Los escritos de Escrivá

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Por Gervasio, 3.08.2011


Con motivo de la pretensión del despacho Mas y Calvet de que Opuslibros retire de su web una serie de escritos, me vienen a la cabeza algunas ideas, no en relación con cuestiones propias de litigios judiciales, sino relacionadas con la autoría de esos escritos. En el elenco que proporciona Agustina figuran dos apartados: de un lado determinados escritos atribuidos a Escrivá, consistentes exclusivamente en “instrucciones” y “cartas” y de otro lado un variopinto conjunto de escritos a quienes no se atribuye un autor determinado. Son anónimos y llevan títulos tales como “Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas”, “Experiencias de consejos locales” y cosas por el estilo…

Las preocupaciones del despacho Mas y Calvet, aunque invocan la propiedad intelectual, no parecen afectar a intereses patrimoniales —a la propiedad intelectual—, sino a que esos escritos al ser colgados en internet resultan accesibles a muchas personas. “Como usted sabe —dice el burofax de Mas y Calvet— se trata de obras inéditas, cuyos autores y legítimos titulares nunca han querido difundir indiscriminadamente”. No se quejan de las pérdidas económicas producidas, ni las evalúan.

¿Quiénes están interesados en acceder a esos escritos? Las personas que son o han sido del Opus Dei. Son los principales, por no decir los únicos, interesados. El resto, salvo excepciones, carece de motivación alguna para tomarse interés por ese tipo de literatura. La cuestión de fondo es: ¿es bueno que los miembros del Opus Dei y los que han sido miembros del Opus Dei puedan acceder a esos escritos? Yo diría que sí, que es bueno. Los del Opus Dei, para conocer dónde se han metido. Los que fueron del Opus Dei, para conocer dónde anduvieron metidos. Cosa distinta es que, como siempre, la institución procure y desee que sus miembros y ex miembros permanezcan en la mayor ignorancia posible. No deja de ser significativo —pues es muy propio de las sectas— que los del Opus Dei, en cuanto dejan de serlo, pasan a conocer de la institución a la que pertenecieron muchas más cosas que antes.

Gracias a Opuslibros se han dado a conocer en general —y a la Santa Sede en particular— abusos cometidos en la dirección espiritual. Esos abusos —reflejados principalmente en las citadas experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas— pudieron no sólo ser denunciados, sino también probados. La pretensión del despacho Mas y Calvet resulta semejante a la de cualquier otro despacho de abogados que apela a la “propiedad intelectual” o a la “privacidad” para que escritos del cliente en los que reconoce o de los que se deduce su culpabilidad sean retirados de la circulación.

Eso de que los autores —Escrivá y del Portillo— no desean que sus escritos sean difundidos por internet es una voluntad interpretativa; no existente, por tanto. Resulta improcedente e irreverente atribuir a Sanjosemaría una voluntad no sólo inexistente, sino además torticera. Es de suponer que Sanjosemaría —desde el cielo— desea que se ponga término a cuantos errores y desviaciones se produzcan y se producen en el Opus Dei. Dado que la difusión de los mencionados escritos por Opuslibros ha propiciado que se haya comenzado a producir cambios en el modo de llevar la dirección espiritual, la voluntad interpretativa que hay que atribuir a Sanjosemaría es que esos escritos continúen difundiéndose por internet. Tiene que considerarlo muy saludable. Me vienen a la cabeza el alivio de satisfacción —reflejado en Opuslibros— de un sacerdote de la Obra —y que continúa siéndolo— como consecuencia de las nuevas instrucciones que, tras las denuncias, recibió acerca del secreto de confesión y la dirección espiritual. Se le quitaron agobios de encima.

