Memorias del Centro de Estudios

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Por supOmal, 13.02.2012


Me apetece recordar, pura higiene mental y espero ser literal a pesar de tantos años transcurridos. Algunas cosas no se olvidan jamás, son cicatrices que tenemos la obligación de contar y transmitir. Como la mayoría, ingresamos en primer curso de carrera, después de haber pitado un par de años antes…

  • Me creía un verdadero afortunado, un primera espada por tanto privilegio. Pero mi vagancia innata que “ellos” ya sabrían, me decía que allí se me iba a exigir mucho. Era de pueblo y eso crea un instinto de supervivencia, sabemos arreglarnos con poco, pero atendemos a lo bueno. Mi primer error: llegué en taxi el primer día. Bronca. (La primera de tantas: puro amor)
  • En dos días ya me doy cuenta que soy un número más. No soy nada ni nadie. Grupos, normas mil, mi ego empieza a sentirse afligido. (Eso si era una buena novatada)...
  • En pocos días pánico controlado: el director se obsesiona en enseñarnos un slogan que debería repetirse in eternum en las tertúlias y a grito pelao: ”…somos unos tíos normales !”. (Por poco, pero casi me lo creo).
  • ¿Te conoces a ti mismo?, me preguntó mi director de grupo en la primera charla. Creo que sí, claro,.. pues noo !. (No imaginaba que ni mi madre me iba a reconocer dos años después).
  • Entiendo perfectamente lo que nos dicen, lo que quieren. Lo acato, he entregado mi vida a Dios y Él sabe lo que quiere de mi y estos van a contármelo.
  • Los estudios en la uni van, pero con tanto rezar seguro que irán mejor. Aprobaré seguro, tengo fe, las normas, me mato a novenas y me lío a saco a hacer “amigos” para la labor. (También estudiaba algo).
  • Tienes que rezar más: más?. Intensas horas en el oratorio buscando respuestas, para evitar hacerme preguntas. Soy un verdadero cabeza verde.
  • En una charla le digo a mi director: he sentido una gran paz ante el sagrario y la Virgen, como si estuvieran allí… coño!, (perdón), qué perogullada!, me suelta el muy obtuso director. (Empiezo a no entender, con lo bien que iba...)
  • Señor: soy un “perogullo”, así que mejor ignoro que estás ahí y mi director no me faltará. Tu ya le conoces, yo no, pero me parece como la cotorra del pueblo, como si no sintiera lo que habla,… en fin, tú sabrás. (Hoy le daría un tortazo a ese director que necesitaría más que fe para recuperarse de la lesión).
  • Mortificación: un secretario de otro grupo me tiene manía. Lo tuve en el curso anual previo al C.E. y le pedí a Dios de no coincidir con él jamás. Qué mala leche!. Siempre mala cara y vista agresiva al cruzarnos, desafiante, despreciador, qué cabrón cuando podía echarme mano en temas varios. Lo evitaba como al diablo. (Tranquilos, no tenía el pelo blanco, pero prefería más ración doble de cilicio que su presencia).
  • Los de pueblo sabemos cuando nos tienen cruzados. Este debía ser el problema: él, hijo de insigne notario de gran ciudad y víctima de sus pijo-padres “supers”. Niño de club que jamás ha pisado una calle normal y yo un simple pueblerino. Por cierto, leo con sorpresa que actualmente es el vicario de una delegación: no me extraña, los obsesos siempre “triunfan”.
  • Semana económica: hay que salir a pedir dinero a quién sea y a dónde sea. Ahí me quedo a cuadros, pero algo habrá que hacer… hice una quiniela, pero (mea culpa) no me atreví a contarlo. Pero si me hubiera tocado os juro que lo habría dado, eh?. (A lo mejor me ponen en un altar).
  • La administración: eso si es santidad. Cocinar y servir a los servidores inteligentes de Dios siempre me alucinó. Las miraba con mucho cariño, del bueno, no seas mal pensado/da. Y va la pobre se resbala y cae con fuente caliente en sus manos,… Quietos!!!, es todo lo que recuerdo. El director había vociferado violentamente y nadie se atrevió ni a mirar ni ayudar. Recé por ella,… era una hermana?. Tranquilo, tu no debes preocuparte de eso.
  • Pureza: qué voy a contar de tan tamaña misión heroica e innombrable. Intentaré ser lo más suave posible y espero que nadie se rasgue las vestiduras a esas alturas o me va a decepcionar: cuarenta mil estrategias para despistar a la naturaleza y a esas edades, volcanes sin destino, eunucos mentales, qué proeza!. Lo conseguíamos!. Creo que mi prostatitis es fruto de tan insistente y tan alto grado de continencia contra natura. Con el tiempo y la madurez estoy convencido de que los que tienen un problema sexual grave son “ellos”).
  • Amistad: mis dos mejores “hermanos” del centro o lo que creía tíos con mayor afinidad, buena sintonía y mejor conversación me lo dejaron claro a la primera de cambio: mejor será que no nos sentemos más juntos en la mesa del comedor, vía corrección fraterna, claro. (Es que esa celda de castigo psicológica era de de juzgado de guárdia).
  • Cantos: nos hartábamos de cantar. Preferiblemente las canciones de “casa” claro, qué originales. A veces otras, recuerdo “El gato que está, triste y azul,..” o algo así, pues la prohibieron pronto (¿). Y el gregoriano,.. ja, ja, el que se decía era el director de canto era un perfecto inútil, al menos en eso. Yo tenía varios cursos de solfeo y piano. Jamás lo conté, de hecho nunca lo consideré relevante, por nada más. Instinto?.
  • Deportes: es bueno practicar alguno. Uno se desahoga, es saludable... pero nunca pude practicar el que yo quería, del que sabía y me gustaba. Tuve la desgracia que aquel santo secretario mortificador sabía muy bien cual era mi preferido… y nunca quedaban plazas para mi. Bendita paciencia, mi cielo cada vez más grande. Cuanto le debo a ese,… desgraciado, hombre!. Y así de paso me quedo más a gusto. Hola Nacho,... te acuerdas?. Lo dudo, son demasiadas fobias rutinarias, pequeñeces, nada importante.


