La Obra como enfermedad

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La Obra como enfermedad (y a veces mortal)

Autor: E.B.E. - 18 de mayo de 2005


Hace unas semanas se cumplió el aniversario de la muerte de un numerario que aparentemente falleció de manera sorpresiva. Era una persona extraordinaria. Forma parte de mis mejores recuerdos de mis años en la Obra.

Este amigo sufría de ansiedad y canalizaba esa angustia por medio de las comidas, entre otras cosas (el alto nivel de actividad también lo mantenía alejado de su angustia). Si bien su alimentación no era la más adecuada, el origen de sus problemas de salud estaba en la ansiedad que padecía.

Debía controlar su dieta para no afectar, entre otras cosas, al corazón.

El mismo me contó que todo comenzó cuando se fue a vivir a otro país (mejor dicho, «lo mandaron»), donde estuvo muchos años hasta que no aguantó más. El se hubiera ido de esa ciudad mucho antes (en realidad, el problema no era precisamente la ciudad sino el vivir en centros de la Obra cada vez más parecidos «al Corazón de la Obra», Villa Tevere). Más aún, con insistencia pidió irse y sólo después de mucho luchar consiguió volver a su región de origen (y no estoy hablando de una persona pusilánime precisamente). De aquella región «lo devolvieron» con mucha ansiedad y depresión...

Recuerdo ahora un caso parecido, otro numerario que se encontraba muy deprimido y lo último que deseaba era tener como destino Villa Tevere (lugar estructurado por antonomasia), y sin embargo “por obediencia” allí fue a parar “por su bien”, lo cual destruyó más su salud hasta que “le permitieron” volver a su región de origen. Desconozco cómo sigue su salud, pero sé que fue empeorando al poco tiempo de regresar y no sé si ahora estará mejor. Por eso, cuando leo parte del kafkiano itinerario de Carmen Tapia por Villa Sacchetti, no me parece nada irreal, al contrario, se corresponde bastante con lo que sufrieron estos amigos. Pero vuelvo al primer caso.

Lo que sucedía es que los directores lo «necesitaban» para sacar adelante unos proyectos de la Obra y mientras no estuvieran terminados o bastante encaminados, «no podían dejarlo ir». Fue así de simple, así me lo contó él.

Lo más notable es que en ningún momento pensó que el problema era «la Obra» sino «la idiosincrasia del país» donde estaba y que todo se resolvería volviendo a su región de origen.

Volver no fue la solución. Durante mucho tiempo tuvo angustiantes pesadillas acerca de la región que había dejado, como si fuera inevitable retornar allí, lo cual se constituía luego en un verdadero tormento diurno. No sería extraño que padeciera una especie de estrés post traumático.

Que cada uno imagine, entonces, la razón de su angustia y ansiedad. Y lo notable es que varias veces le dijeron que «se quedara tranquilo», que eso no sucedería jamás. El quería «confiar», pero su inconsciente –como diría Serrat- «no confiaba en ella», en la Obra, en las palabras de sus directores. Y resultaba lógico: si anteriormente lo retuvieron contra su voluntad durante tantos años en una región donde no quería estar, ¿por qué razón, en lo más profundo de su ser, habría de confiar ahora? ¿Quién podría dar garantía alguna de «la palabra dada» por la Obra si en los más altos niveles fue forzado contra su voluntad? No había ninguna garantía moral, sólo la «necesidad» personal de creer que «eso» no volvería a suceder.

Había llegado a cuestionar a todos los directores que intervinieron en su caso, frenando su regreso. No tenía ningún problema con enfrentarse al prelado si fuera necesario. Pero jamás pensó en cuestionar a la Obra misma. Hasta ahí llegaban sus cuestionamientos.

Más tarde, él me dijo que ya estaba tranquilo, que no tenía esas pesadillas. Pero su ansiedad, seguía adelante. Y siguió hasta el último día.

Tengo entendido que «murió del corazón» ¿Pero de cuál de ellos, del alma o del cuerpo?

Me parece bastante razonable pensar que «su muerte natural» se debió a una alimentación que no le hacía bien a su salud, para compensar la angustia que sentía viviendo en la Obra.

El quería creer que el problema «estaba solucionado», pero su cuerpo y su inconsciente, por alguna razón, no pensaban de la misma manera. Necesitaba resolver la angustia y ansiedad que «había contraído» estando en el otro país y lo hacía de una manera que no le beneficiaba a su cuerpo. Pero, dentro de la Obra, posiblemente no veía otra «salida». Y salir de la Obra, era «la muerte». Un dilema mortal.