Lo propio cabe decir de los llamados Catecismos de la Obra, en sus sucesivas ediciones. Pretenden ser —o más bien eso se nos dice—una exposición didáctica de los Estatutos del Opus Dei. Pero, como se ha hecho notar en Opuslibros, esos catecismos deforman en bastantes casos lo establecido en los Estatutos. Es conveniente que eso se conozca, tanto en bien del Opus Dei, como de la jerarquía eclesiástica encargada de velar por la buena marcha Opus Dei, como por los afectados por esas deformaciones. Los estatutos nada dicen sobre que los miembros del Opus Dei tengan que hacer testamento antes de vincularse con compromisos definitivos de pertenencia al Opus Dei. En cambio, el catecismo lo establece como una obligación. El catecismo pretende asimilar el Opus Dei a una diócesis, cosa que no se deduce ni del Derecho Canónico, ni de los estatutos. Etc. En suma, los catecismos tergiversan. Lo mejor es que cada uno pueda juzgar por sí mismo teniendo a la vista ambos textos.

Quisiera fijarme especialmente en esos escritos de Escrivá, que dio en llamar “cartas”. Esas cartas pueden dividirse en dos categorías: aquellas que llevan un incipit en latín y las que lo no llevan. La fecha de estas últimas es fidedigna, lo mismo que el motivo y finalidad de la carta, que son muy concretos. Tal sucede con las cartas llamadas “campanadas”: de 28 de marzo de 1973, de junio de 1973 y de 14 de febrero de 1974. Tales fechas son un tanto arbitrarias, por lo que se refiere al día —14 de febrero, fecha considerada fundacional, 28 de marzo fecha de la ordenación sacerdotal de Escrivá, etc.,—; pero no son arbitrarias por lo que se refiere al año y mes. En marzo de 1973 escribe una carta “campanera” y a los tres meses otra, abundando en lo mismo.

Las cartas que tienen un “incipit” en latín se acercan más que al género literario “epístola” al de “monografía”. La llamada “Ad serviendum” —a lo mejor me equivoco, pues utilizo la memoria de recuerdos lejanos— trata de los sacerdotes numerarios y con el “Ad serviendum” se pretende recalcar la idea de servicio en el sacerdocio. Está fechada en 1956. Hay una especialmente dedicada a lo que llamaba “el trasplante”: enviar una serie de personas —España era la que solía proporcionar el personal— a un nuevo país, para lo que llamaba “fundar”, por lo que entendía “comenzar la labor”. Aunque en la Obra se habla de apostolado personal, no hay tal. Se entiende que existe —hay labor, es la terminología— cuando se erige una determinada “región” y se la dota de una jerarquía. Cualquier apostolado que individualmente alguien haya hecho con anterioridad no se toma en consideración. El apostolado se entiende como actividad institucional. Por eso resulta tan poco laical. Puede y suele estar realizado por laicos; pero la correspondiente tarea no se considera apostolado sino ha sido previamente encargada por la institución. Me parece —hablo de memoria y con recuerdos muy lejanos— que le puso el “incipit” Mirabilis omnino y fecha de 1953 a la carta en la que trata de esas cosas; pero no estoy seguro. En cualquier caso contiene reflexiones, experiencias y criterios establecidos con bastante posterioridad.

