Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado II 28

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APARTADO II Charla n° 28


I. Santa Misa. Eucaristía

La fe nos enseña que la Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz son un solo y único sacrificio. En la Santa Misa se hace realmente presente -aquí, ahora, sobre el altar, en forma sacramental- precisamente el mismo sacrificio de Jesucristo en el Calvario; y acontece de tal modo que, al participar en la Santa Misa, nos incorporamos a ese único y perenne sacrificio del Señor: nos ofrecemos por El, con El y en El a la Trinidad Beatísima, estrechamente unidos en su adoración, acción de gracias, reparación e impetración. Hacemos nuestro el infinito sacrificio de Cristo, y El hace suyo nuestro pequeño sacrificio. "¡En toda Misa está siempre presente el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo! Es el sacrificio de Cristo y de su Iglesia santa" (De nuestro Padre).

Nuestro Padre nos animaba a llenarnos de deseos de unirnos con Cristo sobre el altar, que se ofrece para la salvación de todas las almas.

Una de las magníficas aportaciones de la espiritualidad de la Obra al bien común de la Iglesia, ha sido la proclamación de la Misa como "el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano" (Es Cristo que pasa, n. 87; cfr. Conc. Vat. II, Decreto Presbyterorum ordinis, n.14). Razón de más para no acostumbrarnos nunca a participar en el Santo Sacrificio.

Como los radios de la circunferencia convergen, todos, en su centro, así, todas nuestras acciones, nuestros pensamientos y palabras, han de centrarse en la Santa Misa. Al poner todo lo nuestro sobre el altar, se inserta en el sacrificio de Cristo: las obras buenas quedan santificadas; adquieren, aun las más pequeñas, el valor sobrenatural, eterno, de las obras del Señor. Y lo malo -las faltas leves, imperfecciones, etc., de que estamos contritos- queda perdonado por el sacrificio de su Sangre redentora.

Se comprende así que todo nuestro día, de un modo tan misterioso como real, forme parte de la Misa: es, místicamente, una Misa, prolongación del sacrificio del altar; es como materia del sacrificio eucarístico, al que se orienta y en el que se ofrece.

"Debéis procurar que, en medio de las ocupaciones ordinarias, vuestra vida entera se convierta en una continua alabanza a Dios: oración y reparación constantes, petición y sacrificio por todos los hombres. Y todo esto, en íntima y asidua unión con Cristo Jesús, en el Santo Sacrificio del Altar" (De nuestro Padre). La Santa Misa centra y da valor a nuestra vida, nuestra entrega, nuestro trabajo, nuestro apostolado. Nos convierte en corredentores.

La Santa Misa es raíz de nuestra vida interior: fuente de infinita gracia, de energía sobrenatural, capaz de hacer posibles nuestras más altas ambiciones de Amor y santidad. "Piensa

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que estás haciendo o participando en una cosa divina. Mira que sobre el altar Cristo se vuelve a ofrecer por ti y por mí. Y sentirás un deseo grande de imitar su humildad, su anonadamiento en la Hostia; y te llenarás de acciones de gracias, de adoración, de deseos de reparar, de peticiones. Y te ofrecerás, con los brazos extendidos, como otro Cristo, ipse Christus, dispuesto a clavarte en el dulce madero, por amor a las almas" (De nuestro Padre).

8. La Santa Misa nos identifica con Cristo, nos asocia a su Pasión, Muerte y Resurrección. En consecuencia, la unidad de vida nos exige -con la alegría- la mortificación y penitencia, el trabajo santificado, el apostolado incesante, la oración continua. Nuestra vida sobrenatural es "vida eucarística", pues como el sarmiento si no está unido a la vid se seca y muere, (cfr. Ioh 15,6), así nosotros, si no estamos unidos a Cristo en la Eucaristía no podemos tener vida interior. Manifestaciones: trato con el Señor en el sagrario.

9. Preparación en el tiempo de la noche. Participación con la Santísima Virgen al pie de la Cruz. Acción de gracias intensa, bien aprovechada.

10. "Sed almas de Eucaristía. Cuando el centro de los pensamientos y esperanzas de una casa es el Sagrario, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado!" (De nuestro Padre). "Debéis mantener -a lo largo de vuestro día- un diálogo constante con el Señor, que se alimente de las mismas incidencias de vuestra tarea profesional. Id con el pensamiento al Sagrario, y ofreced al Señor la labor que tengáis entre manos" (De nuestro Padre).

II. Puntualidad

1. Puntualidad: es una exigencia del orden personal, necesario para dar a Dios toda la gloria posible; y de la caridad con los demás; y también, muchas veces, de la justicia.

La puntualidad se ha de vivir siempre en las reuniones de familia; en las actividades organizadas en nuestros Centros -Círculos, conferencias, etc.-; y en las actividades personales, en la vida social, etc.

"No dejes tu trabajo para mañana" (Camino, n. 15). Hodie, nunc. Desde el primer momento del día: el "minuto heroico".

III. Costumbres. Consagraciones

1. Ante las grandes o pequeñas contradicciones, y las necesidades de la Iglesia y de la Obra, nuestro Padre puso siempre, ante todo, los medios sobrenaturales. Las diversas Consagraciones de la Obra son consecuencia de este modo de proceder de nuestro Padre, lleno de fe y de confianza en la omnipotencia y el amor de Dios.

2. Las Consagraciones, que hizo nuestro Padre y que se renuevan todos los años en nuestros Centros, son: al Espíritu

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Santo, el 30 de mayo de 1971; al Corazón Sacratísimo de Jesús, el 26 de octubre de 1952; al Corazón Dulcísimo de María, el 15 de agosto de 1951; de los padres y parientes a la Sagrada Familia de Nazaret, el 14 de mayo de 1951.

3. Con motivo de las Consagraciones al Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús y al Corazón Dulcísimo de María, nuestro Padre compuso estas dos jaculatorias: Cor Iesu Sacratis-simum et Misericors, dona nobis pacem!, y Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum! Son como una oración corporativa, clamor incesante que se alza desde todos los rincones de la tierra, unidos a las intenciones de nuestro Padre y del Padre.