Desde el primer momento, más de uno que lo conocimos, pensamos que su muerte se debía al poco cuidado que la Obra había tenido respecto de la salud de este numerario, cosa que no hubiera sucedido en una verdadera familia. Pues en una familia el cuidado de las personas es fundamental, ya que todos son imprescindibles, nadie es un número, todos son irremplazables y cuando alguien desaparece, hay un profundo dolor. En la Obra, en cambio, no es así. Basta comprobar la ausencia de un verdadero “duelo”, tanto por las muertes como por las separaciones. Simplemente «se reemplazan unas piezas por otras».

Pero luego, pensando un poco más, concluí que era una pretensión absurda exigir que la Obra lo hubiera cuidado mejor.

A ella le convenía muchísimo que este numerario siguiera vivo, entre otras cosas por «lo útil» que le era. ¿Entonces? Por más que lo hubieran querido «cuidar», había algo que la Obra no podía hacer, porque no estaba «dispuesta a hacer» y era lograr su curación definitiva.

Seguramente lo querían «cuidar» y lo cuidaban mucho, pero «lo necesario» para «no exagerar», porque –paradójicamente- si se curaba, entonces dejaría de ser útil a la Obra y la Obra sólo estaba dispuesta a cuidarlo en la medida en que fuera útil a ella, que es lo que hicieron con él mientras estuvo en aquél país. Este es un «pattern» corporativo: la primacía de la eficacia y la utilidad.

La Obra podía «controlar» la enfermedad de este numerario, pero no estaba dispuesta a «pagar el costo» de su curación: reconocer dos cosas, que el problema era el sistema de vida de la Obra –según testimonio del propio interesado- y que la solución inmediata para este numerario estaba muy posiblemente «afuera» de la institución.

La tercera posibilidad era que la Obra reconociera que ella enferma a sus miembros. Y jamás iba a reconocer que «ella» fuera «el problema» de nada. La solución, entonces, no era cambiar de región sino salir de la Opus Dei.

Los miembros, o aprenden a convivir con la enfermedad de la Obra o necesitan separarse de ese «cuerpo de muerte».




Era una contradicción -por mi parte y la de quienes así lo creían- pretender el cuidado de la salud de alguien que vivía dentro de un sistema de vida insalubre en sí mismo. Y me di cuenta de que esa «pretensión» mía y de tantos otros, la habíamos «aprendido» de la Obra, era un planteo propiamente de alguien que «está adentro» y quiere, a la fuerza, hacer compatible lo incompatible. Es una muestra de cómo se pierde el sentido común cuando se piensa con las categorías mentales de la Obra.

Intentar que alguien resuelva su problema de salud dentro de un sistema insalubre, es una especie de tormento permanente. Esa «ayuda» (cfr. Flavia, “Los remedios de la Obra”) es peor que su ausencia, porque cierra las pocas posibilidades que hay de encontrar la solución. Se hace muy difícil salir de la Obra en estos casos, es una trampa total.

Pues posiblemente cualquiera que hubiera visto «desde fuera» esta situación –por la cual pasaba mi amigo-, se hubiera dado cuenta de que el problema era insoluble a menos que se cambiara de entorno.

Y mi amigo cambió de ciudad, pero no de entorno: seguía siendo el mismo. No era un problema de «región».

En parte, él estaba feliz en la Obra –su cuerpo no- porque con todas sus energías quería hacer posible el ideal que había abrazado un día, pero la Obra era otra cosa muy distinta a ese ideal: su cuerpo mostraba la inadecuación entre la Obra como idealidad y la Obra como realidad. No es extraño para mí pensar que su conciencia nunca podría soportar ver ese contraste y fue su cuerpo el encargado de recibir ese mensaje.




¿No podrían acaso, haberse encontrado soluciones intermedias? Pues este amigo realmente disfrutaba de la actividad apostólica que desarrollaba –que era auténtica- y muy probablemente hubiera sentido un vacío importante si cortaba drásticamente con la Obra, tal vez le hubiera perdido el sentido a la vida, no sé. Por algo se aferró tanto a la Obra, a costa de su vida.

Podrían haberse buscado soluciones intermedias, pero la Obra no estaba dispuesta a ello. La vida de l@s numerari@s y agregad@s es particularmente estructurada y no hay casi margen para la flexibilidad, porque así lo decidió su fundador, a quien se le atribuye la autoría de todo en la Obra.

Ahora bien, ya que no hay flexibilidad para vivir adentro, al menos debería haberla para abandonar la Obra, pues de alguna manera uno tiene que “respirar”, ya sea adentro o afuera.

Pues, no. Uno tiene que aguantar el no poder ir a respirar afuera y el no poder respirar adentro. Por eso se tienen «Los días contados», a menos que se transformen los pulmones en unas branquias que puedan respirar el ambiente peculiar de la Obra. Es imposible permanecer sin mutar.