En la “Multum usum” se habla específicamente de los agregados. La verdad es que, aunque se propuso en esa carta dejar claro en qué consiste la vocación de agregado, no lo consigue. Me parece que hoy día se sigue en la misma indeterminación. La carta “Res omnes”, fechada en 9-I-1932, aniversario de su nacimiento, es larga y densa. Tiene enjundia. Es de las más anacrónicas. No es de 1932 ni nada que se le parezca. En aquella época el fundador todavía no había publicado “Camino”, de 1939, ni “Consideraciones espirituales”, de 1934, ni la instrucción de San Rafael, fechada en 1935, ni la del modo de hacer proselitismo, fechada en 1934; etc. En un punto de camino se lee: Sin eso ni Cisneros hubiera sido Cisneros, ni Teresa de ahumada Santa Teresa, ni Íñigo de Loyola San Ignacio. Y todo ese punto — en nº 11— está lleno, como el resto de “Camino”, de puntos suspensivos, puntos y aparte, comas y puntos y coma. Hay excesiva puntuación y muchos signos de admiración, guiones de diversos tamaños y otros recursos gráficos. El estilo literario de la “Res omnes”, como la de la generalidad de las cartas con incipit latino, carece de las ingenuidades de sus escritos más antiguos. Tienen hasta citas eruditas en ocasiones. Pero jamás se cita algo que no sea la Escritura. A lo más un santo padre. Decidió hacer como los papas en sus encíclicas: citar sólo Escritura y santos padres. Por supuesto nada de mencionar a San Ignacio de Loyola que como cualquier otro jesuíta tenía prohibido acceder a cualquier casa de la Obra y menos aún instalarse en escritos del fundador. Ni siquiera se permite a sí mismo citar a Santa Teresa, que tanto leyó y mencionaba, no se fuese a creer que estaba influido por su espiritualidad. Todas las cartas con incipit latino fueron redactadas en la misma época, que se corresponde con mediados de los años sesenta.

A esa época responde la idea, venada o como se la quiera llamar de poner un “incipit” en latín a sus “cartas”, como si se trata de un acto pontificio, de una encíclica o algo así. Las verdaderas “cartas”, como la de 9 de enero de 1939, que recoge Oráculo, no tienen incipit. ¿En qué mente cabe poner un incipit en latín a una carta escrita en castellano y publicada en castellano? En la de Escrivá solamente. No conozco otro caso. Yo creo que con un incipit latino le parecía que se proporcionaba una cierta solemnidad y prestancia a lo escrito. Se hacía un poco Papa de esta manera. Aunque sabía algo de latín, era incapaz de escribir en esa lengua. Pero le gustaban los incipit en latín. Se recreaba en ellos y los discurría él mismo. ¿Verdad que suena bien eso de?

—¿Ha leído usted la Cuncta nobis?

— No. Mi preferida es la Nostris temporibus.

En cierta ocasión hizo traducir íntegramente una carta al latín, destruir el original traducido y luego traducir al castellano la carta desde el latín. Quizá era su intención hacer colar la idea de que las cartas —al menos alguna— habían salido a la luz originalmente en latín o algo así. Recuerdo que el traductor se lamentaba de que la palabra “levadura” había sido traducida al latín por “fermentum”. Posteriormente “fermentum” no había sido traducido por “levadura”, sino por “fermento”. A juicio del traductor, con tanta traducción el texto perdía y se deformaba. En una ocasión al menos, eso de las traducciones de ida y vuelta sirvió para algo. La traducción de “somos como los demás ciudadanos” quedaba vertida al latín en algo así como somos “quasi alii cives”. No le gustó eso de “somos casi otros ciudadanos”. Y desde entonces se sustituyó por eso de “iguales a los demás ciudadanos”, incluso en castellano.

Decía anteriormente que las llamadas cartas con incipit latino se acercan más al género literario monografía que al género literario “epístola”. Tal afirmación es correcta desde cierto punto de vista. En otros aspectos el género literario al que pertenecen esas cartas coincide con el de las pseudo-memorias. Me refiero a libros como “La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”. Se trata de un libro en el que un autor que oculta su nombre —una autora en este caso: Esther Meynell—, escribe unas memorias como si fuera la mismísima Ana Magdalena Bach; es decir, la segunda mujer de Juan Sebastián Bach. La autora logra que los datos que conocemos de la vida de Bach aparezcan como acontecimientos de su vida cotidiana vivenciados y experimentados por ella misma; y los relata con cierta gracia, por supuesto inventando diálogos y todo lo que podríamos llamar la puesta en escena. En otros casos, el autor no oculta su nombre. Antonio Gala ideó unos retazos de memorias de Isabel la católica; pero luego firma la pieza literaria con su nombre: Antonio Gala. Esther Meynell presentó su “pequeña crónica de Ana Magdalena” sin que aparezca su nombre —Esther Meynell—, sino el de Ana Magdalena. Esto da lugar a que muchos lectores, incluso algún musicólogo, las tome por memorias verdaderas. Generalmente, al cabo de unas cuantas páginas, el lector se da cuenta por muchos indicios de que es imposible que aquello haya sido escrito por Ana Magdalena Bach.

