Llamada a la santidad y llamada a comportarse cual fraile

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Por Gervasio, 7/02/2014


La llamada a comportarse cual fraile lleva a la misa y comunión diarias. Conlleva confesarse cada ocho días. Lleva a cosas tales como participar semanalmente en un capítulo de faltas. Lleva al cumplimiento de unas prácticas de piedad de larga duración. Lleva a usar cilicio. Lleva a la vida en común con “hermanos” no biológicos. Lleva a asumir la obligación de vivir en celibato. Lleva a asumir otras obligaciones extra. Cosas de este estilo. La llamada a la santidad —que es universal—, en cambio, no exige oír misa diariamente, o usar cilicio, o confesarse semanalmente. Desde luego no conlleva sujetarse a una regla o estatutos redactados por un “fundador” o una “fundadora”...

El fundador del Opus Dei alardeaba de haber facilitado una espiritualidad secular —spiritualitatem prorsus saecularem— propia de cristianos corrientes, como si fuese propio de cristianos corrientes vivir conforme a una regla. A mi modo ver, lo que Escrivá ha facilitado es la posibilidad de llevar la vida de un fraile o de una monja en medio del mundo. Lo manifestaba así de paladinamente en su conferencia —hoy día retirada de la circulación— de 17-XII-1948 titulada “La constitución apostólica “Provida mater eclessia” y el Opus Dei”. ¡Vaya conferencia! Surge ahora en la Casa del Padre —decía refiriéndose no a él mismo, sino al Padre Celestial— "en donde hay muchas mansiones" (Ioan. 14, 2), una nueva forma de vida de perfección, en la que sus miembros no son religiosos, y que no se apartan, por tanto, del mundo, llegando a cumplir en el siglo los consejos evangélicos. Subrayo el llegando a cumplir en el siglo los consejos evangélicos para subrayar que en la mentalidad de Escrivá —al menos cuando pronuncia esta conferencia— la diferencia entre los religiosos y los del Opus Dei estriba en que unos cumplen los consejos evangélicos apartándose del mundo y otros en el mundo.

Esta misma dicotomía aparecía expresada con anterioridad en la “Instrucción de San Gabriel” —que ya no puede consultarse en Opuslibros pero sí en Internet—, fechada en 1941, en sus números 11 y 12: Nuestra obra de San Gabriel viene a movilizar —lo hemos dicho antes— a todos los católicos que no tengan vocación de religiosos, pero que tengan vocación de tratar de adquirir la perfección cristiana. Se creía que la perfección no fuese cosa asequible a las almas que se quedan en el mundo, y por esto era corriente entre los confesores no iniciar a estas almas en los caminos de la vida interior, a no ser que previamente hubieran dado señales suficientemente claras de su llamamiento al claustro.

Esto de que el Opus Dei se haya configurado jurídicamente desde 1947 hasta 1982 como una nueva modalidad de perfección cristiana —la perfección cristiana en el mundo— no puede ser interpretado como una imposición de la Santa Sede, que el fundador haya tenido que tragarse para alcanzar la aprobación de las constituciones de 1950, pues ya está presente en la Instrucción de San Gabriel de 1941. ¿Quién le obligó a redactar esa “Instrucción” y a pronunciar esa conferencia en diciembre de 1948 y darla a la imprenta a continuación? Nadie excepto su afán de difundir su propio pensamiento. En la tal conferencia —por la boca muere el pez— no se habla a regañadientes del Opus Dei como nueva modalidad de “perfección cristiana”, sino con marcado triunfalismo. La constitución Apostólica Provida Mater Ecclesiae de 2 de febrero de 1947 es calificada por el fundador del Opus Dei como “documento histórico en la vida de la Iglesia” y no como un apaño para ir tirando —como posteriormente se la valoró—, para llegar a la “solución jurídica definitiva”. Documento de la vida interna —continuaba la loa de la nueva figura jurídica de los institutos seculares en la conferencia de 1948— no sólo en el sentido jurídico de una decisión de disciplina interior, sino en el más profundo sentido místico y real. La vitalidad intrínseca de la Iglesia ha encontrado una nueva arteria por donde dirigir su torrente circulatorio.

Escrivá vuelve a recalcar en la citada conferencia: Hasta ahora —-prescindiendo de la moderna discusión sobre la perfección de los clérigos y de los religiosos— se consideraba el status perfectionis adquirendae como sinónimo del estado religioso, y he aquí que aparece un estado de perfección —con la existencia, por tanto, de una “vocación peculiar de Dios” (Provida)— en el que ninguno de sus miembros son religiosos. Esta conferencia fue publicada en el Boletín de los Propagandistas (n° 427, de 15-1-1949); y también en edición aparte, Madrid 1949, con su “nihil obstat” y su “imprimtur”. Los escritos de Escrivá son reeditados continuamente por sus seguidores. Esta conferencia, como era de esperar, no es objeto de reediciones ni se le da publicidad. Está retirada de circulación. No obstante, se puede leer en Opuslibros.