Perdón por ser tan grosero, aunque creo que soy simplemente un sincero salvaje, eso me enseñaron. Me gusta ver las cosas de la vida con perspectiva, ni creo que sea ironía fina, aunque a más de uno le dolerán las tripas. Sabemos perfectamente que este sitio está controlado, analizado y que provoca numerosos informes internos. Eso espero, pues no seria propio de ellos no hacerlo.

Un hombre, al que creo muy honesto, santo y sabio, le oí decir que la gran ventaja que tiene la Obra es que los que hemos pasado por ahí somos demasiado buenas personas. Yo le pregunté: ¿todos ?. Me contestó: no, alguno queda dentro, pero pocos. Creo que él sigue dentro.

Pesadillas adolescentes

Es curioso por premonitorio, que la primera imagen consciente que tengo del Opus Dei yo tenía apenas 15 años y llevaba una “cogorza” considerable de brandy (Fundador para más señas) en una tertulia después de comer. Era una convivencia en una magnífica casa, como debe ser, pues te impresionaba ya sólo con verla al llegar. Asistí para pasarlo bien, es lo que uno a esa edad espera y desea. Sabes que te harán rezar y cosas de estas, pero estar con los amigos de fin de semana, hacer deporte, estudiar, ambiente, también nocturno (de pura y sana inocencia), etc. era lo que entonces nos apetecía. Una jugosa carnaza que envuelve un anzuelo perfecto, pero una vez ya has "picado" jamás vuelves a probar ese bocado.

La había organizado el centro donde iba a estudiar alguna tarde por invitación de un compañero, el cual dejó de ir por allí exactamente el mismo día que me llevó, fue su último y jamás supe por qué. De la misma forma que cuando yo pité, los que ya eran numerarios de mi curso dejaron de serlo poco después, uno tras otro...

Feliz y eufórico por el "chute" de mis primeros cigarrillos y alegre encuentro con el alcohol, pensé que esto del opus era algo cojonudo, la pera en bicicleta vamos y que uno habría que mostrarse la mar de “majo” para que me tuvieran en cuenta más a menudo y poder disfrutar de tanto éxtasis adolescente. De esto hace muuuchos años, hoy sería un delito, pero como tantos otros del OpusDei. No me extraña que ahora les cueste mucho más "pescar", pues aquel sabroso cebo está prohibido por ilegal, aunque ignoro si lo respetan. Yo no pondría la mano en el fuego.

Pité pocos meses después, cuando faltaban tan sólo un par de semanas para el UNIV y me hacía una ilusión enorme ese viaje. Pero haber escrito "la carta" tan pronto me supuso el primer disgusto: ya no vas a ir a Roma. Hay un chico que nos interesa y que ocupará tu plaza. No me esperaba ese “premio”, debí ser presa demasiado fácil y no iban a malgastar una plaza conmigo. A esa edad no se entienden muchas cosas, pero a pesar de mi dolor yo lo acepté, llevado sin duda también por intentar caer bien a los superiores, a la sazón profesores míos en el colegio.

