Historia de mis 16 años en el Opus Dei

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Autor: C.F., Argentina, 12 de agosto de 2003


Mi historia dentro de la Obra probablemente no tenga nada de particular. Estoy casi seguro que no difiere en mucho de lo que ha sido la propia de tantos y tantos que han pasado por esa experiencia. Sin embargo, quiero relatarla brevemente, sólo para compartirla con otros.


Mi historia

Conocí la Obra a los 14 años. Un sacerdote de la Obra predicó un curso de retiro para los alumnos del curso del Colegio al que yo concurría, que era de los hermanos Maristas. El cura me cayó espectacularmente bien: era un tipo de sacerdote al cual yo no estaba acostumbrado. Me parecía normal: fumaba, decía malas palabras y predicaba de una forma para mí inédita. Corría el año 1971.

Comencé a concurrir a un centro de San Rafael para confesarme con él (que teóricamente era una residencia Universitaria, pero de 15 "habitantes", los residentes reales eran 3; el resto eran numerarios). La primera vez que fui, mientras esperaba al sacerdote, se me aceró un numerario que me empezó a hablar y a preguntar diversas cosas. Además que el sujeto era simpático, yo me sentía en "el cielo" al ver que un "universitario" se interesaba por mis cosas. Me invitó a un círculo, al que asistí esa misma semana. Se ve que conmigo el plano inclinado era bastante abrupto, pues después de ese círculo me habló del apostolado y me instó a que invitara amigos para el siguiente círculo. Cuál no fue su sorpresa cuando aparecí para el círculo con más de 30 compañeros de clase. Aclaro que yo en ese momento no sabía aún que "de cien almas nos interesan las cien", por lo que luego del círculo lo escuché atentamente y sin posibilidad de rebatirle por desconocer la teoría, y me explicó que no invitara más a los que tenían bajas calificaciones, o que humanamente fueran poco admirables. Esto redujo mi "apostolado" a seis, de los cuales terminamos "pitando" (pidiendo la admisión) cinco.

Empecé a ir casi diariamente por el centro, tanto para utilizar la sala de estudios como para acudir a los medios de formación. También me dieron algunos que otro encargo en la casa. Cuando se acercaban mis 14 y medio, uno de mis amigos (unos meses mayor que yo) y el numerario que daba el círculo empezaron a "sugerirme" que me planteara el tema de la vocación. Con acuerdo del sacerdote di mi OK para escribir la famosa carta, y aquí ocurrió lo primero extraño.

Cuando llegó la fecha, el sacerdote me dijo que quizá sería mejor esperar un poco, ver si perseveraba en el plan de vida (que era prácticamente el mismo que el de un numerario). Me llamó la atención (¿para qué me habían anticipado el tema si luego no se concretaba?) pero me pareció razonable, hasta que pocos días más tarde me agarró el subdirector del centro, con quien yo nunca había hablado de este tema, me sentó y con gran sinceridad por su parte y gran asombro mío me aclaró que yo no pedía la admisión porque él, en conciencia, pensaba que yo no tenía vocación y que sus pares estaban confundiendo "vocación" con "entusiasmo" (qué distinto sería el Opus Dei si la gran mayoría fueran personas como ésta).

Llegaron las vacaciones. Muchos se marcharon a hacer su curso anual y yo me fui de vacaciones con mi familia. A la vuelta, el mismo día que pisé en Centro por primera vez, el Director, con quien tampoco había hablado nunca de este tema, me llevó a su despacho, me dio papel y lapicera y me dijo que pidiera la admisión como socio "numerario", palabra ésta que yo escuchaba por primera vez en mi vida, ignorando que hubiera otras posibilidades de "entregarse a Dios del todo y para siempre". Me dio una enorme alegría y supuse -equivocadamente- que el subdirector había cambiado de opinión. Con los años me di cuenta (me lo hicieron a mí estando en un consejo local) aprovecharon que el Subdirector se había ido de curso anual para que el "nuevo" consejo local me autorizara a "pitar". En este punto me parece que vale una pequeña aclaración: en el momento del que estoy hablando en Argentina eran 4 gatos locos (para que se hagan una idea había sólo tres cursos anuales -vocaciones recientes, numerarios y numerarios mayores-. El curso anual de numerarios se estaba desarrollando a 20 minutos de viaje de Buenos Aires (de hecho yo, luego de "pitar" y por los 15 días siguientes que duró en curso anual, iba todos los días). La aclaración es que me parece que podrían haber consultado al subdirector en cuestión los motivos de su oposición, o esperar 15 días más para que volviera.

Al los pocos días de "pitar" recibí mi primera sorpresa: me enteré que el "del todo y para siempre" incluía el no casarse, cosa que me parecía que entraba dentro del "del todo y para siempre" pero que en estricta justicia hubiera merecido una advertencia previa. La siguiente sorpresa es que la "charla semanal", que yo sin ese nombre realizaba religiosamente con mi amigo numerario, comenzaría a hacerla con el secretario del centro, que me caía bastante antipático y pensaba que tenía ciertos rasgos feminoides. A fuer de ser justo he de decir que durante el año que atendió mi charla (mi primer año en la Obra) no tuve problemas con él.