Posteriormente, además de —en la medida de lo posible— retirar de la circulación su pedante conferencia, negará, como sabemos, que el Opus Dei constituya un “estado de perfección”. En su lugar comienza a hablar de que cada uno ha de santificarse “en su propio estado”. Da la impresión de que la nueva expresión está tomada de la regla de 1910 de las Congregaciones Marianas—al menos coincide plenamente con ese regla—, que dice así: "Es una asociación piadosa, encaminada a fomentar en sus miembros la mas encendida devoción, reverencia y amor filial, a la Bienaventurada Virgen María y por medio de esta devoción, y el patrocinio de tan buena Madre, hacer de los fieles congregantes bajo su invocación, cristianos auténticos, que traten sinceramente de la santificación personal en su respectivo estado, y trabajen con gran esmero, según lo permita su condición social, para salvar y santificar a los demás, y en defensa, y contra los ataques de la impiedad, de la Iglesia de Jesucristo." (Vid. Hormiguita, La Congregación Mariana y el Opus Dei). Los jesuitas siempre fueron para Escrivá un referente importante, desde la común dedicación a los estudiantes universitarios, hasta los variados elementos militaroides del Opus Dei, aunque Escrivá nunca fue militar, a diferencia del fundador de los jesuitas. Recuerdo un editorial muy antiguo de la revista Crónica, titulado “Familia y milicia”. ¡Qué tiempos aquellos!

Posteriormente se hicieron desaparecer, se ocultaron o se corrigieron los documentos del Opus Dei en los que aparecían las expresiones “consejos evangélicos” y “perfección cristiana”. ¡Caca! ¡Caca! Es llamativo, sin embargo, el gran número de veces que la expresión “perfección cristiana” aparece en la Instrucción sobre la Obra de San Gabriel. Se repite una y otra vez. [[[Constituciones del Opus Dei 1950|Los estatutos del Opus Dei de 1950]] también están llenos de “perfecciones cristianas”. Se habla continuamente de la perfección cristiana, a diferencia de lo que acontece en los estatutos de 1982 que suprimen avergonzados semejante expresión y sólo se refieren a la “perfección” en contextos tales como el de la “perfección en el trabajo”, la “perfección” en las tareas cotidianas y cosas de este género. En los estatutos de 1982 también se evita cuidadosamente hablar de “consejos evangélicos”. Desaparecen del mapa.

Desde que Cristo invitó a todos a seguirle por el camino de los consejos evangélicos —leemos al inicio de la conferencia de 1948, nació, al menos en sus elementos sustanciales, el estado de perfección. Constituye un alarde de magia y prestidigitación que algo que en 1948 se consideraba una invitación de Cristo a todos —seguirle por el camino de la consejos evangélicos y del estado de perfección— desaparezca en los estatutos de 1982. Nada por alante, nada por detrás. Vean vuestras mercedes como desaparecen de un soplo la “perfección cristiana” y “los consejos evangélicos”. Escrivá sería muy santo, pero ha dado muestras palpables y repetidas de no saber muy bien lo que se traía entre manos.

A mi modo de ver, ese expurgar las expresiones “perfección cristiana” y “consejos evangélicos” de los documentos del Opus Dei no logra ocultar la realidad subyacente. Suprímanse las palabras que se supriman, el Opus Dei a lo que invita es a llevar un género de vida, que no es el propio de los cristianos corrientes: misa diaria; media otra de oración por la mañana y otra media hora de oración por la tarde; confesión semanal; cilicio; capítulo de culpas; etc. Eso no es invitar a adquirir la santidad en medio del mundo, sino más bien a vivir como frailes en medio del mundo. Se sigue confundiendo una vida santa —tal es el error de base, denunciado por el propio Escrivá, aunque no superado— con el estilo de vida propio de los religiosos. Nuestra celda es la calle, decía Escrivá. No se sentía capaz de decir: carecemos de celda. No era capaz de concebir una santidad sin celda y sin la observancia de una regla —una más entre las muchas existentes—que se acabó llamando, muerto ya el fundador, “ius peculiare”.

Traicionado por su suficiencia y arrogancia, Escrivá se jactaba incluso de ir por delante de los frailes en tema de exigencias monacales. Entre nosotros —decía con autocomplacencia— nunca se permitirá la existencia de un peculio. En el Caeremoniale Operis Dei se recoge entre otros compromisos —hay muchos — que no se dé cabida jamás a ningún género de peculio personal. En algunos institutos religiosos se permite —lo cual es compatible con la pobreza evangélica— disponer libremente de una pequeña cantidad de dinero —llamada peculio— de la que también gozaban los esclavos en época romana. La regla de Escrivá se gloría de mejorar la regla de los frailes. ¡Toma mentalidad laical! Esa preocupación por que en el Opus Dei no haya peculio demuestra que lejos de estar dotado de mentalidad laical, su mentalidad —su modo de encarar la santidad— es prorsus monacal, por no decir frailuna. Para los cristianos corrientes el correcto uso de los bienes temporales nada tiene que ver ni con el peculio ni con el no peculio. Ni saben lo que es eso del peculio, ni tienen por qué saberlo. Tan cosa de frailes es tener peculio como tener prohibido tenerlo. Los cristianos corrientes no pueden ser clasificados en razón de su posicionamiento en torno al peculio. Los religiosos sí pueden ser clasificados en dos categorías, según admitan o no el peculio. El Opus Dei ha de ser adscrito a esta segunda modalidad.

