Obra de Dios o chapuza del demonio/Fundación del Opus Dei

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OPUS DEI O CHAPUZA DEL DIABLO

CAPÍTULO III. FUNDACIÓN DEL OPUS DEI


Los barruntos

Los biógrafos del Opus Dei no acaban de ponerse de acuerdo. ¿Cuándo nace la vocación religiosa de mi tío José María? Quizá ni él mismo lo supiera. Circulan diferentes versiones: en unas, la mitificación eleva la sensación mística y se adelanta en el tiempo; y en otras se le rodea de menos parafernalia y las interpretaciones ponen algo más los píes sobre la tierra. Por ejemplo, una de las biógrafas y miembro del Opus Dei, Ana Sastre, profesora de las Universidades de Navarra y Alcalá de Henares, sitúa del siguiente modo y manera el primer rayo de luz que insufló en mi tío la inquietud de su misión divina:

En el transcurso de las navidades entre 1917-1918 en la ciudad de Logroño, "Josemaría contempla el espectáculo de la ciudad nevada. El amanecer ha sido blanco y transparente. En la calle, intacta todavía, aparecen unas huellas que identifica inmediatamente. Es el sendero marcado por los pies descalzos de un carmelita muy popular en la zona: el padre José Miguel. Su paso madrugador y habitual ha hollado hoy la nieve sin estrenar.

"Este detalle pequeño y heroico suscita una profunda inquietud en el alma del muchacho: si otros hacen tantos sacrificios por Dios, ¿yo no voy a ser capaz de ofrecerle nada?... Nadie se dará cuenta del cambio que va a sufrir Josemaría. Todo continúa su ritmo normal: menos el corazón y el alma de este adolescente, que encuentra -a partir de ese día y en las cosas inocentes de la vida cotidiana- una sed insaciable de Dios. Empieza a notar que el Cielo quiere algo de su vida; interrogantes y convicciones le remueven y le llevan a la Comunión diaria, a la Confesión frecuente, a la purificación, a la penitencia.

"El Señor le llama desde multitud de situaciones y le da a entender que quiere decir algo especial de su paso por la tierra. Y Josemaría, que desconoce lo que pueda ser, responde gritando por dentro palabras encendidas que paladea al ritmo de su propio corazón: "Ecce ego quia cocasti me! Aquí estoy, porque me has llamado."

Como nos cuenta Vázquez de Prada, mi tío José María llamó a su adolescencia y juventud "los años de los barruntos". Pero esa conmoción interna que asalta al Fundador del Opus Dei, tal y como lo narra Ana Sastre de forma encendida en su libro "Tiempo de caminar", entra en contradicción con la versión de Andrés Vázquez de Prada, el primer biógrafo de la Obra, que recoge expresamente: "No existe ningún dato, externo y relevante que señale el inicio indiscutible de tales presentimientos."

Pero dejemos estos berenjenales y vayamos a los hechos. En aquel curso 1917-1918, mi tío acaba el bachillerato en Logroño. Su vocación está clara: él quiere ser arquitecto. Sin embargo, sus posibilidades son nulas, los padres no pueden costear unos estudios que exigen el desplazamiento muy lejos de la capital riojana. Tras la ruina de Barbastro, la remuneración de que disfruta como dependiente su padre no da para mantener a un hijo estudiando lejos de casa. Pongámonos en la situación social de aquellas fechas. ¿Qué puede hacer un joven en Logroño una vez terminado el bachillerato? Sólo cabían dos salidas, ponerse a trabajar o ingresar en el seminario. Mi tío José María se inclinó por la segunda opción.

Si la reflexión acerca de su vocación eclesial parte del ambiente y la tradición familiar, tampoco debe por qué movernos a extrañarnos. Cuando él toma la decisión tiene ya detrás a un hermano de su padre sacerdote y a dos hermanos de su madre también sacerdotes, sin olvidar las tías monjas. José María Blanc, hermano de su abuela materna, llegaría a ser obispo de Avila. Por otro lado, estaba el parentesco con el futuro obispo de Cuenca, Cruz Laplana, y con su tío Mariano, padrino de bautismo y actualmente en proceso de santificación, fusilado en la guerra civil. Y si nos vamos varios siglos hacia atrás, tenemos, entre otros, el parentesco con san José de Calasanz. En fin, el ingreso en el seminario no supuso una sorpresa en el seno de la familia.

El propio Vázquez de Prada nos cuenta sobre la primera vocación profesional, frustrada, de mi tío:

"Salió del curso airosamente, con sobresalientes y notables. Y cuando en el verano de 1917 hubo de pensar ya en la carrera que debía emprender un año más tarde, a Josemaría tal vez le movió a ello su gusto por las matemáticas y su destreza por el dibujo, que era condición indispensable y cualidad valiosa para el ingreso en la Escuela de Arquitectura. En su juvenil entusiasmo, quizá no se percatara bien que era una carrera larga, difícil y, sobre todo, cara.

"No hizo mal don José en tomarlo en serio. Pero ya tendría el hijo tiempo de sedimentar preferencias, y hasta de cambiar de parecer antes de terminar el bachillerato. De manera que, cuando Josemaria exponía con vehemencia sus deseos de hacerse arquitecto, el padre le tomaba el pelo sosegadamente y con una chispa de humor: "Vamos, hijo, que lo que tú quieres ser es un albañil distinguido.""

(Y, sin duda, se puso manos a la Obra.)

Por lo que continúa relatando Vázquez de Prada en su libro "El Fundador del Opus Dei", mi tío José María, que nunca demostró en su familia la inclinación hacia el sacerdocio, salía con chicas de su edad, como era normal. Y su madre un día le dijo: "Procura portarte bien, y cuando pienses en casarte, en una cosa seria.., mira, busca una chica, ni guapa que encante, ni fea que espante."

