Las dos obsesiones del Opus Dei

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Por Jordi, Barcelona, 15.08.2008


Hace ya algún tiempo que sigo con fruición esta página; la sensación que me produce leer sus escritos está a medio camino entre el regocijo y la inquietud. A diferencia de la inmensa mayoría de comunicantes, no puedo exclamar aquello de “¡gracias a Dios me fui!” porque jamás estuve dentro. Eso sí, estudié durante cuatro años en un colegio del entramado opusístico cerca de Barcelona, ahora ya desaparecido. Por tanto, sé muy bien lo que son los clubs, los centros, que si los partidos de fútbol y baloncesto con un tercer tiempo “comecocos”, y demás parafernalia.

Si he de ser sincero, no debí ser un “objetivo prioritario”, puesto que los acercamientos para sondear mi “vocación” no se prodigaron en demasía. Quizás porque mis padres, sin sufrir privaciones, no eran acaudalados empresarios ni profesionales de prestigio y mi historial académico estaba dentro de la media. He de decir, también, que si bien la dirección del centro y varios profesores eran de la autoproclamada Obra de Dios, la mayoría de alumnos estábamos al margen; nuestro padres, al menos los míos, valoraban la disciplina y la exigencia en el estudio.

No obstante, de las veces que disfruté (sí, disfrutar, porque los veía tan patéticos y amargados) alguna charla con el profesor-tutor, sacerdote o algún “cazarecompensas” del entorno, sobresalen las que entonces –finales de los 70, primeros 80– eran sus dos obsesiones: el comunismo y el sexo.

Por aquellos años, el partido comunista todavía gozaba de cierto prestigio en la sociedad española y, claro, los del Opus estaban aterrorizados ante la posibilidad que el PCE pudiera acceder al gobierno, en solitario o en una coalición con el PSOE (¡la historia ha demostrado que eran unos ilusos!). Siempre las mismas preguntas: ¿tú eres comunista?, ¿simpatizas con el PC?, ¿sabes si hay compañeros que sean comunistas?... Además, coincidió en el tiempo con la ley del divorcio de Fernández Ordóñez. Vade retro. Con el tiempo, deduzco que debían tenerlos por corbata por si algún día, se pedían cuentas al Opus Dei por su colaboración con el franquismo.

Como decía, la otra obsesión era el sexo. A chavales de 14, 15, 16 años nadie les preguntaba si bebían alcohol, si se emborrachaban, si fumaban porros, si tomaban drogas… vamos, al menos para mí, ahora que soy padre, cuestión muy a tener en cuenta en la formación de un adolescente. Siempre la misma historia: ¿Te masturbas? ¿Tienes novia? ¿Os tocáis? ¿Hacéis el amor? (¡madre mía, me lo preguntaban con 15 años, cuando en aquella época arrancar un par de morreos y cuatro caricias de una chica era una proeza!) ¿Ves películas porno? ¿Tienes revistas? El Sexo Mandamiento como obsesión, hasta el extremo que los más “audaces”, como respuesta activista, montamos en el colegio una red de tráfico de revistas eróticas.

Ya para acabar, y como expresión del “hecho diferencial”, a los alumnos numerarios – o aspirantes– se los distinguía a la legua: vestidos como hombres de 30 y no como chicos de 15, el pelo muy corto, las gafas gruesas de pasta oscura, siempre trajinando con la agenda, las ausencias del aula para ir a misa, al ángelus, al rosario… En fin, nada que ya no sepáis.



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