Sobre visiones y milagros

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Por Haenobarbo, 10 de marzo de 2010


Alguna vez escribí que, habiendo notado como muchos de los modos de ser y hacer del fundador, tenían paralelismo con otros fundadores y santos de su época y entorno geográfico, me permití observarlo en una tertulia en la Comisión Regional, añadiendo que sería interesantísimo hacer un estudio crítico/comparativo de esas circunstancias, y como el hielo descendió raudo sobre la tertulia, hasta que vino alguna alma cándida a salvar la situación, llevando la conversación por derroteros menos espinosos.

Pues exactamente eso mismo he pensado muchas veces, respecto a las visiones y milagros del fundador y lo tenía olvidado, Nelli ha venido a recordármelo...

Antes que nada, debo decir que –aunque algunos piensen lo contrario – creo firmemente que Dios puede manifestarse de mil maneras distintas; desde las más simples y sencillas, hasta las más complejas y espectaculares. Por lo tanto todo lo que escriba, deja siempre a salvo su soberano derecho a hacer lo que le venga en gana: ya lo entenderemos en su momento.

Respecto a las visiones, locuelas, o como se quiera llamarlas, del fundador del Opus Dei, siempre he tenido la impresión de que son de manual. Es decir que se basan en experiencias similares y a veces paradigmáticas, de santos anteriores a él y que tuvieron tanta significación en sus vidas y en la historia posterior, bien sea de la Iglesia en su conjunto o de sus fundaciones en particular que, por si solas, servían de suficiente refrendo a la sobrenaturalidad de sus empresas.

El Opus Dei pues, no podía presentarse desprovisto de ellas.

La experiencia del J.J. Sister, siempre me ha recordado, casi como un deja vù, el episodio del naufragio de Jonás y su posterior desembarco directamente desde el vientre de la ballena. El episodio de Jesús dormido con su cabeza apoyada en el cabezal, mientras la tormenta se abatía sobre la barca, y a San Pedro ahogándose, para luego ver la mano extendida del Señor, que lo hace caminar sobre las aguas y, por último, la espantosa tormenta que se abate sobre la embarcación que transportaba a San Pablo. Parecería como si en la vida del santo fundador, no pudiera prescindirse de un episodio acuático. En la hagiografía española hay algún episodio similar: Santa María de Cervelló también se la denomina del Socós o Socorro. De su vida se cuenta que fue vista, en vida y después de muerta, ir sobre el Mediterráneo en ayuda de las naves de la redención combatidas por el mar embravecido. Sus reliquias, casualmente se encuentran en una urna de plata, en un altar lateral de la Basílica de la Merced en Barcelona, que el fundador visitó antes de embarcarse en el J.J. Sister.

Desde luego, el caso no es el mismo: la monja volaba sobre las embarcaciones, mientras que Escrivá iba en la embarcación misma. Por otra parte parece ser que en efecto, durante esa travesía hubo tormenta.

Sobre la famosa visión fundacional, de la que tanto se ha comentado, también hay un precedente (seguramente hay mas de uno), y esta vez es San Juan Bosco el protagonista. Tenía apenas 9 años en 1825, cuando tuvo el sueño en que se le representaba un prado, con muchos niños que se convertían en animales feroces, para, luego de que María Auxiliadora entrara en escena, convertirse en mansos corderillos. Curiosamente entre los niños, los vio de todas las razas y colores: hasta un indio Patagón había entre ellos. Eso si, no había mujeres.

No fue hasta 1846, cuando su director espiritual, le encontró sentido al sueño: había visto en el lo que el Señor le pedía que fuera la razón de su vida y lo animó a fundar la sociedad salesiana.

Tan bien conocía Escrivá a los salesianos que, cuando quiso involucrar a su madre en sus actividades, le dio a leer una biografía de Don Bosco; la buena señora que no debe haber sido tonta, inmediatamente se dio cuenta de que lo que su hijo pretendía, es que asumiera el papel de mamá Margarita.

Con los Salesianos, como antecedente del Opus Dei hay otras similitudes: Italia, luchando por su unidad, se enfrentó a la Iglesia: se suprimieron conventos, se obligó a secularizarse a religiosos y clérigos seculares, se prohibió la fundación de nuevas Ordenes y Congregaciones religiosas. En esas circunstancias, desde el poder civil, se le aconsejó a Don Bosco cómo fundar su Congregación de tal manera que no se enfrentara con el nuevo orden de cosas.

