Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado I 11

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APARTADO I Charla nº 11

Exámenes de conciencia. Examen general

Para alcanzar el fin del camino es preciso conocer el punto de partida, la situación en que nos hallamos. El fin es la Santidad, con mayúscula; es lo único que importa. Y el Justo siete veces cae (Prv 24,16). ¿Cuántas veces no nos sucederá a nosotros a lo largo del día? Es muy importante -para rectificar siempre que sea necesario- conocer bien dónde, cómo, cuándo caemos o nos salimos del camino: "limpia tu alma y guárdala con el examen del corazón, para que desaparezcan todas las manchas que derivan de la maldad y todas las indecencias de los vicios, y haz que se ilumine y engalane con el resplandor de las virtudes. Escudríñate, pues, a ti mismo, averigua qué eres; haz todo lo posible por conocerte" (San Basilio, Hom. 3).

"El examen responde a una necesidad de amor, de sensibilidad" (De nuestro Padre, Cuadernos 3, p. 189). Surge del deseo de agradar en todo momento al Señor, a quien queremos amar con toda el alma, con todo nuestro ser. Precisamente "al examen hemos de ir a individuar las causas de nuestras acciones y de nuestras omisiones, a descubrir con valentía los motivos y las ocasiones que nos apartan, poco o mucho, de la intimidad con Jesucristo" (Del Padre, cn 1976, p. 1607).

Hemos de descubrir sobre todo las causas de nuestros desamores, porque el examen de conciencia "no es una simple introspección, ni curiosidad psicológica, ni un enfermizo afán de tranquilidad delante del Juez divino, sino un medio indispensable para avanzar en el. camino de unión con Dios" (ibid., p. 1608). Se trata de adquirir un conocimiento sobrenatural de nuestra conducta, a la luz de Dios, de sus requerimientos, de las obligaciones que comporta la vocación. Por eso no basta el esfuerzo de la mente; es preciso acudir al "Señor que ilumina las más densas tinieblas, y pone de manifiesto los secretos del corazón" (1 Cor 4,5).

"A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo" (Camino, n. 236). "El demonio se empeñará en taparnos los ojos. Es la hora de clamar: Domine, ut videam!" (Del Padre, cn 1976, p. 1610). "Yo os ruego -nos dice el Padre- que consideréis en vuestra oración y en la charla fraterna, si me cuidáis esta Norma según las necesidades de vuestra alma o si tendéis a pasar deprisa o con ligereza por encima de lo que requeriría una atención más seria. Mirad: no podemos jugar. No podemos acostumbrarnos a un examen falto de fijeza, con metas imprecisas: va por medio nuestra salvación y la salvación de millares de almas" (ibid.). "Si necesitamos una profunda conversión, hemos de acometerla cuanto antes. No hay mal que no se pueda remediar, aunque el camino sea largo. Allá en el fondo nos espera nuestro Padre Dios, para darnos su abrazo de perdón" (ibid., p. 1613).

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"Veritas liberabit vos, la verdad os hará libres. La verdad ante Dios, haciendo bien el -examen; es absurdo que nos digamos: he hecho esto mal, pero tengo esta excusa. Eso es una locura: hemos de ser valientes: he hecho esto porque soy un miserable; tengo que enamorarme más de Dios y así, el Amor de mis amores hará que no me disculpe, que no me apegue a mi vanagloria" (Del Padre, cn 1981, p. 777). El demonio no se toma vacaciones. "Por eso es preciso que el examen de conciencia esté bien hecho, con toda sinceridad: con Dios y con los Directores. Si no, seríais motivo de la risa de todos los diablos del infierno: un hombre que aparentemente se ha entregado a Dios, pero que en realidad no lo está, además de que no se lo pasa bien -porque no puede tener la paz de Dios-, y de prescindir de tantas cosas, vendrá con nosotros al infierno (...) No sucederá nunca, hijos míos, no puede ocurrir. ¡A ser muy fieles, muy sinceros!" (ibid.). "Examínate: despacio, con valentía" (Camino, n. 237).

El examen general es "un traje a medida para cada uno. No se pueden dan reglas fijas" (De nuestro Padre, cn 1976, p. 1609): "Lo mejor es acudir al Director" (ibid.).