Por eso, la salida de la Obra es la única opción posible, que por supuesto no está contemplada como tal y, como no está contemplada, es por ello más que nunca la única solución posible dentro de un sistema tan intolerantemente cerrado.

Pero mi amigo no estaba dispuesto a irse, o al menos, no estaba «preparado» para ello, no podría soportar la salida de la Obra como condición para curarse -le parecería, paradójicamente, una contradicción-, prefería «aguantar» adentro hasta no poder más. Y es lo que, al parecer, sucedió.




Es muy probable que los directores no se hayan dado cuenta a tiempo de que este numerario estaba por “romperse”, pues el sistema de vida de la Obra les parece de lo más saludable y natural. Creo que yo nunca hubiera podido predecir que se estaba por morir en esos días, pero sí era evidente para mí –más aún, confirmado por sus propias palabras- que su problema se había originado a causa de la Obra y que, desde que había vuelto de aquella región, no estaba bien ni había encontrado solución a su problema de salud.

La Obra es responsable de lo que le sucedió, al menos por negligencia, pero también es posible pensar en una mayor responsabilidad aún si se analiza toda esta situación a partir de la doctrina que enseña la Obra sobre «la perseverancia» y la manipulación que ejerce en las conciencias hasta provocarles una verdadera opresión “en nombre de Dios”.




Paradójicamente, la exhortación a «morir en Casa» que el fundador repetía constantemente a los miembros de la Obra en nombre de la «fidelidad» se reveló, al menos en este caso, como un «emblema siniestro».

Podría decirse que esa exhortación llevó a este amigo a la muerte, pues para «vivir» él debía transgredir ese principio, lo cual, no podía hacer sin pagar graves consecuencias: ir al infierno, como lo enseño el fundador (cfr. La Obra como Revelación, la doctrina objetable, punto C).

¿Cómo ha podido suceder que una persona –en este caso, inteligentísima- estuviera dispuesta a morir antes que recuperar su salud fuera de la Obra? ¿Cómo puede ser? Posiblemente porque él creía no tener más opciones que las que le daba la Obra y la Obra no le daba opciones.

La explicación teórica está en la «espiritualidad» que predica la Obra y en sus consecuencias prácticas:

«Si el alma en circunstancias particulares necesita una medicación —por decirlo así— más cuidadosa, esto es, si se hace necesario el oportuno y rápido consejo, la dirección espiritual más intensa, no debe buscarla fuera de la Obra. Quien se comportara de otro modo, se apartaría voluntariamente del buen camino e iría hacia el abismo» (del fundador, meditaciones III, pág. 373-374).

Aun si el fundador se refiriera sólo al «ámbito religioso», esta doctrina no se salva de ser una completa aberración. Pero quienes estuvimos en la Obra sabemos que esta doctrina se aplicaba a la vida de l@s numerari@s y agregad@s en su totalidad. Por ejemplo, la solución a los problemas de salud psicológicos tampoco debía buscarse «fuera de la Obra» y quien así lo hiciera «iría hacia el abismo». De hecho, la mayor parte de las veces el psiquiatra solía y suele ser de la Obra, y si no, debía y debe ser «aprobado» por los directores.

Analizada, entonces, esta doctrina a la luz de los hechos concretos, de la vida práctica, ¿no debe acaso la Obra responder por las consecuencias de semejante doctrina, de la cual es autora?

Preguntémosles, si no, a sus familiares ¿qué opinarían si ellos hoy pudieran elegir entre su pariente muerto a causa de la «fidelidad a la Obra» y su pariente con vida pero fuera de la Obra, más si supieran que muy probablemente murió por no encontrar la solución a su problema de salud dentro de la Obra y porque la Obra «doctrinalmente» no le permitía ir afuera a buscarla?

Está claro que no se puede argumentar que «fue su voluntad» el quedarse en la Obra, pues los años que pasó en aquella región son una prueba explícita de cómo permaneció contra su voluntad, pues creía no tener otra opción. Esta creencia es la que impide a muchos salir del callejón sin salida en que se transforma la Obra.

Sus familiares no saben esto, ni tampoco que su pariente numerario tuvo que elegir entre «morir en Casa» o «ir al infierno», el abismo de la desgracia eterna al cual la Obra condena a todos aquellos que la abandonan, lo cual es un tramposo dilema. Si supieran que su pariente numerario estuvo sometido a esa presión –como le sucede a tantos-, que lo llevó a la muerte o lo que es lo mismo a no buscar la vida fuera de la Obra, decir que se pondrían furiosos es poco. Ni siquiera creo que conozcan la presión que sufrió para permanecer contra su voluntad en aquél otro país, no creo que lo sepan porque «de estas cosas» no está permitido hablar con la propia «familia de sangre» ya que son «unos extraños» para las «cosas de la Obra». Supondría una «traición grave».