El caso de Escrivá es peculiar, porque se falsifica a sí mismo. Algo muy de su manera de ser. Nos hallamos ante un hombre que rehace su propio diario íntimo. Finge que escribió unas cartas en una época en que no las escribió. Realmente son suyas, aunque con alguna ayuda externa.

¿Os acordáis —sobre todo los que sois viejos— del “examen de reválida”, también llamado “examen de Estado”? Se hacía hacia los diecisiete años, al finalizar el bachillerato. Consistía en un examen bastante exigente en el que autoridades académicas daban por bueno —revalidaban— los estudios de bachillerato realizados en centros privados. Para obtener el título de bachiller los correspondientes estudios debían ser revalidados. La modalidad de esa intervención estatal para revalidar estudios privados constituye una preocupación recurrente. Y de vez en cuanto se saca a relucir la famosa “reválida” de época franquista. Imaginaos que a mí se me ocurriera al día de hoy echar un cuarto a espadas a ese respecto, descolgándome un buen día con una carta titulada “Revalidam nostram”, a la que pongo fecha de 15 de julio cincuenta y tantos que es la fecha en la que supuestamente hice el examen de reválida. La tal carta resultaría inverosímil; no porque no la hubiese escrito yo, sino porque es impensable que fuese escrita en esa fecha y porque trata asuntos impropios de ese lugar y momento. Ya en mi anterior escrito “Los Directores Mayores del Opus Dei” señalaba —a propósito de la “Instrucción para los directores”, fechada en mayo de 1936— que es inverosímil que Escrivá redactase un tratadito sobre los directores, dividiéndolos en mayores y locales, y de la comisión regional, etc., en una época en que el Opus Dei contaba sólo con una casa en Madrid y una docena de numerarios. No había nada más.

Es inverosímil también que una carta como la “Res omnes” se escribiera en 1932, no solamente por los motivos señalados, sino también porque en 1932 no había nadie de la Obra de quien se tenga conocimiento. Y no tiene mucho sentido escribir una carta “interna” para un destinatario inexistente. ¿Se la escribía Escrivá a sí mismo? En esa época tiene sentido que escribiera cosas para afuera, como Camino o Consideraciones Espirituales.

El estilo deslavazado e inconexo —tanto oral como escrito— propio Escrivá se presta al género literario epistolar —en una carta cabe de todo y mezclar diversos temas—; pero había que dignificarlo de algún modo. Además de ponerles incipit latino en alguna ocasión imita un final paulino. Me refiero a las epístolas neotestamentarias. Escrivá no se conformaba con cualquier cosa. Del mismo modo que existe estudios bíblicos de gran calidad y erudición, aspiraba a que algo parecido aconteciese con sus escritos. Le gustaría que con el paso del tiempo hubiese equipos de estudiosos cuya única meta fuese analizar y teorizar sobre sus escritos. Me parece que, tras su muerte, sus hijos espirituales han hecho algo en ese sentido.

Este mismo artículo no deja de ser un homenaje a los escritos de Escrivá. No deja de constituir una aportación, aunque modesta, a su cronología y vicisitudes. Tiene el inconveniente de que no responde a un encargo de la jerarquía del Opus Dei y encima está escrita por un ex. Pero ese inconveniente es también su sello de garantía. Lo que se ha escrito de Escrivá con carácter oficial u oficioso adolece generalmente de un mínimo rigor histórico cuando no de objetividad.




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