Por circunstancias inequívocas, y sobre todo económicas, mi tío José María tuvo que renunciar a las dos vocaciones primeras, la arquitectura y el matrimonio. En 1918 ingresa en el seminario de Logroño, hasta que se traslada al de Zaragoza. Los motivos no se conocen a ciencia cierta, pero todo apunta a que muy probablemente quería iniciarse en la carrera de las leyes. No se conformaba en ser solamente un sacerdote y ambicionaba recuperar y sobrepasar la posición social de sus padres antes de la ruina económica. Pero tuvo que renunciar definitivamente a su vocación de arquitecto. En Zaragoza tampoco se podía estudiar.

Durante su permanencia en la capital aragonesa, ninguno de sus familiares conoce o sospecha los "barruntos" de mi tío José María. Si acaso, detectan en él cierta rebeldía, un inconformismo por seguir la carrera eclesial tal y como estaba establecida, y desde el principio mantiene altercados con su tío Carlos, el canónigo arcediano del Pilar. Todos mis tíos ayudan a su madre desde el momento de la ruina y, especialmente, tras el fallecimiento de su marido en Logroño.

El 27 de noviembre de 1924 había fallecido su padre a los 57 años, y en enero su madre y sus hermanos llegan a la capital aragonesa, para instalarse en el centro de la ciudad, cerca de la plaza de España. Es posible que a mi tío le supiera a poco la contribución del resto de la familia, pero evidentemente los ayudaron. Hasta su nuevo traslado, a Madrid en el año 1927, se prodigan las aportaciones económicas o de ropa por parte de los hermanos de su madre. De no ser de esta manera, difícilmente habría logrado vivir con dignidad. Los ingresos de un sacerdote recién ordenado eran muy bajos y las clases de derecho que dio esporádicamente tampoco constituían una fuente sustanciosa. Las ayudas debieron de intensificarse aún más cuando su madre y sus hermanos se quedaron solos durante una pequeña temporada, con motivo de la estancia en la localidad de Perdiguera. Y también posteriormente, al dar el paso definitivo de plantarse en Madrid.

Ante todo, llama poderosamente la atención que sus biógrafos no relaten ninguno de estos episodios juveniles, salvo los enfrentamientos con el canónigo arcediano. En el resto de tíos y tías no se emplea ni una sola gota de tinta. ¿Por qué? Evidentemente, en el seno de la familia Albás Blanc jamás se habló de ninguna clase de "BARRUNTOS".

La mitificación que hizo de sí mismo en las prédicas -y que heredarán sus hijos de la Obra- alcanza cotas verdaderamente sorprendentes y se trasladan incluso al contacto divino en los primeros años de vida. En el libro "Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer. Fundador del Opus Dei", Luis Carandell recoge un testimonio puesto en boca de mi tío, con motivo de la enfermedad de la "alfecerías", según los médicos que lo trataron y lo dieron por desahuciado, atribuyendo su curación a la Virgen de Torreciudad: "Mis padres me llevaron a Torreciudad. Mi madre me llevó en sus brazos a la Virgen. Iba sentado en la caballería, no a la inglesa, sino en silla, como entonces se hacía, y pasé miedo porque era un camino muy malo." Mi tío tenía tan sólo dos años cuando le llevaron a dar gracias a la Virgen por la curación de la enfermedad.

Dada la mortalidad infantil de aquella época, era una costumbre bastante extendida en la comarca oscense del Somontano rogar a la Virgen de Torreciudad su intercesión por los niños a los que los médicos no encontraban ya solución alguna. El mismo caso se había dado anteriormente en la familia. Como me contó recientemente su prima, Carmencita Albás, su padre, el hermano pequeño de la madre de José Maria, Florencio Albás Blanc, sufrió una enfermedad de la que sanó después de ser llevado ante la Virgen de Torreciudad para su curación. Sin embargo, esta vez a ningún miembro de la familia se le ocurrió mitificarlo como señal de un ministerio divino posterior.

Podría seguir contando muchas anécdotas que avalan la mitificación de la vida de mi tío José María y que a lo largo de este relato iremos viendo. Pero no quiero dejar pasar la oportunidad de mencionar uno de los sucesos que más han llamado mi atención.

Los biógrafos del Opus Dei, Vázquez de Prada y Peter Berglar, manifiestan que Dios le concedió "la apreciada dádiva de rezar mientras dormía". Solamente con humor puede responderse a este hecho. Actualmente, yo también manifiesto que Dios me concedió esta preciada dádiva, pero rezo más porque frecuentemente duermo la siesta.

Los cimientos

El 20 de abril de 1927 llega a Madrid José María Escrivá Albás. Una carta de recomendación del arzobispo de Zaragoza le abrirá las puertas del Obispado, regido por don Leopoldo Eijo y Garay, y desde ese momento recibe la autorización para ejercer la confesión en la diócesis. Instalado por escasas semanas en una pensión familiar de la calle Farmacia, se trasladará definitivamente a la residencia sacerdotal de las Damas Apostólicas, fundada por la hija de la marquesa de Onteiro, doña Luz Rodríguez Casanova.

Las Damas Apostólicas estaba integrada por señoras de clase alta y media dedicadas a la beneficencia, extendiendo su actividad apostólica a 66 colegios y unos 12.000 niños, además del Patronato de Enfermos en la calle de Santa Engracia, en donde se repartían más de 600 raciones de comida, alternando la tarea con visitas a los barrios periféricos y hospitales. José María Escrivá conocerá en la residencia a la fundadora de las Damas Apostólicas, pasando a encargarse de la capellanía de la iglesia del Patronato, aunque bajo la condición de no inmiscuir-se en los asuntos de la dirección del centro.

Pero José Maria Escrivá había llegado a Madrid para realizar su doctorado de derecho, habida cuenta que por entonces estos cursos sólo podían llevarse a cabo en la capital de España. Entre las primeras actividades cumplió, por tanto, con su matriculación en una de las asignaturas del doctorado. Paralelamente, impartió derecho romano y derecho canónico en la academia Cicuendez, en la calle de San Bernardo, donde se encontraba la antigua Facultad de Derecho. En el mes de agosto ampliaría su matrícula a una asignatura más, filosofía del derecho, e inició la preparación de su tesis sobre la ordenación de mestizos y cuarentones.