Solo 3 meses después aterrizaba en mi primer curso anual, en El Grado, usando como residencia las reformadas antiguas barracas de los obreros que construyeron la presa. Me impresionó el cura barrigón y fumador empedernido que atendía el curso, cuando nos reunió para hacernos una charla nada más llegar. Recuerdo que especialmente habló de la higiene personal, con especial énfasis en el “pito”, que no hacía falta sacarle brillo, tal cual. Me ofendió sobremanera, incluso empecé a pensar que aquello era un campo de corrupción de menores o algo parecido y me habían engañado. No comprendía tanto discurso radical ni tanta ordenanza cual campamento militar. Era un cura, con una sotana más chamuscada que el macuto del chusquero, por lo que pensé que no debía desconfiar. Recuerdo que recitaba de memoria "La venganza de Don Mendo" y el pobre siempre saludaba diciendo que estaba muy jodido, pero contento. Era otra frase que yo no paraba de darle vueltas, pues a mi edad no había vivido suficiente para tanto mensaje encriptado.

Un amiguito del pueblo me advirtió de que si en aquel curso de verano no iban chicas, debía tener cuidado con mi retaguardia y aunque le di vueltas a tenor de lo visto, sinceramente entonces no le entendí. Allí descubrí el cilicio, el suelo, los votos, las correcciones, allí descubrí que me estaban desgarrando algo de intimidad, quizás la inocencia. Pero era verano, largas brazadas en el pantano y peor alimentado que en un cuartel no estaba. Y tenía el privilegio de una habitación individual, cosa no muy normal, ya que me las apañé para conseguirla. Fue el mismo verano que se abrió Torreciudad y el día antes a la inauguración estábamos todos allí para ver los preparativos. Tarde muy calurosa y nada más llegar andando desde el poblado de El Grado, se abrieron la verjas de la explanada para dar entrada a un flamante y fastuoso Mercedes granate oscuro con cortinillas, que cruzó a toda velocidad hasta llegar al pie de la escalinata del santuario para luego ser engullido por tamaña estructura. Pensé primero que se trataba de Franco (moriría pocos meses después) pero alguien dijo que era Don Florencio. No pregunté más para no poner al descubierto mi ignorancia, pero te aseguro que imaginé entonces que sería un ministro enviado por el mismísimo generalísimo. Un coche así solo lo había visto cuando Franco vino de visita oficial a mi ciudad unos cuatro años antes.

Como entonces, por mucho que lo saludamos enérgicamente agitando los brazos, nadie correspondió a tanta entrega. Me sentí importante por estar allí, pero también ignorado cual plebeyo despreciable, lo cualo se confirmó a los pocos minutos cuando nos pusieron escobas entre manos con la sagrada misión de dejar la explanada como una patena. A decir verdad, ni siquiera recuerdo la ceremonia del día siguente. Debería estar pensando en qué mundo estaba yo, donde los curas van en coches de gran lujo con chófer.

Supe en la tertulia de la noche, no sin agudo desconcierto, quién era aquel pájaro espino (en 1975, el consiliario del Opus Dei de la región de España). Soy muy reservado y no dije nada, pero esta anécdota todavía me persigue en sueños de noches tormentosas, pues sigo sin comprender. No era un "sapo", para mi sólo un jeroglífico. Es curioso que después de los años uno sigue haciéndose montones de preguntas, alguna con respuestas clarísimas, otras mantienen un misterio que ríete de la Santísima Trinidad. Pero uno necesita manejarse y elabora el diccionario de las contradicciones para calmar el irritado sentido común, evitar más ataques de estupidez y quedar extasiado con tanta santa mentira compulsiva y adocenada simultáneamente.

Con lo de los votos tardé un poco a dar con la clave y su traducción correcta, soy un poco lerdo, pero no tanto como para otorgarles respeto y credibilidad alguna. Los de pueblo somos planos, pero podemos sacarnos un par de carreras y hacer fortuna en actividades empresariales, formar una familia extraordinariamente feliz y normal de verdad, aún manteniendo la vagancia innata y sin creer un ápice de la santa desfachatez o la Santa Farsa como es cada vez más conocida la obra de Escriba. (No me equivoco). Iba con lo de los votos: Obediencia (Sumisión), Castidad (Represión) y Pobreza (Avaricia Corporativa). Los amantes de la verdad y que han transitado por tan santa pasarela, aún a riesgo de haber quedado tarados de por vida, sabemos que es así y punto.