El consejo fue que formara una sociedad clerical, una asociación de ciudadanos libres que en lo religioso dependiera de la Iglesia, y en lo social fueran libres ciudadanos. Es por esta razón que la Congregación Salesiana ideada por Don Bosco tiene elementos que no entran en conflicto con la sociedad civil y que serían claves en la expansión del carisma en los cinco continentes y a lo largo de las décadas siguientes.

Es por ello que el nombre oficial de los salesianos es "Sociedad de San Francisco de Sales". Don Bosco evitó por ejemplo llamar a los laicos consagrados como Fray o Hermano para llamarlos simplemente "Señor" y no les puso hábito distintivo, mientras en la organización de la autoridad religiosa no llamó a los superiores como prior, Provincial o Superior General, sino Director, Inspector y Rector Mayor y no hablaba de Convento y Provincia, sino de Casa e Inspectoría, entre muchas otras particularidades que son términos civiles más que religiosos.

La otra obra perenne de Don Bosco fue la fundación de las Hijas de María Auxiliadora. Hasta entonces había centrado todas sus fuerzas apostólicas y recursos posibles a los muchachos: no había mujeres en su sueño original. En un nuevo sueño la Virgen María le pide interesarse también por las muchachas, Don Bosco ve la oportunidad de hacer ese sueño realidad cuando conoce al padre Pestarino quien le habla de María Dominga Mazzarello, una muchacha de su parroquia, que demuestra una gran devoción y carisma por las jóvenes más necesitadas.

Pero volvamos a los hechos extraordinarios: es bastante común en la vida de algunos santos, la escena de la Virgen entregándoles a su pequeño Hijo. No podía faltar en la vida de Escrivá. Una de las más conocidas escenas de este tipo, es la que relata la vida de San Antonio de Padua. Lo curioso es que en el caso de Escrivá, la escena siempre se ha relatado como si, pero no, pero si, puede ser…

No la relata él en primera persona. La relatan otras como oída de la madre del fundador, que dice que le pareció ver como la Virgen de un cuadro, le entregaba el Niño a su hijo. No es seguro; una madre piadosa puede ver cualquier cosa. ¿Una especie de puerta abierta o vía de escape a hecho tan portentoso y singular?

Lo mas difuminado, menos preciso y mas incierto, es el tema de la rosa de Rialp. Tiene al propio fundador como protagonista. Los relatos oficiales dicen que luego de una noche de tremendas pruebas interiores, la encontró entre unos escombros; no era propiamente una rosa, al menos no como se la representa junto al sello de la Obra -ya sabemos que la cruz inscrita en el círculo, tal como la dibujó Escrivá, existía siglos antes en una reja del Escorial, donde acudía asiduamente– y no estaba ahí por casualidad: era parte del retablo de la Virgen del Rosario, que los rojos habían destruido y medio quemado. Es decir, así contado, puede quedar a lo más como un indicio, de la voluntad de Dios.

No obstante, cuando el fundador se hace pintar, revestido de capa pluvial, junto a los tres primeros sacerdotes, delante de la Virgen, no duda en ponerle a esta en la mano la famosa rosa, en actitud de entregársela. Supongo humildemente que es cuestión de fe.

Pero es muy común en la vida de los santos, la escena de la Virgen entregando cosas: en la iconografía española, la escena de la imposición de la casulla a San Ildefonso, es bastante conocida, así como, en la iconografía italiana, la escena de la entrega del anillo de los desposorios místicos a Santa Catalina.

Simplemente para poner un contrapunto, discrepo de la opinión de Nelli, respecto a la oración del fundador, luego de recibir de la Santa Sede el comentario de que la Obra había llegado con un siglo de anticipación.

Esa oración, que es casi un reproche, bien podría demostrar la intensa y casi pueril fe que por entonces –porque luego me parece que la perdió- tenía el Fundador en la santidad y la infalibilidad de la Iglesia institucional, quiero decir, la de las personas.. Años más tarde, en efecto, diría algo así como que en Roma había perdido la ingenuidad.

Sobre Sor Lucía, no puedo decir mayor cosa… sólo que mucha gente se ha acercado a los santos con el afán de convencerse por si mismos….. ¡¡vana pretensión!! … el propio Escrivá, como no podía ser menos, en su humildad solía decir: “vienen a ver al bicho…. quizá él también tuvo la curiosidad de ver al bicho con sus propios ojos…



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