrevido a abrirle otros horizontes a mi hijo, que no son del Club, me arrodillo, rezo piadosamente las Tres Avemarías, empujo a mi mujer para que me haga un sitio en la cama, cierro los ojos y me dijo aquello de “con Dios me acuesto, y con Dios me levanto, con la Virgen María y con el Espíritu Santo”. Y me quedo tan pancho.

Y ¿saben ustedes lo que hay que decirles a estos tipos? Hagan el favor de irse del Opus Dei, que se lo están cargando. O mejor, que sigan así, que otros recogerán el fruto de sus desafueros.




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