Y punto y aparte requiere la Caridad, que no es voto porque aquel día el terrorista divino estaría despistado, pero bien que hubiera podido ser. El más alto y expreso mandato de Cristo no podía quedar impune y tan ampliamente despreciado. Desvalijado y prostituido como lo ha sido y está siendo por quienes viven ahí dentro el verdadero espíritu fundacional, aunque si uno observa bien, nada especial si tenemos en cuenta que los mensajes de Jesús de Nazaret no tienen la más mínima cabida en el Opus Dei. De hecho, jamás he visto un interés específico para que fuéramos imitadores de Jesús, más bien nos querían y quieren Cirineos. Interesante ejemplo comparativo que me gustaría desgranar en un próximo escrito, lo encuentro absolutamente fascinante. Ya sabéis la consabida pregunta atribuida a A. del Portillo: ¿Quién se atrevería a afirmar que el Cirineo tuvo mala suerte?. Perversión a raudales.

Corruptelas de Curso Anual

Una brisa de aire libre y fresco en forma de imágenes me van despertando la memoria, oxigenando etapas y episodios de aquellos años que marcaron nuestras vidas. Y para evitar cualquier fosilización de una historia que merece ser contada tal como realmente fue y sentí, no como la prelatura desearía que fuera, o sea, olvidada o falsamente escrita, paso a relatar algunos hechos.

Era final de la década de los 70 y a los numerarios jóvenes, con una media de 17 añitos, nos ingresaban en masa en un colegio del entorno opusdeístico, (Corporativas, Fomento, Institución, etc), donde las aulas eran grandes dormitorios y los veranos demasiado largos y calurosos para encerrar jóvenes fogosos, con el objetivo de hacer el preceptivo curso anual. Condiciones algo espartanas comparadas con las habituales residencias de los miembros numerarios regulares, la teórica élite, pero es lo que había y era preciso para domar, controlar y adoctrinar más férreamente al inmediato residente de centro de estudios. También para amortizar instalaciones, que en determinadas épocas del año deberían estar cerradas, obedeciendo a la consabida consigna de economía endogámica...


Estudios internos: empiezan las clases de filosofía y teología, ¡qué coñazo!. Quien diga lo contrario es que no tiene alma, porque se la habrá vendido por un plato de púrpuras lentejuelas. A los de ciencias se nos hacía especialmente penoso. Pero la gran mayoría se lo tomaba con la misma resignación y convencidos de obtener la absolución por adelantado al declararnos culpables en confesión de copiar como cosacos para aprobar todas estas materias. Curiosamente había profesores (normalmente sacerdotes) que te permitían hacer el examen donde quisieras, no era necesario quedarse en las aulas, sólo lo suficiente para anotar los enunciados de las preguntas de la prueba. Lógicamente apenas quedaba alguien allí, los demás nos íbamos a copiar (para estar más “concentrados” en terminología interna) donde nadie nos pudiera observar. Incluso te los encontrabas en los baños. Recuerdo especialmente a uno que pillé sin querer al entrar en un despacho y que se enfadó muchísimo. Hoy un mediocre fiscal. Por nada.


Aniversarios : había la costumbre de que para tu aniversario dejaban pedir algún "capricho". Del estilo de poder elegir la canción que te gustaría cantaran en la tertulia de la noche en tu grupo o quién querías que explicara algún chiste, por ejemplo y poco más. También sacaban algún cacahuete para picar. Toda una fiestaza, un lujo sibarita. Yo pude escoger una canción, que interpretaba magistralmente un numerario del curso, del cantautor catalán Lluis Llach. Pero el secretario de mi grupo (aquel que me tenía manía y hoy es todo un vicario de delegación, hijodepijopapánotario, cultivado, “regado y podado” en club de zona alta, ¿te acuerdas ?) prohibió que se aplaudiera la actuación y a mi, de forma expresa, para que no diera ni las gracias. Se ve que a él no le gustaba, ni el Llach, ni el intérprete, ni yo. Todo un ejemplo para ayudar a entender el sentido de la caridad. También un buen ejemplo del maníaco y arbitrario capricho de tantos superiores del Opus Dei, más allá de su estado de gracia o por la gracia de estado por ser quiénes son. !!Qué gracia la de su estado!!.


Correcciones: andaba yo cerca del desierto comedor y por ende de la cocina de aquel inmenso colegio, cuando me sale un "hermano" de la penumbra y me dice: ¿qué haces por aquí ?. Pues nada, iba a por una jarra agua que me han pedido. Ah!, vale. ¿Te apetece un helado, me susurra el aparecido ?. Y a quién no con ese calor, le dije. Toma un almendrado, pero no se lo digas a nadie. Lo disfruté, sin duda.

