Sobre la dirección espiritual

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Autor: Thomas Cook, 10 de enero de 2004


En numerosos escritos publicados hasta el momento en Opuslibros.com se ha hecho refencia a la en ocasiones desastrosa dirección espiritual por parte de miembros de la Obra. En muchos de los textos se trata de explicar los desatinos en este terreno con la juventud de algunos numerarios a los que a los pocos años de pitar se les encomienda labores de atención de almas. De todas maneras, también gente con mucha experiencia y décadas en el Opus Dei puede pegarse unas patinadas impresionantes. En mi opinión no es exclusivamente responsabilidad suya, sino que entran más aspectos institucionales en juego.

Como es sabido, la dirección espiritual de los miembros de la prelatura es ejercida de manera colegial, por lo que muchas de las indicaciones que un numerario recibe en la charla y otras ocasiones no son atribuibles sólo a quien la recibe "en nombre del Padre", sino a todas las personas en el consejo local, en la delegación o la comisión que han sido consultadas al respecto.

Me pongo a escribir partiendo de esa base, de que un error en la dirección espiritual, no es un error cometido por un numerario inexperto concreto, sino por la Obra en sí. Y por ello, permitidme por favor que deje esta aburrida introducción teórica y descienda a un terreno personal, os relate algunas experiencias y realice algunos comentarios al respecto. Aunque sea el ejemplo de un ex miembro concreto, estoy seguro de que no soy el único que ha tenido vivencias similares.

Al poco de pitar como numerario, cuando todavía era un joven bachiller que aún no vivía en un centro, iba siempre como loco de un lado para otro. El tiempo era para mí verdaderamente un bien muy preciado. Me levantaba muy pronto por la mañana para ir al centro a hacer la oración antes de ir al colegio, que estaba a unos 15 kilómetros de la ciudad y me hacía perder mucho tiempo en transporte. Por la tarde iba al centro, donde tenía que ocuparme de varios encargos que requerían mucho tiempo, asistía a medios de formación, hacía las normas, trataba de estudiar, quedaba con algún amigo y se me hacían las tantas de la noche, me volvía a casa, dormía unas horas y al día siguiente lo mismo. La situación no cambiaba mucho los fines de semana.

Total, viendo que iba siempre completamente acelerado, el numerario con el que hacía la charla va y me dice: "Thomas Cook, cálmate y haz como nuestro Padre: pídele al Señor que te dé la gravedad de un sacerdote de 80 años". Tal vez, el numerario en cuestión, hoy por cierto cura, no sabía que el fundador le pidió eso a Dios, pero sólo para la hora de la misa. Bueno, me tomé en serio el consejo y se convirtió en una especie de propósito especial. "Señor, dame la gravedad de un sacerdote de 80 años", le pedía. Y así, me puse por ejemplo como mortificación especial andar más lento y subir los escalones de uno en uno. No sé, tal vez mis oraciones hicieron efecto. Me acuerdo de una convivencia de adscritos de la delegación en la que nadie se creía que tuviera 16 años.

Cuando ya casi había alcanzado la gravedad de ese anciano presbítero me fui a vivir al centro de estudios, donde el director hizo saltar enseguida la señal de alarma: "Thomas Cook, tienes sólo 17 años y actuas como alguien de 80!". Le preocupaba mucho el hecho de que siempre trataba de apurar al máximo las horas de sueño y si algún día existía la posibilidad de dormir más, pues lo hacía. Es algo a lo que me había acostumbrado en mis tiempos de adscrito, en los que casi no dormía. Si podía, dormía más. Sin embargo, el director me dijo que no era compatible con mi edad, pues la gente joven trata siempre de dormir lo menos posible, y si en el centro se decía de ver una película a las 12 de la madrugada, pues tenía que quedarme despierto y verla también. De todas maneras, lo que más le preocupaba era que en el desayuno me ponía todos los días una taza de leche con un par de cucharadas de azucar (!). "Costumbres así son sólo de gente muy mayor. Así, cómo vas a querer hacer apostolado con gente de tu edad? Imagínate qué diría un chico de 17 años que no te conozca, se siente a tu lado un par de días en el desayuno y vea que siempre bebes lo mismo. Pensaría: 'Qué tío más senil!'". Os juro que es textual y que mi director no era otro que el vocal de San Miguel de la región, con más de 30 años en la Obra. Total, que dejé de beber leche, empecé a variar tipos de café y té y cambié mi estrategia espiritual. Por orden del director, empecé esta vez a pedirle a Dios que me diera una apariencia más joven, volví a subir los escalones de dos en dos, etc.

Una cosa que me molestaba mucho en el Opus Dei era que los directores en ocasiones hacían de un problema algo que no lo era o daban una gran importancia a algo que, según dictaba el sentido común, no la tenía. Me acuerdo de una soleada tarde de junio en la que todavía no había salido del centro y en la que se me ocurrió ir a hacer la oración, de manera excepcional, a un gran parque que había muy cerca de la casa. Total, que cuando estoy a punto de salir del centro, otro residente me pregunta qué voy a hacer, le gusta la idea y se me une. Hicimos la oración al lado de un lago y el numerario que me acompañaba, una mole de 120 kilos, me hace la gracia, me agarra y me pone al borde de la orilla amenazando con tirarme al agua. Total, que acabamos los dos dentro del lago, llenos de mierda hasta arriba. El cabreo me duró dos minutos, pero luego la verdad es que acabamos riéndonos a carcajadas. Después de aquello, me vino a la cabeza aquel punto de "Camino" que tengo como lema vital de "Eso que te preocupa importa más o menos. Lo importante es que seas feliz, que te salves" y saqué el propósito inmediato de hacerle una corrección fraterna al que me tiró al agua, pues una conducta así no me parecía del todo propia de un aristócrata de la inteligencia de 25 años. Por cierto, que ese punto de "Camino" me trajo también algún que otro cabreo. Se lo sueltas a alguien en el Opus, no identifica la fuente, y te cae una corrección fraterna de alucine.