Siguiendo sus propios testimonios, el director espiritual encargado de guiar los primeros pasos de José María Escrivá en Madrid fue el jesuita Valentín Sánchez Ruiz. Vivía en las afueras, en Chamartín de la Rosa, adonde solía desplazarse en grandes caminatas el futuro fundador del Opus Dei. Según recogen sus biógrafos, tras el largo paseo, el jesuita le obligaba a esperar su salida, y en ocasiones la espera se le hacía interminable; cuando no salía nadie, tampoco se le presentaban excusas, y finalmente el hermano lego le comunicaba que al padre Sánchez Ruiz le era imposible recibirle.

José María Escrivá alternó la atención en el Patronato de Enfermos con el trato directo a familias de la aristocracia madrileña. Mercedes Guzmán, marquesa de Miravalles y condesa de Aguilar de Inestrillas, su hermana María Luisa -primas ambas de la dama apostólica Mercedes Reyna- y posteriormente una de las grandes de España, la condesa de Humanes, figuraban entre las visitas que frecuentó durante su primera etapa.

Muchas de las apreciaciones que servirían para elaborar su emporio doctrinal arrancan precisamente de este contacto combinado con el Patronato de Enfermos y la aristocracia. Por citar un ejemplo, en el libro "Tiempo de andar", de Ana Sastre, miembro del Opus Dei, se recoge el siguiente relato puesto en boca del propio José María Escrivá:

"Había un comedor -no lo puedo llamar público, porque necesitaban una tarjeta para ir a comer allí- que dirigía una persona muy santa, que ya ha muerto. Y aquella pobre persona quería ayudar a muchos y no llegaba. Y les daba una especie de cocido. Venían con tarjeta y se hacía una gran labor, porque mataban el hambre. Era gente que no tenía nada. Pero siempre sobraba algo, y había otros que esperaban en una habitación para que les dieran las sobras; traía cada uno un cacharro -una lata, un plato desportillado, lo que podían- y sólo uno llevaba cuchara. Y sacaba de un chaquetón sucísimo, de lo profundo de uno de los bolsillos, una cuchara de peltre toda abollada, la miraba -como diciendo; esto es mío, y los demás que no tenéis cuchara, os fastidiáis- y comía sus garbancitos saboreándolos; miraba, al final, su cuchara, le daba dos lengüetazos y volvía a guardar el tesoro. Este, en su miseria, era rico, apegado como estaba a esa cuchara de peltre. Era un pobre de pedir limosna, pero ante los demás era rico. Y conocí a una Grande de España -puedo hablar de ella porque ya ha muerto y está en el Cielo desde hace muchos años- que tenía una generosidad inmensa: vivía entre muebles ricos y tapices; en ella gastaba menos que en la última persona de su servicio, y era manirrota. Todo lo daba para los que no tenían. Esta era pobre."

La Grande de España no era otra que la propia condesa de Humanes.

Dentro de lo que es mi experiencia personal, puedo añadir un comentario más clarificador al relato de mi tío José María, una anécdota de la visita a casa de mi familia en Zaragoza. Hablaba con mi padre cuando de pronto se volvió hacia mi madre y le dijo: "Concha, yo nada tengo, y por lo tanto nada te puedo dar; pero toma el rosario con el que rezo todos los días." Al marcharse le esperaba un Mercedes con chófer y se fue a dormir a Cogullada, un palacio donde sólo lo hacían Franco o el Rey.

En general, resulta chocante el concepto que de la virtud de la pobreza tuvo el Fundador de la Obra. En 1968 declaraba a la revista "Telva": "Quien no ame y viva la virtud de la pobreza no tiene el espíritu de Cristo. Y esto es válido para todos: tanto para el anacoreta que se retira al desierto como para el cristiano corriente que vive en medio de la sociedad humana, usando de los recursos de este mundo o careciendo de muchos de ellos." En el Opus Dei, sus miembros, como todos sabemos, tienen los mejores recursos de esta tierra, y sin duda alguna los usan para ellos mismos. Cualquiera que conozca las casas de la Obra, podrá sacar las conclusiones pertinentes. Y así, mi tío vivió, pobre con Mercedes, pobre con avioneta, pobre con palacios, pobre con servidumbre, pobre con título nobiliario, pobre con alimentos llevados ex profeso para él en sus viajes a otros continentes. Verdaderamente, con este concepto de pobreza, sí que la vivió en grado heroico.

Más adelante continuaba declarando: "Pero pobreza no es miseria, y mucho menos suciedad; y además, la pobreza no se define por la simple renuncia, especialmente cuando se trata de cristianos que viven en medio del mundo y tienen que dar testimonio explícito de amor al mundo, de solidaridad con los hombres. Se impone, pues, aprender a vivir la pobreza, para que no quede reducida a un ideal sobre el que se puede escribir mucho, pero que nadie realiza seriamente."

Lo que no es serio es justificar la vida de uno y de sus seguidores queriendo cambiar el concepto de pobreza que todos conocemos y comprendemos por ley natural. Así como en muchas ocasiones manifiesto que estoy conforme con parte de su doctrina, pero no cómo la cumple, estoy de acuerdo con lo que dice, pero no con lo que hace; en este punto ni con lo que dice, que sólo es una justificación de cómo vive. Muchas de las explicaciones que dio servían para justificarse y otras para mitificarse. En su biografía, Salvador Bernal nos dice: "Mons. Escrivá de Balaguer vivió y murió en el más estricto desprendimiento de los bienes materiales. Poco tiempo antes de que Dios le llamase, contaba un día a los alumnos del Colegio Romano de la Santa Cruz que esa mañana había dicho a los miembros del Consejo General de la Asociación: "Hoy me he dado cuenta de que continúo siendo pobre de solemnidad. No sólo porque llevo esta sotana vieja, pues podía ponerme otra mejor que tengo, sino porque no puedo hacer lo que hace una persona de mi edad, en cualquier país más o menos civilizado. Hay obreros de mi edad, ya retirados, que disfrutan tranquilamente de su pensión; y si una noche no duermen -que es lo que me ha pasado hoy a mí; por eso he tenido ocasión de rezar más-, se quedan en la cama un poquito más por la mañana. En cambio, yo estoy aquí con vosotros, y mucho mejor que en la cama. Pero me he dado cuenta de que efectivamente, soy todavía -a la vuelta de medio siglo de sacerdocio- pobre de solemnidad." Creo que no hace falta comentario.