A la mañana siguente, el susodicho "hermano" me toma en un aparte y me la clava: ..para comer un helado hay que pedir permiso a tu director, ¡enano!. A saber lo que le había contado el cabroncete a su respectivo para hacerme esa corrección tan "fraterna". Empecé a descubrir la mala leche interna, o sea, la tradición no escrita, la que se trasmite oralmente.

Una improvisada e inocente tertúlia nocturna y me veo envuelto en un cruce de correcciones que hoy todavía intento descifrar. Me la clavaron tres veces por lo mismo (con tantos grupos y "jefes", había un descontrol notable). Incluso yo tuve que hacer la misma corrección a otro por indicación de mi secretario. Oye, ¿tienes un momento?, pues verás, que ayer noche,.. Nooo, otra vez noooo, me interrumpe la víctima.


Una de "estar como en casa": ¿quizás algo me sentó mal de la comida?. Me retuerzo de dolor. Mareado y casi sin sentido alcanzo la zona de dormitorios porque el baño estaba por ahí. Nunca antes sentí algo parecido, me asusto, me tumbo en una cama para ver si calma tanta tortura y estertor. !Qué coño haces en la cama a esta hora! me suelta un subdirector que patrullaba por la zona ... ehhhh, viiiisa a médico, ejjjtoy fatal, geviento, ahhhh. ¡No será para tanto novato! murmura él y se va. Al cabo de un rato (para mi una eternidad) aparece el "médico". En aquel entonces la atención médica (encargo) la daba algún simple estudiante de esa carrera. Me inspeccionó y como no sabía muy bien qué me pasaba, apuntó una posible apendicitis. Estaba yo con la consciencia limitada, por lo que voy a omitir conversaciones de las que me podría arrepentir por no estar plenamente seguro de reproducirlas con fidelidad. El aprendiz de galeno hablaba con alguien más, noté que había más gente, casi una tertúlia.

Me sentí desprotegido, abandonado y perdido, eso si lo recuerdo y lo puedo afirmar. Quedó finalmente y por suerte en poco, pues al cabo de muchas horas desperté, seguía acostado en la misma cama y estaba sólo. El dolor había remitido, desconcertado me levanté e intenté reincorporarme a alguna actividad. Deambulando por aquellos pabellones buscando a alguien sin éxito. Finalmente se me ocurrió ir al oratorio y allí estaban todos cantando: os aseguro que pensé por un momento que estaban cantando un Requiem por mí y yo era una pobre alma buscando refugio después de abandonar mi cuerpo. Aún hoy espero diagnóstico, nadie me dijo nada, ni nadie me preguntó cómo me encontraba, ni entonces, ni nunca más. Ni el estudiante, ni el subdirector que me "encontró", (paradójicamente me enteré días después que era médico), ni el secretario de mi grupo se interesó. Nada de nada. Supe entonces que "allí" no era precisamente el mejor lugar para morir.


Apostolado: difícil situación, en un colegio de zona apartada y en pleno verano, la de hacer "amigos" para la labor. Aún así había que hacer cosas. Pues a montar alguna actividad para los chicos habitantes de las urbanizaciones lindantes. Ya me veo con un "hermano", cual pareja de la benemérita o mejor aún, cual dúo apostólico de Jehová, caminando por aquellas calurosas calles desiertas en pleno mes de Agosto y llamando a los timbres de las casas. Y cuando alguien abría la puerta, mi "hermano" me miraba y me preguntaba mi nombre y decía: mire señora, éste y un servidor venimos a proponerle un cursillo para sus hijos que vamos a organizar en el colegio X. Lo que más dolía no era que nos cerraban las puertas en las narices, si no que mi “socio” no se acordara en toda la tarde de mi nombre, ni cuando contó las aventuras en la tertulia de la noche. Yo aún me acuerdo del suyo después de 30 años.


Después de tanta corrección, tanto desgaste, tanto "estudiar", tanto cantar, tanto calor (también tanto "frío") y tanta comedia, ya no me quedaban ganas ni de tertulias, ni de helados, ni de casi respirar. Salir de allí era imperativo, huir de tanto ruido rítmico nocturno en las habitaciones multitudinarias en el silencio de la noche y de tanta farsa era una necesidad vital. No era formación, era sometimiento y humillación. Un laberinto emocional del que salir indemne era realmente heroico a menos que tuvieras un cuerpo y corazón de piedra. Triste realidad que veo en el fondo de cuantas cosas he conocido de la prelatura. Es mi experiencia: ¿alguien me puede impedir recordar ?.