La verdad es que la mole y yo tuvimos mucha mala pata, porque al llegar al centro estaba el consiliario justo en la puerta, quien nos vio venir empapados y puso en marcha inmediatamente al director. Así fue que al día siguiente, cuando fui a consultar esa corrección fraterna, el director ya tenía el discurso preparado:

- Me puedes decir qué estabais haciendo en el parque? - preguntó.
- La oración - contesté.
- Ves, es un ejemplo de que las cosas tontas siempre vienen por otras cosas tontas. Un parque no es un lugar para hacer la oración. Tú imagínate qué pensaría la gente que pasara por allí y se viera a dos chicos jóvenes sentados en un banco sin hablar. Pensarían: 'Qué gente más rara!' (os juro, de nuevo algo textual). Estoy muy preocupado porque has necesitado casi un día para venir a contármelo y cosas así hay que contarlas inmediatamente.

Caerse a un lago no es algo que vaya en contra del Decálogo. No es "materia de confesión", ni siquera un tema que se pueda considerar "espiritual". De todas maneras, parece que al percance acuático los directores le dieron otra dimensión. A los dos días fui a hacer la charla con el secretario del centro, le conté como anécdota graciosa lo ocurrido, y surgió de manera "espontánea" el siguiente diálogo, espero que os suene:

- Y me puedes decir qué estabais haciendo en el parque? - preguntó.
- La oración - contesté.
- Ves, es un ejemplo de que las cosas tontas siempre vienen por otras cosas tontas. Un parque no es un lugar para hacer la oración. Tú imagínate qué pensaría la gente que pasara por allí y se viera a dos chicos jóvenes sentados en un banco sin hablar. Pensarían: 'Qué gente más rara!'

Verdaderamente, si lo que quería era imitar al director, le faltaban la pipa y las gafas.

La cuestión es que la cosa no quedó ahí y ese mismo comentario de la oración en el parque lo volví a recibir del sacerdote del centro y de otro sacerdote de la Comisión. En total, cuatro veces. El tema me pareció tan absurdo que no repliqué. Creo que en muchas ocasiones el ahorrarse un "es que, pensé que, crei que, se me olvidó" puede ayudar a crecer interiormente y sobre todo a ahorrarse pérdidas de tiempo que te ven quemando todavía más.

Aquella intervención coordinada de los directores del centro y de la comisión por algo que era una verdadera parida que no tenía más repercusiones que ropa que dar a lavar me hizo preguntarme cómo es que la gente de la Obra con encargos de dirección tiene tanto tiempo para sentarse, ponerse a analizar sucesos como el citado y llegar a conclusiones como la que os acabo de presentar.

He de confesaros que ese proceder de parte del Opus, el contar una cosa y que en seguida te dieras cuenta de que lo sabe medio mundo, me sentaba como una patada en el estómago. Recuerdo por ejemplo una ocasión en la que el vocal de San Rafael de la comisión, alguien con quien nunca había hablado en mi vida, me pilla en medio de una merienda en un curso anual y, como si él me conociera mejor que yo, me dice algo que me habían dicho ya textualmente en la charla una semana antes: "Thomas Cook, tienes que tener más valentía e invitar a más gente a los medios de formación. Eres de los pocos que están en la universidad. Invitarlos puedes a todos, aunque no los conozcas. Cuentas con la gracia de Dios". No sabeis cuánto me molestaba que utilizaran siempre la misma formulación y todo. Gracias a eso, por lo menos me fui dando cuenta de que la charla fraterna no se hace sólo con una persona, sino con todo el grupo que está detrás de esa persona.

El problema es que eso no es algo que esté claro desde el principio. En el ciclo de formación no se explica qué es lo que pasa con lo que alguien cuenta en la charla, qué proceso sigue la información, quién se entera de eso, etc. Me fui y todavía no me lo había explicado nadie. Es que por no contarte ni te dicen que te han asignado una sigla como miembro de la prelatura, como una especie de DNI opusino compuesto de una manera similar a los cógidos que se utilizan en las actas de sociedades mercantiles (por ejemplo, n84/I sts o s90/II mpr, o algo así), y que luego, cuando en la charla cuentas que has cometido una falta grave, ésta va incluso con tu sigla por mensaje codificado a Roma. Cosas que, cuando te enteras, no animan que se diga a vivir la virtud absoluta de la sinceridad.

Estoy seguro de que la gente implicada en la dirección espiritual de los demás miembros preferiría dedicarse a hacer otras cosas y sin embargo se ocupa de ello con la mejor voluntad del mundo. De todas maneras, pese a esa buena voluntad, a mí concretamente muchos de los consejos recibidos de los directores me han traído grandes quebraderos de cabeza y estoy seguro de que no he sido el único numerario del Opus Dei que ha vivido casos tan desarmantes como el de la leche con azucar en el desayuno relatado anteriomente. Está claro que todos somos humanos y cometemos errores. Pero por más que me pregunto, no consigo explicarme cómo se puede atentar tan manifiestamente contra la lógica y el sentido común y luego hacer pensar a alguien a pensar que tiene que cambiar al café porque se lo pide el mismo Espíritu Santo. Lo dicho, parece que a muchos directores les sobra el tiempo para pararse a buscarle al gato más patas de las que tiene. Si no, no me explico cómo se puede llegar a conclusiones así.