Salvador Bernal así nos lo cuenta: "Procuró siempre tener y usar la ropa que era necesaria. Hubo una época que llevó solideo para compensar la edad que no tenía: ¡dame, Señor, ochenta años de gravedad!, pidió con frecuencia. Después de subrayar la secularidad propia del espíritu del Opus Dei, se puso algunas veces la sotana ribeteada de rojo y los demás distintivos propios de su condición de Prelado Doméstico. Años más tarde confesó que eso le resultaba mucho más duro que varios cilicios.

"La sotana que vestía habitualmente en 1963 tenía entonces 18 años. Era vieja, pero limpísima, digna. Con todos los botones: él mismo se los cosía, en cuanto amenazaban con desprenderse. Toda una lección práctica para los socios de la Obra.

"Se encontraba muy feliz dentro de su recosida sotana, pero cuando era necesario -muy pocas veces-, usaba los distintivos propios de su condición de Prelado, o los arreos -así decía- de Gran Canciller de la Universidad."

Claramente se aprecia el concepto que de pobreza tiene el Opus Dei. Es también cierto que para pertenecer al Opus Dei se exigen unos requisitos que los auténticamente pobres no tienen, ni pueden tener.

Más adelante Salvador Bernal nos relata: "En 1972, al responder a una pregunta que le hicieron en el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa en Barcelona dijo: "El hecho de manejar dinero o de tenerlo, no quiere decir que se esté apegado a la riqueza", y volvió a poner el ejemplo del pobre de la cuchara y de la Condesa de Humanes."

Veamos también, contado por su propios labios, dónde se cimentó durante los primeros años el Opus Dei:

"Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid, horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere decir almas agradables a Dios.

"[...] La fortaleza humana de la Obra ha salido de los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas. Estas son las ambiciones del Opus Dei, los medios humanos que pusimos: enfermos incurables, pobres abandonados, niños sin familia y sin cultura, hogares sin fuego y sin calor y sin amor."

Y continuaba explicando al final de su vida las armas y materiales de construcción del Opus Dei:

Y, ¿sabes cómo pudo? Por los hospitales. Aquel hospital general de Madrid, cargado de enfermos, paupérrimos, con aquellos tumbados por la cirugía, porque no había camas; aquel hospital, del Rey se llamaba, donde no había más que tuberculosos pasados, y entonces, la tuberculosis no se curaba [...].

"¡Esas fueron las armas para vencer! ¡Ese fue el tesoro para pagar! ¡Ésa fue la fuerza para ir adelante!"

Ana Sastre, al referir esta época nos dice:

"Años más tarde, repetirá que el Opus Dei nació entre los pobres de los barrios y de los hospitales de Madrid; en medio de la actividad apostólica de aquellos primeros años sin tregua.

"El Patronato de Enfermos está abierto a la asistencia durante el día y la noche. Hay muchas jornadas de trabajo ininterrumpidas en busca de una chabola de la que ha partido la llamada de auxilio, repartiendo comidas a enfermos en ambulatorios, descubriendo a los más graves por entre los ingresos de un hospital de beneficencia. Y atendiendo espiritualmente a este enorme número de almas que encuentran a Dios, como única esperanza, en medio de su drama. La tarea es ingente y don José María, por decisión personal, vuelca en ella su gran capacidad de trabajo, su energía física y sobrenatural. Resulta difícil calcular las distancias que puede cubrir al cabo del día, teniendo en cuenta que los barrios extremos de la gran ciudad le obligaban a cruzarla en todas las direcciones. De Tetuán de las Victorias al paseo de Extremadura, de Magín Calvo a Vallecas, Lavapiés, San Millán, el barrio del Lucero o la Ribera del Manzanares. Solamente desde la Residencia Sacerdotal de la calle de Lara hasta Vallecas hay un recorrido que se acerca a los cinco kilómetros. Se trata de zonas mal comunicadas que es preciso andar a pie, con frío, con lluvia y barro que cubre los zapatos. O con la canícula de verano cayendo sobre Madrid, en un sol de mediodía que ayuda a sudar copiosamente. A veces, hay que correr del metro a un tranvía desvencijado que tarda más de una hora en cubrir su trayecto. Pero don Josemaría consigue llegar a todos [...].

"La actividad desplegada durante estos años resulta asombrosa. Don Josemaría pasa horas en el confesionario del Patronato de Enfermos y escucha, alienta y otorga a raudales la gracia de Dios a las gentes que se acercan a la calle de Santa Engracia. Confiesa también a centenares de niños de varias escuelas de las Damas Apostólicas."

Si a la misma Ana Sastre, miembro del Opus Dei, le "resulta asombrosa" la actividad desarrollada a lo largo de esos tres o cuatro, cuánto más a aquellos que vemos con escepticismo muchos de los comentarios y afirmaciones de mi tío. Y por tan asombrosa, el aliento divino -otra fuerza no podía moverle de ese modo por Madrid- quizá le conminó al descanso, a ponerse manos a la Obra, a renunciar a mediados de 1931 a la Capellanía del Patronato de Enfermos de las Damas Apostólicas y a dirigir su labor a los universitarios. A veces da la impresión de que el Fundador explotó desmesuradamente la labor de aquellos años entre los pobres a modo de escaparate, y a "posteriori".

A partir de 1931 tendrá más tiempo para dedicarse a lo que será la única actividad de su vida, el Opus Dei. Atrás quedarán los tiempos en que mi tío José Maria era capaz de dar la Primera Comunión en un solo año a 4.000 niños, según relata Vázquez de Prada en su semblanza. Los cimientos de la ingente Obra se quedaron ahí, en 1931. Construida la casa, se dispuso a habitarla cómodamente.