Lo normal será dedicar tres minutos al examen general. Comenzando con un acto de humildad, invocando al Espíritu Santo, a la Virgen Santísima, a San José, a nuestro Padre, a nuestro Ángel Custodio. Damos gracias por las cosas buenas que hemos hecho ese día con la ayuda de Dios -sine me nihil potestis facere-, y pedimos perdón con dolor de amor por nuestras infidelidades; también con acción de gracias, porque a pesar de nuestra miseria, el Señor sigue llamándonos, sigue ofreciéndonos todo su Amor para que seamos santos de veras. Hacemos un propósito concreto para el día siguiente, firme, decidido, confiando no en nuestras fuerzas sino en el auxilio de la gracia.

En definitiva: "hacer a conciencia el examen de conciencia" (Del Padre, cn 1976, p. 1605)."En nombre del Señor te aseguro que si me haces bien tus exámenes -con ansias de crecer en amor de Dios-, por mucha que sea tu flaqueza, tú no te tambalearás" (ibid., p. 1610).

Vocación. Perseverancia

Ego redemi te, et vocavi te nomine tuo; meus es tu (Is 43,1). El Señor nos ha llamado a ser enteramente suyos en el Opus Dei. La iniciativa ha sido divina; nosotros hemos respondido -humilde y amorosamente, anonadados ante tanta misericordia- que sí: fiat! (Le 1,38) .

La vocación divina es eterna: desde siempre y para siempre: "Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom 11,29)» Y nuestro sí ha de hacerse también eterno; cada día más vigoroso y profundo, siempre más lleno de amor.

Estamos "¡Comprometidos! ¡Cómo me gusta esta palabra! Nos obligamos -libremente- a vivir dedicados al Señor por entero, queriendo que El domine, de modo soberano y completo, nuestro ser. Puede costar trabajo este 'compromiso', pero incluso entonces la fidelidad es una obligación gustosa, que no hemos de eludir, aunque exija dejar la vida, aunque suponga sacrificio y es-

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fuerzo. Porque Dios nos necesita fieles" (De nuestro Padre, n. 269).

"¿Sabéis qué se entiende comúnmente por lealtad, no sólo en la vida militar, sino también en la civil? Pues poneos en la presencia de Dios y pensad en lo que significa ser leales sobrenaturalmente. La perseverancia, hijos, es lealtad con el Señor" (ibid., n. 266). Es insistir -profundizando- en el sí que le hemos dado al Señor; que ya es suyo, y no tenemos derecho a robárselo. Faltar a nuestra palabra dada sería un grave quebranto de nuestro honor, de nuestra dignidad de hijos de Dios; y un pecado contra la justicia que debemos a Dios, a la Iglesia, a la Obra, a todas las almas, que tienen derecho al ejemplo y eficacia de nuestra lealtad.

No faltarán obstáculos, a veces interiores. "A veces ocurre que hay gente muy buena que se obsesiona; no discurren, ni ven, ni oyen, ni entienden; se niegan a todo. Esto te puede suceder una temporada a ti, y me puede suceder a mí, ¿por qué no? No soy mejor que tú. Estoy hecho del mismo barro, de la misma mala pasta. Todos venimos, sin excepción, de la pata izquierda de Adán: todos" (De nuestro Padre, Catequesis en América I, p. 223).

Quien es fiel en lo pequeño, también lo es en lo gran- de. "Haremos, por tanto, el propósito de ser muy fieles en lo pequeño. Aunque luego se haga patente la triste realidad de nuestras faltas de entrega, de nuestra falta de generosidad. ¿Qué consecuencia hemos de sacar entonces?; ¿que no servimos?; ¿que Dios se ha equivocado al llamarnos? ¡Dios no se equivoca nunca! La consecuencia lógica es pensar: el Señor me ha elegido, conociendo perfectamente lo que soy: un pozo de miseria; se ha fijado en mí con amor de predilección y me ha llamado. Si yo procuro luchar, si trato de corresponder a la gracia, aunque tenga tantos tropiezos y tantas debilidades, el Señor se enamorará cada día más de mí (...) El motivo de nuestra esperanza es bien firme: la Misericordia y el Amor de Dios y, después, la protección de nuestra Madre Santa María" (Del Padre, cn 1982, p. 1059).

La perseverancia fecunda del borrico de noria (ver Camino, n. 998).

"¿Que cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. Enamórate, y no 'le' dejarás" (Camino, n. 999).