Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado III 6

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APARTADO III Charla nº 6

El Padre

1. Dice el Señor que "nadie es bueno sino sólo Dios" (Lc 18,19). Quiere decir que sólo Dios es bueno por esencia; sólo Él es la Bondad. Pero su Amor le lleva a hacer partícipes de su bondad a las criaturas, por lo que todas las cosas son buenas (cfr. Gen 1,31).

También dijo el Señor que "sólo uno es vuestro Padre, el celestial" (Mt 23,9). Sólo Dios realiza la paternidad en un sentido pleno, perfecto. Pero también ha querido que algunos de sus hijos participen de la paternidad divina, en diversos grados y sentidos.

2. En la vida sobrenatural de hijos de Dios en el Opus Dei, la primera y más profunda paternidad participada de Dios es la que recibió nuestro santo Fundador: nuestro Padre. Por voluntad de Dios, somos hijos de su oración y de su mortificación; de su plena entrega al querer divino. Como San Pablo a los gálatas (cfr. Gal 4,19), nuestro Padre nos engendró con dolor, como las madres.

3. Nuestro Padre es "el Padre irrepetible no sólo por sus condiciones espirituales y humanas absolutamente excepcionales -y eso sólo ya bastarla-, sino precisamente por eso: porque es nuestro Fundador, nuestro Patriarca -genuit filios et filias, dándoles el maravilloso espíritu de la Obra-, Padre de los Padres que le sucedieren, que velará de modo especial por quienes sean escogidos para continuar su labor de Presidente General y de Padre" (Del Padre).

4. De la paternidad espiritual de nuestro Fundador participarán, de manera especialmente intensa, todos sus sucesores, a los que llagamos también Padre, porque:

Plenamente identificados con nuestro Padre, son el canal -el arcaduz- por el que llegan a toda la Obra las bendiciones de Dios.

El Padre es instrumento de nuestro Padre: "nuestro Padre sigue gobernando la Obra: yo no soy más que su sombra, la batuta que tiene en sus manos; pero la orquesta sigue dirigida por nuestro Fundador desde el Cielo" (Del Padre).

El Padre es el signo visible de nuestro Fundador, su voz: “Oís mi voz, pero no es la mía. Yo no sé nada, ni valgo nada; pero nuestro Fundador que está en el Cielo, sí" (Del Padre). "Yo procuro expresar lo que diría nuestro Padre; en cualquier caso, no soy yo: es nuestro Fundador quien habla. Así que tomad estas palabras como venidas del Cielo" (Del Padre).

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El Padre recibe de Dios corazón de padre y de madre; nos lleva sobre su corazón; se desvive por nuestra santidad y nuestra felicidad, dándonos abundantemente el alimento espiritual que necesitamos

5. Como buenos hijos, hemos de crecer siempre más en nuestro cariño filial. Para esto, lo primero es ser fieles: "El Padre no nos pedía más que fidelidad (...) Cuando alguna vez recibía una carta de un hijo o una hija que no quería perseverar, el Padre sufría mucho. Quizá para aliviarle ese dolor, escribían: yo, Padre, le quiero mucho. Y era cierto, porque sabía hacerse amar (...) Pero comentaba, con lágrimas en los ojos: agradezco ese cariño, pues al fin y al cabo tengo corazón; pero ¿que me importa que me quieran a mí, si no aman a Dios Nuestro Señor?" (Del Padre).

El enemigo imponente sería nuestra falta de filiación y nuestra falta de fraternidad (cfr. Camino, n. 935). El espíritu de filiación es el fundamento de la unidad y de la caridad fraterna.

6. "Cuando yo me muera, hijos míos, al Padre, sea quien sea, amadlo mucho, mucho, aunque se os pasen por la cabeza pensamientos de que no es suficientemente santo o inteligente, o mil ideas más que se os pueden ocurrir y que habréis de desechar inmediatamente, porque son malas. ¡Amadle mucho, hijos míos! Besad donde pise, no dejéis esa pequeña mortificación diaria y de rezar con amor la oración por el que hace cabeza. ¡Amadle mucho, hijos míos, que es muy duro llevar esto encima!" (De nuestro Padre).

7. "Ayudadme generosamente para que yo oiga siempre a nuestro Padre: porque a todos nos conviene que el Padre sea cada día un poquito mejor, y porque es una obligación de los hijos ayudar al Padre, y del Padre, fortalecer a los hijos" (Del Padre). Oración y mortificación diaria por el Padre: si al llegar la noche no hemos hecho esa mortificación, ya no se hace: pero hemos de rezar una oración por el Padre y nos queda el dolor de no haberle apoyado suficientemente.

8. Escribirle -"me enamora esta costumbre", decía nuestro Padre- con frecuencia, siempre que queramos, haciéndole sentir la alegría de nuestra unión y correspondencia: con espontaneidad y cariño.