Recuperando el hilo temporal de nuestro relato donde lo habíamos dejado, a fines de 1927 su familia se traslada a Madrid y alquila un pequeño piso, compartido con mi tío José Maria, donde permanecerán hasta bien entrado 1929, fecha del traslado a la vivienda destinada por las Damas Apostólicas al capellán del Patronato.

En septiembre de 1928 se examinaba de historia del derecho internacional y de filosofía del derecho. Pero aún no había cumplido con la tanda anual de ejercicios espirituales que exigía la diócesis madrileña, y su última oportunidad se presentó con los padres paúles. Se acercaba definitivamente el Opus Dei.

Las campanas

Y una mañana vio la Obra de Dios, tal y como él lo quería y sería al cabo de los siglos. "El 2 de octubre de 1928, mientras el Siervo de Dios se hallaba recogido en su habitación, participando en unos ejercicios espirituales en la residencia de los P. P. Paúles de Madrid, en la calle de García Paredes, Dios se dignó iluminarle: vio el Opus Dei tal como el Señor lo quería y como debería ser a lo largo de los siglos. Durante once años desde aquel día de invierno en Logroño había pedido ver. "En el silencio de la habitación que ocupaba durante los ejercicios se oían a lo lejos las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los Angeles." (Peter Berglar).

"Desde ese momento -nos dice el Fundador- no tuve ya tranquilidad alguna y empecé a trabajar de mala gana, porque me resistía a fundar nada, pero comencé a moverme, a hacer, a poner los fundamentos."

Cualquier observador imparcial y conocedor de la época en que se desarrollan los acontecimientos vividos por el Fundador del Opus Dei entre los años 1927 y 1937, su llegada a Madrid y su huida de la zona roja, podrá ver que sólo existe en lo que cuentan sus biógrafos de la Obra un intento de mitificación de monseñor Escrivá de Balaguer. En primer lugar, en el Patronato de Enfermos de las Damas Apostólicas, sólo permanece el menos tiempo posible y compaginándolo con sus estudios. La labor que relata es igual a la de cualquier sacerdote de aquella época que acababa de ser ordenado y que tenía que ganar dinero para vivir con su familia. Los cimientos entre los pobres procuró ponerlos lo más rápido posible e iniciar su andadura por los caminos que había pensado: las clases acomodadas. No llega a cuatro años y tan pronto puede se da de baja en el Patronato de Enfermos y acepta la Capellanía del Real Patronato de Santa Isabel, donde será nombrado rector en 1934, cargo que conservará hasta su traslado a Roma. Este cargo siempre estuvo remunerado.

Si sólo está cuatro años con los pobres y si además esta estancia la compagina con la aristocracia y con sus estudios de doctorado, por mucho esfuerzo y dedicación que nos cuente no le servirán para ser "especialista de entre los pobres". Por otra parte las vicisitudes que tiene que vivir son similares a la mayoría de personas de aquella época y yo diría que las vive en mucho mejor circunstancia que cualquier otro sacerdote de su época. La persecución religiosa no sólo se desencadenó contra él, sino contra todos los católicos y primordialmente contra los sacerdotes y religiosos, muchos de ellos corrieron peor suerte y morirían asesinados.

Desde el primer momento se ve la mitificación que mi tío José María realiza de toda su persona y de todos los acontecimientos que le rodean. Su imaginación le llevará a creerse lo que no es más que el producto de un sueño movido por el deseo de limpiar los acontecimientos vividos en su familia por la ruina económica, que nunca aceptó con humildad, y de demostrar que él era distinto a todos, que él había sido elegido por Dios para cumplir una misión. Pero todo ello lo va relatando al ritmo en que van sucediendo los acontecimientos.

No es comprensible entender las manifestaciones que de continuo realiza de su relación con los pobres, como tampoco es de recibo su relato sobre parroquias rurales que sólo en tres meses conoció.

Unos cimientos poco sólidos para la estructura de la Obra que fundó. ¿No serán otros los cimientos?

En los años iniciales, sólo él pertenecerá al Opus Dei, su Fundador será la primera vocación. De hecho, el 24 de marzo de 1930 escribe la primera carta, "Singule Dies", a personas que sólo Dios conocía; y comenzaba: "Nuestra entrega al servicio de las almas es una manifestación de esa misericordia del Señor, no sólo hacia vosotros sino hacia la humanidad toda. Porque nos ha llamado a Santificarnos en la vida corriente, diaria y a que enseñemos a los demás prudentemente, espontáneamente, según la voluntad de Dios. Nos interesan todos, porque todos tienen un alma que salvar, porque a todos podemos llevar en nombre de Dios, una invitación para que busquen en el mundo la perfección Cristiana.

"Sed perfectos como lo es nuestro Padre Celestial. "Nuestro camino es el desprendimiento de las cosas de la tierra, la pobreza personal amada y vivida."

Durante año y medio trabajará y predicará con la convicción de que el Opus Dei se hizo sólo y exclusivamente para hombres. Entre todas las informaciones que examina en las demás instituciones, analiza especialmente la documentación correspondiente a una asociación integrada por hombres y mujeres. Su reflexión anotada no deja lugar a dudas: "Nunca habrá mujeres -ni en broma- en el Opus Dei."

Pero al poco, el San Valentín de 1930, oficiando como tantas veces en casa de la marquesa de Onteiro, "don Josemaría empieza el Santo Sacrificio de la Misa, va leyendo las oraciones litúrgicas del día y llega a la Comunión. Y, cuando junta las manos, para agradecer la presencia de Cristo en su corazón, tiene la evidencia de que Dios quiere completar su Obra con una Sección de Mujeres que viva el mismo espíritu" (Ana Sastre).

Más adelante, don Josemaría contrastará esta nueva inspiración divina con la opinión de su confesor, para confirmar una vez más: "Esto es voluntad de Dios como lo demás."

Por fin, y a partir de ese 14 de febrero, el Opus Dei estará compuesto por dos secciones, una de hombres y otra de mujeres. Volvían a sonar las campanas. Era el segundo aldabonazo.