Para acabar y conscientes de que el día 19 es muy importante para algunos, recomiendo la lectura de un “libro silenciado” de esta web y que he descubierto este fin de semana. El testimonio de Halma (2003). Me ha parecido extradordinario.

Aprovecho también para contar que ayer Domingo en una comida familiar en casa de los suegros, apareció una cuñada numeraria después de casi 2 años de no haberla yo visto. Treinta y pocos años, callada, apagada, desaparecida, qué tristeza en su cara y en su mirada. La recuerdo cuando era niña: alegre, simpática, cariñosa y afectiva. La pobre es hoy un cadáver andante. ¡Qué pena!.

La impostura del Padre

Tengo que reconocer llanamente que una vez metido en el Opus Dei tuve que buscar continuamente argumentos que pudieran abonar mi presencia y dedicación a tan extraña sociedad religiosa. En ese sentido, una vez me gustó una meditación de “Camino” por la que el Fundador declaraba sin ambages que todos los honores, dignidades, riquezas y preeminencias en la sociedad no eran más que una basura. Esta doctrina estaba en consonancia con lo dicho con San Pablo sobre el amor al dinero como raíz de todos los males; el peligro de las seducciones del mundo, y en definitiva con lo que dijo el Señor: el que quiera ganar su vida en este mundo la perderá. Pero, ay, pronto me di cuenta que esa clara directriz sólo valía para todo el género humano, menos para el mismo Padre, Monseñor Escrivá de Balaguer y Albás. Este hombre cambió de manera absurda su nombre civil, se inventó un linaje, reivindicando un título nobiliario que no le correspondía ni por asomo, y recreó un personaje, notablemente falso y notoriamente también de orientación no cristiana...

A pesar de la necesaria separación de los cristianos de las vanidades mundanas, el Padre dictó que ante él se debían arrodillar sus hijos, y acompañarle con lamparitas, y nombrar custodes, y demás, con perdón, mamarrachadas, en la dirección contraria de las enseñanzas fijadas en la Palabra y en toda la tradición de los cristianos. Unos ángeles que se aparecen en el antiguo testamento advierten a los hombres que no deben arrodillarse ante ellos, pues no son Dios; el mismo San Pedro en los hechos de los apóstoles avisa a unos que iban a prosternarse ante él que no lo hagan, pues sólo es un hombre. Está, además, la clara admonición del evangelio: “no llaméis a ninguno padre, pues uno sólo es vuestro padre.” Pero nuestro Padre, además, sabe dar una explicación a este cúmulo de despropósitos y nos dirá: “hijos, ya sabéis que no es por mí…”, como si la distinción de ser Fundador y Padre del Opus Dei fuera una tremenda carga, que necesariamente debe llevar unas deferencias a las que él debe someterse humildemente.

Yo he leído en estas páginas sobre el delirio narcisista de muestro personaje, y se han dicho cosas muy pertinentes sobre el asunto. Su impostura es general, sobre él mismo, no se sabe si dice, como en el asunto del “polisón”, ni “un átomo de verdad”. Se trata de la reinvención del personaje, tan del gusto de los inventores de religiones de todos los tiempos. Este hombre odiaba la pobreza de su familia, tan generalizada en la sociedad española de la época, y a mucha honra. Le pareció insuficiente su propio nombre, su casa de nacimiento, sus títulos civiles y eclesiásticos. Pero de entre todo ello, hay cosas verdaderamente chuscas. Una de las más tristemente graciosas es la de que era “cristiano viejo”. Por fortuna, la sociedad española desconoce el sentido de la expresión cristiano viejo. Pero el barbastrense nos dice que no sólo es cristiano, sino a demás “cristiano viejo”; o sea, en los términos estrictos de la expresión, el Padre no tenía “gota de sangre de judío ni de morisco”, era pues de buena sangre. ¿Qué sentido puede tener aquella expresión en la boca de un aspirante a “santo”? Como parece que es posible que este hombre se hubiera tomado en serio los hechos en cuestión en la gran polémica española de la limpieza de sangre, conviene detenerse en ello.