Aunque sea un proceso muy difícil de demostrar (y tal vez finalmente sin éxito), existiría la posibilidad de que la Obra fuese enjuiciada por el fallecimiento de este y otros numerarios, al menos debido a la «ideología de muerte», que inculca en sus miembros hábitos autodestructivos, falsas opciones que les llevan a elegir la muerte (dentro de la Obra) antes que abandonar la Obra (la otra muerte, la Muerte Eterna), sometiendo sus conciencias a una gran presión. Muy lejos de la figura del mártir y más cerca de la experiencia sectaria.

Lo que le ocurrió a este numerario no fue «un accidente» sino una «consecuencia» que parece bastante lógica.

Por lo menos, fue una negligencia personal de algunos directores –por no prestar atención a las señales de ansiedad que durante años tuvo este numerario- y, luego, una consecuencia íntimamente ligada a una ideología y a un sistema de vida cuyo autor y promotor es la Obra, institución que, además, usa métodos coercitivos para inculcar esa ideología.

La Obra es la causa del deterioro de la salud de muchísimos de sus miembros, y no es extraño que lo fuera de la muerte de este amigo.

Pero un enjuiciamiento –en los casos de muerte- no es fácil porque –en el caso de los numerarios- se pierde mucho el contacto con las familias de origen, por lo cual quien al momento de su muerte «reclama por el difunto» es la Obra misma como «su familia directa» y por lo tanto nunca va a investigar nada. Y si «el difunto» nunca pudo hablar antes –ya que sería una «infidelidad»- con sus familiares acerca de sus problemas personales con la Obra, el silencio es completo. No se entera nadie («de afuera»).

Este «morir en casa» es resultado de una «trampa moral» (y a veces mortal), con la cual juega la Obra para retener a sus miembros (ya sea en la región que fuere) y ahí la inteligencia no lo es todo (como hace poco nos recordaba Jacinto). Es la conciencia la que se encuentra sometida y la inteligencia muchas veces no puede hacer nada.




No creo que los parientes de este amigo sepan lo que realmente le sucedió. Deben pensar que se trató de una «desgracia» y que fue «imprevisible».

Pero, por si hay algún caso semejante entre quienes leen OpusLibros, es bueno que los familiares de l@s numerari@s y agregad@s -especialmente de l@s numerari@s, ya que generalmente la familia no existe para ellos- que han sufrido infartos, se pregunten por las causas profundas de esos infartos. Espero que en muchos casos, los familiares puedan adelantarse y plantearse a fondo si la solución para los problemas de salud -psiquiátricos, psicológicos, del corazón, etc.- que hoy pudieran tener sus parientes miembros de la Obra, pensar si no se resolverían sacándolos del «sistema» de vida. El cómo hacerlo es otro asunto, pero al menos saber que el sistema muy probablemente sea el problema, ya es un avance importante.

Hace unos años el hermano de un numerario que pasaba por una profunda depresión, me preguntó con cierto tono de desconfianza: ¿lo están cuidando bien (en ese centro)? A lo cual yo no me animé a contestarle con lo que realmente pensaba: que en la Obra nunca podría encontrar la solución a su problema de salud.

Pero sí había un numerario, psiquiatra él, que en muchos casos no tenía problemas en dar ese pronóstico a numerarios que veía deprimidos e iban a su consulta. Por esa razón, los directores de la Obra le prohibieron, en adelante, seguir atendiendo numerarios, y en general los directores derivaban a esos pacientes a otro numerario psiquiatra que jamás «cuestionaba» a la Obra y «ayudaba a perseverar» con empastillamientos, toda una maniobra escandalosa y muy perversa, de la cual son responsables tanto los directores como ese psiquiatra. El otro psiquiatra, «buen samaritano», murió de un infarto, según me dijeron en la Obra, aunque desconozco cómo fue su proceso hacia ese final.

La Obra nunca reconocerá que su sistema de vida es –al menos para no pocas personas- insalubre en sí mismo y vivirá en permanente contradicción queriendo cuidar a sus miembros sin cambiar las causas que los llevan a enfermarse (sino todo lo contrario). La Obra jamás podrá cuidar a nadie cuya enfermedad es provocada por el hecho de vivir en la Obra. En todo caso, y si por alguna razón a la Obra le interesa, ella intentará «retrasar» el avance de la enfermedad, pero nunca traerá la curación, que en definitiva se encuentra afuera de la Obra.

Muchos somos los que logramos saltar «el Muro» y «sobrevivir a la Obra». A otros, sencillamente les resulta impensable y creen que la única opción que les queda es «morir en casa».


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