Acaba de nacer, en consecuencia, un elemento imprescindible en la vida de la Obra: la presencia de la mujer para convertir el trabajo, el mundo, los caminos y los lugares en un hogar universal que acoja las almas todas de la tierra. Poético pero poco convincente, no obstante, rezaré a Dios Todopoderoso para que me aumente la fe.

Desde el 2 de octubre de 1928, en que supuestamente el Padre vio como una totalidad la Obra, los sacerdotes también tenían su papel que cumplir. Junto a mi tío empezaron a trabajar en su labor apostólica algunos clérigos, pero no todos alcanzaban a entender el mensaje que guardaba en su alma. De esta experiencia extrajo que, para salvaguardar el espíritu del Opus Dei, los sacerdotes más indicados para alcanzar a comprender su mensaje tenían que ser sus propios hijos. Faltaba el necesario título para la ordenación y se acercaba el tercer aldabonazo.

Nuevamente un día de San Valentín, esta vez de 1943, y en el acto de celebración de otro oficio litúrgico, atisbó con claridad la solución. Acababa de fundarse la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, el tercer pilar en la arquitectura del Opus Dei.

Años más tarde, monseñor Alvaro del Portillo comentaría: "Fue allí en ese oratorio dentro de la misa donde vio la solución canónica para que pudieran ordenarse sacerdotes de la Obra e incluso el nombre y el sello de la Sociedad de la Santa Cruz: un círculo simbolizando el mundo y, dentro la Cruz, que es el sacerdocio."

En 1947, estando ya en Roma, obtiene la aprobación de la Santa Sede para hacer converger en un Instituto Secular a los tres brazos de la organización; aunque hasta 1948 el Opus Dei sólo contará entre sus filas con célibes. El reajuste como Instituto servirá para que también los casados tengan las puertas abiertas y se forje el comienzo de la consumación de sus aspiraciones y de la expansión. La Obra, en su cuarta Fundación, había adquirido ya su perfil característico.

En septiembre de 1948, estando el Padre cursando un retiro en Molinoviejo a quince hombres casados -entre ellos uno de los primeros supernumerarios, Tomás de Alvira- hace el primer comentario a unas cuartillas cuya redacción se remontaba a 1935 y que por entonces se hallaba enfrascado en su punto y final. El documento era una instrucción sobre el apostolado que debía ir penetrando en todas las capas sociales a lo largo de los siglos. Y éste fue su sello y marca:

"Yo veo esta gran selección actuante: hombres y mujeres de empresa y obreros, mentes claras de la Universidad, inteligencias cumbres de la investigación, mineros y campesinos.., todos, cada uno sabiéndose escogido por Dios para lograr su santidad personal en medio del mundo, precisamente en el lugar que en el mundo ocupa, con una piedad sólida e ilustrada, de cara al cumplimiento gustoso -aunque cueste- del deber de cada momento."

Ahora bien, retornando hacia la época de gestación de la Sección de Mujeres, y para comprender mejor la estructura posterior de la Obra, en los años de su fundación se fija la primera clasificación obedeciendo al origen social de sus miembros, las numerarias y las oblatas. Las primeras gozan de una mayor o menor formación o estudios y pertenecen a una clase media o media-alta, y se encargarán de la dirección administrativa de las casas y centros del Opus Dei. Las oblatas, que provienen de las clases trabajadoras, serán las empleadas de hogar, papel que siguen cumpliendo hoy bajo la denominación de numerarias auxiliares.

Haciendo nuestro el relato cronológico de Ana Sastre, desde la apertura del primer centro de la Sección de Mujeres, insistirá en la necesidad de la administración, buscando las vocaciones también entre las empleadas de hogar y dotando su trabajo de la misma vocación de santidad. Orientación que tiene su transcripción directa en las palabras del Fundador:

"En el Opus Dei no hay más que una sola vocación. Ése es el milagro grande nuestro: hacer de las cosas vulgares -vulgar en el sentido castellano, que quiere decir corriente- heroísmo; hacer esas cosas con tal ánimo, que lo de ayer es distinto a lo de hoy, siendo lo mismo; y lo de mañana será mejor todavía, siendo igual."

Y aquí, como autor, sí quiero manifestarme: estoy de acuerdo con mi tío José María, un auténtico milagro.

Al meditar sobre los pasos y evolución interna de la Obra, siguiendo siempre las indicaciones escritas por sus miembros, quisiera destacar algunas conclusiones. En primer lugar, cómo de distinta forma vienen a contarnos lo mismo, transmitiendo así fielmente lo que el Fundador repitió en diversas ocasiones.

Pero, en segundo lugar, resultan especialmente relevantes las contradicciones que rebasan los límites meramente biográficos. La coincidencia al abordar lo sucedido el 2 de octubre de 1928 -cuando "Dios se dignó iluminarle y vio el Opus Dei tal y como el Señor lo quería y como debiera ser a lo largo de los siglos"- no encaja con los posteriores añadidos, resaltando muy principalmente la inspiración durante la misa en casa de la marquesa de Onteiro, que tuvo como resultado la Sección de Mujeres.

Es evidente que el 2 de octubre de 1928 no se creó la totalidad, mi tío José María vio parte del Opus Dei. Y más adelante, aun cuando atisbó desde un principio la incorporación de los sacerdotes, sólo hasta el 14 de febrero de 1943 supo cómo encajarla dentro de la Obra. La misma historia se repetirá con los supernumerarios, cuya admisión estará sujeta a la aprobación en 1947 del Instituto Secular.

Con la intención de aportar algo más de luz sobre el significado y la orientación que tomó rápidamente la institución, convendría comentar brevemente las condiciones de admisión como numerarios, distintas como Instituto Secular a su forma actual de Prelatura. En las constituciones del primero, en su artículo 35 se decía: "Para admitir Numerarios se requiere además que haya alcanzado mediante exámenes oportunos, un título académico en una Universidad Pública Civil o reconocida por el Estado o de un Ente Público o al menos que puedan obtenerlo en el Instituto."