Luis Carandell, en su famoso libro sobre la vida y milagros de nuestro hombre, pasa como sobre ascuas sobre el tema, y si bien su apellido verdadero “Escriba” le suena a judaico, tras una consulta considera que no debería disfrutar esa ascendencia porque el apellido sería demasiado concluyente, cuando los conversos se habrían camuflado bajo apellidos resonantes como edictos cristianos. Pero ¿qué pensaba la mente de nuestro biografiado, que no era nada normal? No le debió gustar la nobleza de la ascendencia judía, que tantos grandes personajes españoles ha dado entre intelectuales y santos del siglo de oro. Tampoco le debió parecer honrosa la indiscernible sangre judía en nuestra genética nacional, que por el amasijo de sangre hace que todos tengamos alguna gota de las doce tribus, a mucha honra, por supuesto. Todo indica un desprecio a algo como un fantasma de siglos pasados, pero lo curioso es que sus obras parecen dirigir su pensamiento religioso y su praxis en otra dirección al prurito de cristiano viejo. Es el caso que toda su obra, que para mí tiene los contornos de una nueva religión a cuyo servicio implanta una organización sectaria, está informada por las líneas maestras de la antigua religión judía del antiguo testamento: un código rígido de un centón de ordenanzas, preceptos, obligaciones, gestos externos, ritualistas y devocionales, tan alejado del evangelio de la gracia y del culto en espíritu del nuevo testamento. En esa religión, ante todo se busca la retribución a unos méritos y obras en este mundo, buscando la participación y disfrute de los honores y riquezas, de la que nos dio ejemplo el propio fundador. Para eso, era necesaria la reconstrucción de un personaje, que alcanza su consumación con su canonización, que es, otra vez, la búsqueda de la veneración limitada a los estrechos confines de este mundo.

Escandalosamente imperfecta

Esta es la conclusión a la que yo he llegado, pero cualquiera podría fácilmente llegar si además de leer y saber como se vive ahí dentro (especialmente numerari@s y agregad@s), uno se molesta en profundizar mínimamente en sus comportamientos, desechando la cobertura policromada de sus múltiples fachadas y enfocándolo con el corazón abierto, sin prejuicios, sin fobias, pero también con juicio y con un mínimo conocimiento del mensaje de Jesucristo.

Paso a contar detalles y vivencias como anécdotas para hacerlo algo ameno, pero en el fondo sabemos que la mayoría de sus procedimientos son los rutinarios, porque sabemos que son escandalosamente mentirosos cuando les conviene y son unos artistas en pasar el rastrillo por la arena del camino andado, dejando a su gusto sólo las convenientes huellas para aparentar una pretendida perfección...


Profesionalidad y trabajo: sin duda a la obra han pertenecido y pertenecen personas que han llegado a cuotas de prestigio relevante en algunos campos. Pero mi experiencia, repito, en mi particular tránsito por este mundo a lo largo de 50 años y en frecuente contacto con personas del Opus Dei, ha sido encontrarme con gente ordinaria (humanamente y profesionalmente) en el mejor de los casos, con mucho personaje mediocre o incompetente y con demasiados casos escandalosamente incompetentes.

Mis últimos contactos profesionales con personas de la opus ha sido con una agregada y una supernumeraria, mujeres de mediana edad a las que se dio empleo en una empresa de la que soy socio. Entraron por decisión de un encargado y con recomendaciones particulares de un sacerdote local de la obra. Qué desastre: a los pocos meses estaban en la calle y tuve que intervenir para que no las demandaran. Ambas con unos CV quizás envidiables pero muy postizos. Yo conocía lo suficiente a una de ellas (ella no a mí) y no me cuadraron nunca sus méritos.

Nunca he tenido socios que lo fueran y a los que pudieran haberlo sido jamás los pudimos aceptar por impresentables, no por ser miembros de la institución. A los muchos que conozco de distintos ámbitos, tanto amistades concurrentes, como empresariales y profesionales, a ninguno le atribuyo un mínimo éxito ni los puedo hacer resaltables en nada, al menos en lo positivo. Ya que en lo contrario, sí que puedo y en mucho. Por tanto, ser corrientes en lo ordinario con lo de la santificación del trabajo, poco. Aunque vete a saber si ahora, hacer las cosas mal forma parte de lo habitual y está incoporado como conducta corriente y ordinaria.


Como hijo: los mejores profesores que he tenido no eran de la obra, ni siquiera en los doce años de colegio corporativo. Los peores que tuve sí eran numerarios. Es entendible, que no comprensible, pues la mayoria son puestos a dedo sin la menor vocación docente y sus objetivos son otros. Escandaloso era el chantaje que hacían algunos para que asitiéramos a determinada actividad en el club: o vienes a la excursión o ya te puedes olvidar de aprobar la física. Recuerdo especialmente a uno que ya no es de la obra. Lo veo de vez en cuando y está hecho una piltrafa, eso si, muy elegante.


Como esposo: ya quedan poc@s, pero habían bastantes familiares por parte de la familia de mi esposa que lo han sido, amén de sus padres. Por tanto, el ambiente transpiraba “parfum d’opus deum” que te caías “pa trás”. Pero uno, ex-numerata, ya sabe con quién se la juega. Lo único positivo era que mi amada futura mujer no sólo no lo era, sino que santamente rebelde con la causa. Una bendición.