Pese a que se haya desterrado del vocabulario opusdeístico las expresiones antes señaladas —“perfección cristiana” y “consejos evangélicos”—, de los estatutos de 1982, se ha colado el concepto “vocación peculiar de Dios” —¡ay¡, ¡ay!, ¡ay!— estrechamente ligado al concepto “estado de perfección”. La llamada “vocación divina al Opus Dei” —poco tiene que ver con la llamada universal a la santidad. Es una llamada peculiar. No todos los cristianos están llamados a pertenecer al Opus Dei (Gratias tibi Deus, gratias tibi).

La vocación de santificarse como empleada del hogar sin cobrar nada —por poner un ejemplo—, tendría más futuro y universalidad, si el Opus Dei, tras fomentarla, pusiese a las agraciadas con esa vocación al servicio de instituciones y personas distintas del Opus Dei. Eso sí, con cofia y delantal. Nada de un hábito que delate su “peculiar vocación divina”. Las mujeres del Opus son muy laicales. No hay nada más que verlas. Si así se hiciese, el Opus Dei se convertiría en una institución popularísima no sólo entre las amas de casa, sino entre personas de toda condición. Pero no nos caerá esa breva. El Opus Dei sólo se interesa por la santidad de las empleadas del hogar, si se ponen al servicio del propio Opus Dei. Si no se ponen al servicio del Opus Dei, su santidad les importa un rábano.

La “vocación al Opus Dei consiste en ponerse al servicio del Opus Dei. En el número 8§1 de los estatutos de 1982 se lee: Se llaman numerarios a aquellos clérigos y laicos que, que por especial moción y don de Dios, observando celibato apostólico (Matt. XXI, 11) se dedican con todas sus fuerzas y la máxima disponibilidad personal a las empresas apostólicas de la prelatura. Los supernumerarios (Cfr. Ibid. n. 11 § 1) son definidos por una dedicación a las cosas de la Obra condicionada por las obligaciones familiares, profesionales y sociales. La caracterización de los agregados es bastante deficiente, a mi modo de ver, porque no incluye a los agregados que reciben el sacramento del orden. Además, es un tanto confusa y difusa, en cuando a la dedicación, como difusa es la figura del agregado. En cualquier caso la vocación al Opus Dei se hace consistir en dedicarse lo más posible —según las propias posibilidades, estado, situación y circunstancias— al Opus Dei. Esto nada tiene que ver con la llamada universal a la santidad. Al Opus Dei le valen todo tipo de personas —la vocación al Opus Dei es universal—; pero sólo en la medida en que se ponen a su servicio. Si no es así, dejan de interesar. Eso se lleva a rajatabla.

Jesucristo no ha llamado ni llama a todos los hombres a pertenecer al Opus Dei o a dedicarse a sus “apostolados”. El reglamento de las Congregaciones Marianas antes mencionado está más en consonancia con la llamada universal a la santidad: la santificación personal en su respectivo estado, y trabajen con gran esmero, según lo permita su condición social, para salvar y santificar a los demás. No habla de dedicarse a los apostolados propios de las Congregaciones Marianas.

Voy por la cuarta página. Lo mejor es terminar ya. Termino como he empezado: con la afirmación de que el Opus Dei tiene una espiritualidad frailuna, por más que resulte duro reconocerlo. ¿Para qué engañarse? Consiste en sujetarse a la regla y espíritu establecidos por un santo fundador, Sanjosemaría. Hay muchas espiritualidades de este tipo. Esa espiritualidad queda retratada— gráficamente captada— en pequeños detalles, como el de prometer, jurar —o elevar a objeto de contrato, si se prefiere— que en modo alguno dentro del Opus Dei se permitirá la existencia de un “peculio”. ¿Es que alguno de vosotros conoce a algún cristiano corriente con o sin peculio? Otro detalle que retrata esa mentalidad es la prohibición de que los directores tengan en sus armarios caramelos o terrones de azúcar (Vid. Gervasio Los Directores Mayores del Opus Dei). ¿Conocéis cristianos corrientes cuyos directores tengan terrones de azúcar en el armario?

Es que no tienen ni directores. También podría hablarse de eso de que son los confesores los que inician a las almas en los caminos de la vida interior. La espiritualidad del Opus Dei se presta a que la imiten los frailes —tanto en lo del peculio como en lo de las golosinas en los armarios—; pero no a que la adopten los cristianos corrientes. Un cardenal de la Iglesia me decía a ese respecto que éramos —yo todavía era del Opus Dei— ejemplares. No lo decía para molestar, sino con toda buena intención.




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