Actualmente, en el Código de Derecho particular de la Obra de Dios como Prelatura, en su número 9 se señala: "Pueden ser admitidos como Numerarios todos aquellos fieles laicos que gozan de plena disponibilidad para dedicarse a las funciones de formación y a las labores apostólicas peculiares del Opus Dei y que cuando soliciten su admisión, estén dotados de ordinario de un título académico civil o profesional equivalente o al menos puedan obtenerlo después de la admisión."

En resumen, como Instituto, el título universitario. Como Prelatura, un título académico o profesional.

En la actualidad, según el Código de la Prelatura, los fieles, sean hombres o mujeres, se llaman numerarios, agregados o supernumerarios; como agregados y sin la categoría de fieles, la última reconversión del Opus Dei dio patente de corso a los asociados cooperadores. Pero pasemos a ocuparnos ahora de otra de las iluminaciones.

Revelación de un nombre

Al principio, "aquello" no tenía nombre. Hablaba de la labor o de la obra. Habrá que esperar a 1930, cuando su confesor le preguntó: "¿Y cómo va esa obra de Dios?" Como una revelación, el nombre llegó a sus labios: la "OBRA DE Dios", en latín "OPUS DEI", término que evoca también la idea de trabajo:" opus Dei", "operatio Dei".

"¡Obra de Dios, trabajo de Dios! Un trabajo profesional, un trabajo ordinario, realizado sin abandonar las tareas de mundo, las ambiciones nobles. Un trabajo transformado en oración, en alabanza del señor, por todos los caminos de la tierra... Opus Dei: ¿qué nombre podía ser más apto para designar lo que Dios le había encomendado realizar?"

El catecismo que todo cristiano tiene que saber y practicar nos dice que el buen cristiano es discípulo de Cristo, cree en su doctrina. Creer en la doctrina de Cristo es aceptar las verdades reveladas por Dios y contenidas en el Credo: "Creo en Dios Padre creador y Señor de todas las cosas".

La humildad, según su Fundador, marcará el nacimiento de la organización, sin bombos ni platillos, y con un José Maria Escrivá que se presenta a sí mismo como un estorbo. Pero "aquello" creció y creció. Monseñor le dará pátina infinidad de veces a esa actitud en una curiosa mezcla de agradecida humildad y regodeo en el hecho:

"No me interesa ser fundador de nada. Con esa repugnancia a ser fundador, a pesar de contar con abundantes motivos de certeza para fundar la Obra, me resistí cuanto pude: sírvame de excusa, ante Dios Nuestro Señor, el hecho real de que, desde el 2 de octubre de 1928, en medio de esa lucha mía interna, he trabajado en cumplir la Santa Voluntad de Dios, iniciando la labor apostólica del Opus Dei. Han pasado unos años, y veo que quizá dejó el Señor que padeciera entonces esa completa repugnancia, para que tenga siempre una prueba externa más de que todo es suyo y nada mío."

Años más tarde confesaba: "El Señor que juega con las almas con sus niños pequeños -viendo en los comienzos mi resistencia- permitió que tuviera la aparente humildad de pensar -sin ningún fundamento- que podía haber en el mundo instituciones que no se diferenciaran de lo que Dios me había pedido."

Y ejemplos no faltan: "En mis conversaciones con vosotros repetidas veces he puesto de manifiesto que la empresa que estamos llevando a cabo no es una empresa humana, sino una empresa sobrenatural, que comenzó cumpliéndose en ella a la letra cuanto se necesita para que se la pueda llamar sin jactancia la Obra de Dios."

O: "La Obra de Dios no la ha imaginado un hombre... Hace muchos años que el Señor la inspiraba a un instrumento inepto y sordo, que la vio, por primera vez el día de los Santos Angeles Custodios, el 2 de octubre de 1928."

Nuevamente, y volviendo en la lectura del libro hacia atrás, estas manifestaciones sobre el "aquello" -que son el cimiento del Opus Dei- contrastan con las distintas fundaciones que a lo largo de la historia de la Iglesia han sido inspiradas por Dios a sus fundadores.

El poner o dar un nombre era elemental y necesario para el "aquello", pero bautizarlo como Opus Dei-Obra de Dios-Creación de Dios para un cristiano es como no poner nombre. Los cristianos creemos firmemente que Dios es "creador" del universo y que todo es OBRA DE Dios.

No es posible esquivar una llamada de atención ante la sorpresa de encontrarnos con un humilde sacerdote que acepta una denominación de semejante calibre para ese "aquello" que la inspiración divina le hizo ver. Posiblemente, mi tío José Maria en su profunda humildad, tantas veces manifestada, creyó verdaderamente que la Obra no era suya, que correspondía a Dios. Y al creerlo, lo transmitió para que así lo creyésemos todos.

Nunca he dudado de su rectitud de intención ni de su humildad. Y espero, amigo lector, que tú tam poco lo hagas.

Fundamento y mensaje

Tanto el fundamento como el mensaje de la Obra de Dios son una perogrullada, "La filiación divina", ¿es que los demás no somos hijos de Dios? y "La santificación mediante el trabajo ordinario", ¿es que el resto de los cristianos no se santifican con el trabajo? Posiblemente lo que monseñor Escrivá de Balaguer quiso es santificar el trabajo mejor remunerado y además santificar también las rentas del capital en una sociedad cada día más materialista.

Hace pocos días un simpatizante de la Obra y de mi tío José María me decía que a él le parecía un gran santo y argumentaba: "Ya era hora que alguien dijese que los ricos también podíamos ser santos." No seré yo quien contradiga a este simpatizante, sólo le comenté el pasaje evangélico: "Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo: ¡que difícilmente entra un rico en el reino de los cielos! De nuevo os digo: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que entre un rico en el reino de los cielos."

Qué duda cabe que tanto el mensaje como el fundamento del Opus Dei han sido y serán bien acogidos por la élite de toda sociedad. Es más, este mensaje y fundamento los afianza en su cristianismo, los hace considerarse superiores a los demás, mejores cristianos, y sin tener que renunciar a las comodidades que proporciona la riqueza. Y por añadidura se creen los hijos predilectos de Dios, ya que ¡Él! los ha elegido para hacer el Opus Dei en la tierra.

