Quién ataca a la Obra ataca a la Iglesia?

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Por Karel, 5 de agosto de 2005


Quien ataca a la Obra ataca a la Iglesia. Esta idea se repite una y otra vez en algunos escritos publicados en Opuslibros y en las páginas personales de miembros de la Obra que se refieren implícitamente a Opuslibros o a otras fuentes críticas. Aparte de que la tesis se cae por su propio peso, lo que más me asombra es leerla en boca de personas de la Prelatura. ¿Quién no ha vivido en un centro y se ha hartado de oír cosas como qué pena en lo que han acabado los jesuitas, que si la Obra de la Iglesia es un calco barato y poco exitoso (eso sí, concediéndoles que con buena doctrina) del genuino-y-directamente-inspirado-por-Dios Opus Dei, que si espera un momento que todavía no he terminado de descojonarme de los neocatecumanales y su "Resucitóóóó, resucitóóóó..."?. ¿Eso no es atacar a la Iglesia mofándose o ninguneando a otras instituciones católicas? Por supuesto, nada de esto aparece en la web oficial de la Opus, donde reina el respeto y la más alta estima a cuantos carismas haya suscitado el Espíritu Santo; nooooooo, esto son cosillas para calentar el ambiente en tertulias de adscritos y que, caramba, se perpetúan en la cultura, en los modos de hacer y en la vida de los centros.

Otros comentarios de personas que "sí entienden nuestro espíritu" subrayan, como prueba de la mendacidad de Opuslibros, el rencor que destilan un buen puñado de testimonios. Y es que lo genuinamente cristiano es el amor a los demás: "Ubi charitas et amor, Deus ibi est", por lo que, sensu contrario, es patente que Opuslibros es la última manera que al demonio se le ha ocurrido de meter el rabo. De nuevo, lo más asombroso es escuchar esto en boca de miembros de la Prelatura, pues la praxis común con quien abandona la Obra es tratarlos como apestados, gente a la que "se la han doblado las piernas" y "puede hacer mucho daño a los que continúan su camino con garbo" (adoro la jerga de la Prela: es tan deliciosamente fácil de reconocer...). La excepción son los numerarios que lo han dejado porque así se lo aconsejaron los directores: en ese caso se trataba no de una infidelidad, sino de un problema de idoneidad del candidato (otra vez la jerga: el tío al que van a echar no es ya un escogido con una vocación más grande que la cruz de palo, sino un "candidato" que ha ido atravesando los sucesivos pasos de la incorporación jurídica y bla, bla, bla...).

Es el problema que tiene la Obra: que nunca tiene ningún problema. ¿Que en España los numerarios de entre 30 y 40 años están diciendo "au revoir" en manada? Es que se les han doblado las piernas. ¿Que un observador ajeno flipa con ciertas cosas de la Obra? Es que no entiende nuestro espíritu.

Los escritos muestran muchas de las causas por las que la gente deja de ser de la Obra. Hay una, con todo, que me parece cada vez más frecuente: el peso abrumador de la soledad, que se hace sentir de manera muy especial en los centros de mayores. Entre las razones por las que no podría asistir de nuevo a medios de formación (ah, la jerga...) es porque sería una falta de respeto el ataque compulsivo de risa que me entraría al re-escuchar algunas frases acuñadas in aeternum. Una de ellas es que "la Obra es una familia", pues nuestro Padre no quería oír jamás en boca de sus hijos aquel comentario de una monja mayor que necesitaba de cuidado: "aquí me tratan con caridad, pero mi madre me trataba con cariño".

Lo de que la Obra es familia no es verdad por varias razones, entre ellas que el cariño sigue a la confianza. Y resulta que la confianza -la de verdad, la que tendrías con un hermano- está prohibida en el Catecismo de la Opus, pues cualquier cosa del fuero interno -tus preocupaciones, tus tristezas, tus alegrías... ¡ahí es nada!- sólo se puede comentar en la dirección espiritual (y ni siquiera en ésta reina la confianza, pues la apertura del corazón es sólo por una de las partes; la otra se limita a dar consejos estereotipados). Por eso los numerarios sólo hablan entre sí de sus éxitos profesionales, de las buenas maneras que apunta fulanito -"éste sí que nos entiende; vamos a encomendar para que pite"-... y de las manías de los demás. La cortesía, la efusión de detalles -"chico, es que a éste nunca se le olvida servir agua a los demás antes de rellenar su vaso, ¡qué fiera!"- la aristocracia de la inteligencia e incluso la buena voluntad sólo actúan como sucedáneos del cariño durante un tiempo. Al final, la soledad se hace inaguantable y rompe por donde la cañería sea más débil: espíritu crítico, dudas de vocación, un lío de faldas, una depresión...

Y ocurre en toda clase de personas. De repente te enteras de que se ha ido Xavier, que era la docilidad encarnada; o Alarico, un tipo de personalidad rica y atractiva, fiel como un burro de noria y que sabía implantar su propio ambiente -esto es, el de la Prelatura- cualquiera que fuese la empresa en la que trabajase; o Luis, doctor en Filosofía, ordenado do los haya, de emociones contenidas, cumplidor 'usque ad summum' y que siempre ganaba el título de 'oficial-del-mes' entre los numerarios que trabajan en Comisión...

El Opus Dei tiene cosas cojonudas -por ejemplo, los curas: ¡qué fácil te hacen la confesión!- y otras terribles, que habitualmente tardas más en descubrir. De estas últimas se habla sobre todo en Opuslibros y una de sus ventajas es que suscita intervenciones e incluso 'contra-webs' que te permiten revivir toda esa jerga oficial que tan divertida resulta...


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