Aún pensando saber de qué iba el juego, que yo recuerde mi suegro me ha dirigido la palabra sólo un par de veces en veinte años. Vivimos en la misma ciudad y coincidimos casi quincenalmente amén de muchas otras razones. Mis padres y mis suegros sólo coincidieron el dia de la boda y en una cena previa para la presentación de la candidatura marital para su hija. Nunca más.

Siempre he tenido la sensación de que para ellos, los suegros, sólo se casó su hija. Si acaso con alguien, pero poco más.

Escandaloso a mi entender el comportamiento de gente que en teoría son “expertos” en família. Pero el concepto de família en la opus ya sabemos cual es. ¿Verdad?.


Como padre: lo mismo puedo decir que dije como hijo en cuanto a los profesores. Realmente malos los que por “casualidad” eran o son de la cosa. Qué escándalo y desastre de tutorías. Qué buenas también, pues tuvimos la suerte de tener a profesores extraordinarios, pero no eran ni son de la opus, ni por asomo. Advierto que conozco bien a casi todos y vivo en zona donde están todos los pisos, centros y clubs de mi ciudad. En mi escalera hay uno. Y esto va, tanto para ellos como para ellas, en colegios y demás y de todos los arcángeles. Vamos, que sé hasta con quién se confiesa cada un@.

Qué divertido cuando algún padre despistado y supernumerarito él que, con suma inocencia y celo apostólico se acerca para invitarte a retiros. ¿De qué vas?. ¿De qué dios me hablas?. ¿Y es gratis?. ¿Me puedo traer a mi mujer?...Glups!!, piensan los pobres. Qué fácil es desmontarles el tinglado.

Y qué escándalo cuando en cursillos sobre la adolescencia para padres, ni se inmutan cuando el afamado conferenciante afirma que a esa edad NO tienen derechos. Debemos intervenir sus comunicaciones, reventar sus intimidades,.. no sigo, se me despierta algo, como un dolor dormido.


Un alegría y un sueño: el último numerario.

Con cena y fiesta, un alegre alborozo por la satisfacción de haber recuperado el amigo. Mi hijo me llama para explicarlo, el último numerario que quedaba de su promoción del colegio vuelve a casa. Todos los compañeros del curso le rinden homenaje y se desplazan desde donde haga falta para no fallarle. Hace ya unos años que no sabían de él, lo destinaron a estudiar la carrera muy lejos.

Es que esta generación son unos linces, sólo pudieron pillar a tres y ya no queda ninguno. Y los demás, chicos sanos, formados, serios, generosos, cristianos cumplidores, con carrera, hijos de los que nos sentimos orgullosos y ahora más si cabe, se unen para apoyar al amigo, al compañero que perdieron. ¡Qué listos son!. Esos sí son majos de verdad, ¿no os parece ?.

Comentamos con mi mujer que esta generación ha tenido la habilidad de quedarse con lo bueno y hacerse impermeable con lo indeseable. Saben nadar, bucear y lo que les echen cuando de prelaturas se trata. Las principales canteras de la obra, los colegios, hacen aguas en cuanto a vocaciones. Si a esta altura no lo ven, es que Dios no permite que lo vean y desea que se vayan secando.

Pues el Opus Dei hace cosas buenas (sólo faltaría), lo que no significa que todo lo haga bien a pesar de que su pretendido objetivo fundacional sea de orden trascendental y su teórico fin último sea la salvación. Como sabemos, su consigna es atribuir los errores a sus miembros, pero nunca a la institución, pues se empeñaron en presentarla como fruto de la perfección divina, igual que a su fundador. Y esto es escandalosamente imposible, escandalosamente falso.

Pero ésta es su base, el mayor atropello al sentido común y no hace falta ni ser agnóstico verlo claro. Y como es un defecto estructural, de cimentación, más bien pronto que tarde se va a desmoronar. La masa crítica para el agrietamiento ya se superó hace unos años, ahora es sólo cuestión que las inclemencias de los tiempos hagan el resto.

Corporativamente quizás haya tenido un éxito mundano, pero humanamente es un rotundo fracaso. Duele decir que en parte es también un fracaso de la amada Iglesia Católica, que por fragilidad de sus máximos representantes se la ha tolerado o incluso elogiado. En descargo de Ella está su fe, casi ciega, en el ser humano (hijos de Dios) y en el desconocimiento de la escandalosa y verdadera praxis del Opus Dei, muy distinta a los documentos oficiales que ésta presenta ante la Santa Sede.




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