"Un joven sacerdote del Opus Dei, recién ordenado, estaba dando una meditación en el oratorio de un centro de la Obra. Sin que los demás se dieran cuenta, entró el Fundador y se sentó en el último banco. Cuando el sacerdote comentó que el fundamento de la vocación del Opus Dei es la "humildad", monseñor Escrivá de Balaguer, en contra de su costumbre, le interrumpió diciendo: "No, hijo mío, la filiación divina."

El sentido de la filiación divina -saberse hijo de Dios- será un aspecto fundamental de la espiritualidad del Opus Dei.

"¡Ah, Señor! -díselo con toda tu alma-. Yo soy... ¡hijo de Dios!

"Al traerte a la Iglesia, el Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: el-es hijo de Dios. No lo olvides" (Forja, pág. 246).

"Descansen la filiación divina. Dios es un Padre -¡tu padre!- lleno de ternura de infinito amor. Llámale Padre muchas veces, y dile -a solas- que le quieres, ¡que le quieres muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo" (Forja, pág. 331).

"Minutos de silencio. Déjalos para los que tienen el corazón seco. Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos" (Camino, pág. 115).

"Los hijos... ¡Cómo procuran comportarse dignamente cuando están delante de sus padres! Y los hijos de Reyes, delante de su padre el Rey, ¡cómo procuran guardar la dignidad de la realeza! Y tú... ¿no sabes que estás delante del Gran Rey, tu Padre-Dios?" (Camino, pág. 265).

"La filiación divina es el fundamento del espíritu del Opus Dei. Todos los hombres son hijos de Dios" (Es Crisio que pasa, pág. 64).

"La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños" (Es Cristo que pasa, pág. 65).

Podría seguir llenando hojas y hojas, transcribiendo y reproduciendo cómo mi tío José María ha insistido de una y mil maneras en la filiación divina como fundamento del Opus Dei. Pero él no descubrió nada nuevo, no en vano ésa es la vocación cristiana. Muchos años antes de que mi tío viniera al mundo los cristianos vivían este mismo mensaje, una fuente común para todos nosotros y no exclusiva del Opus Dei.

"Desde el 2 de octubre el Fundador predica, con clarividencia y fuerza inconmovibles el mensaje de la santidad de los laicos en medio del mundo, en el trabajo profesional, en la familia, en todas las encrucijadas de los hombres.

"Santificar el propio trabajo, santificarse en su trabajo y santificar a los demás con el trabajo.

"Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración" (Camino, pág. 359).

"Lo que he enseñado siempre -desde hace cuarenta años- es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y al servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales -a manifestar su dimensión divina- y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obras de Dios, "Operatio Dei", Opus Dei.

"Por eso, el objetivo único del Opus Dei ha sido siempre ése: contribuir a que haya en medio del mundo, de las realidades y afanes seculares, hombres y mujeres de todas las razas y condiciones sociales, que procuren amar y servir a Dios y a los demás hombres en y a través de su trabajo ordinario" (Conversaciones con monseñor Escrivá).

No es posible encontrar novedad alguna en ese mensaje; que como él mismo reconocía es tan antiguo como el Evangelio, y como el propio Evangelio, también nuevo. Durante siglos, la humanidad entera se ha santificado a través del trabajo, y sobre todo con el trabajo duro, el trabajo manual. La historia de la Iglesia está plagada de santos que vivían el mundo trabajando en ocupaciones ordinarias, labradores, pastores, artesanos, mineros, oficinistas, estudiantes, amas de casa...

Aunque no deja de ser cierto que también ha premiado y santificado en una mayor proporción a quienes renunciaron a su apego a los bienes materiales y siguieron el camino de la perfección del que nos habla el Evangelio: "Acercósele uno y le dijo: Maestro, ¿qué de bueno haré para alcanzar la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno; si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Díjole él: ¿Cuáles? Jesús respondió: No matarás, no adulterarás, no hurtarás, no levantarás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre y ama al prójimo como a ti mismo. Díjole el joven: Todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún? Díjole Jesús: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme. Al oír esto el joven, se fue triste porque tenía muchos bienes. Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo que difícilmente entra un rico en el reino de los cielos. Oyendo esto, los discípulos se quedaron estupefactos, y dijeron: ¿Quién, pues, podrá salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: Para los hombres, imposible, mas para Dios todo es posible."

Como exhortación a todos los cristianos, la prédica de mi tío José María sólo puede calificarse como maravilla. Recordó a todos los hombres un mensaje que, aunque no olvidado, era necesario refrescar en la memoria. Y nadie puede considerarlo fuera o lejos de los textos evangélicos. Un punto y aparte merecerá, por tanto, si el Opus Dei cumple con los mandatos. Y yendo un poco más lejos, si es necesario pertenecer a la Obra para plasmarlos.

Cristo garantiza la salvación, y también la santificación, mediante la observancia de los mandamientos y, evidentemente, de la oratoria evangélica de mi tío. Pero esa unidad de vida no requiere el paso por el Opus Dei.

El fundamento, como vemos a lo largo de los escritos y predicaciones, está basado ante todo en la filiación divina, por la que los miembros del Opus Dei son hijos de Dios, y como tales tienen que vivir con arreglo a esa condición. Pero la máxima alcanza a todos, es universal para cada uno de los seres humanos. Todos somos hijos de Dios y debemos vivir con arreglo a esa condición. Chirrían tantas manifestaciones continuas remarcando e intentando demostrar que son cristianos corrientes y molientes. Pero atendiendo a las constituciones que rigen la institución -y sin entrar ya a considerar la clasificación interna-, por encima se sitúa la obligatoriedad de hacer los votos y cumplirlos. Y en el mismo plano hay que situar las normas que rigen a los miembros de dicha institución. Real y verdaderamente extraño necesitar la creación de una institución para la observancia de estos planteamientos.


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