No recuerdo que nadie me haya dicho explícitamente que no dijera nada a mis padres. Yo guardaba el secreto de "motu propio" pues imaginaba la opinión de mis padres si les explicaba que a los 14 años y pico me había entregado a Dios. Tenía clarísimo que no hubieran entendido. Pero en las primeras Navidades se planteó el inconveniente: debía estar en Navidad con mi nueva familia (esto sí me lo dijeron específicamente). Ese año el problema se resolvió casi sin plantearse, pues mis padres accedieron a ir a Misa de Gallo en el Centro de Obra (desde luego sin saber que era un centro de la Obra ya que pensaban que era una residencia universitaria con atención sacerdotal). Pero en los años siguientes esto siempre fue motivo de gran dolor para mi familia.

Otra "sorpresa" de esa época (y esto lo digo en mi contra) fue un día en el que le comenté a mi director (el feminoide) que había conocido a un tipo magnífico en una fiesta. Abrió los ojos como dos de oros y me dijo "¿fiesta con chicas?"; a lo que le respondí que desde luego, que qué otra acepción tenía la palabra "fiesta". Ahí me enteré que los numerarios no íbamos a fiestas. No entendí: le expliqué que me habían dicho que éramos no "como los demás" sino "los demás", que mis amigos -los demás- iban a fiestas, que no veía que tenía de malo y que si dejaba de concurrir iba a pasar a ser un "bicho raro". No hubo argumento que valiera: en nombre de la santa obediencia debía dejar de ir a fiestas.

Al año siguiente hube de abandonar el "rugby", que por cierto practicaba con algún éxito. El problema se suscitó cuando me seleccionaron para integrar el seleccionado nacional juvenil, lo que exigía un entrenamiento más a la semana. Al consultarlo, no sólo me dijeron que no, sino que abandonara la práctica del deporte pues ya no tenía fruto apostólico. Yo ya había aprendido (por lo visto mal) que de "cien almas nos interesan las cien", pero es cierto que mis compañeros de equipo o bien habían pitado o bien no venían por el centro, con lo cual queda claro que el interés proselitista era nulo. Tampoco valió ningún argumento. Nuevamente la santa obediencia era el camino seguro. Por supuesto que si ya estaba en capilla con respecto al "bichorrarismo" cuando dejé de ir a fiestas, aprobé con 10 cuando comuniqué que dejaba de jugar por "razones personales". Mi entrenador y mis compañeros no podían creerlo. Por un lado no podía decirles la verdad y por otro no quería mentirles, cosa que terminé haciendo aduciendo que se había muerto mi padre (cosa que sí era cierto) y que yo tenía que trabajar (cosa que no era).

Una pequeña anécdota de ese tiempo es que se fue a Roma el famoso subdirector que no quería que yo "pitara". Le había tomado gran aprecio a pesar de la diferencia de edades. Fui al aeropuerto con otros dos a despedirle y cuando se fue, lloré. A día siguiente corrección fraterna: "el llorar demuestra falta de desapego a las personas". A partir de allí, supongo que inconscientemente, comencé a reprimir mis sentimientos: era más fácil no sentir que sentir y evitar que se notara.

Otro drama fue cuando a los 16 años me indicaron que fuera a vivir al centro de estudios. Hubo que blanquear la situación de mi pertenencia a la Obra. Mi madre -viuda por cierto- no sólo me negaba el permiso sino que amenazaba con toda suerte de represalias legales. Yo tenía el corazón partido, por supuesto sin demostrarlo: por un lado, entendía la óptica de mi madre; por otro, entendía la óptica de los directores. Esta batalla duró tres años, hasta que mi madre cedió. Por supuesto que en aquella época yo era en casa de mi madre una suerte de pensionista: salía a la 6.30 de la mañana y regresaba a las 22.30 hs., exceptuando los fines de semana en los que directamente dormía en el centro de la obra al cual estaba adscripto (el centro en el que "pité" estaba a 3 cuadras de casa y me adscribieron a uno que estaba a 40 minutos de bus).

En esa época vino el Padre a la Argentina (me refiero al actual san Josemaría). Nos tuvimos que matar para poner los centros en condiciones. Fueron días en lo que todo, repito, todo, pasaba a segundo plano: facultad, encargos, paseo semanal, excursión mensual, etc. Como yo tenia -y sigo teniendo- bastante habilidad para hacer arreglos (mis amigos actuales me llaman Mac Giver) fui asignado a "La Chacra", lugar donde se alojaría el Padre, una casa de retiros de reciente construcción (y una de las dos que usaba la sección de varones). Quizá muchos hayan visto películas de las tertulias multitudinarias de esa época. Los días de convivencia con el Padre no vinieron más que a confirmar la opinión que de él me había formado: que era una persona normal y que "encarnaba" el espíritu del Opus Dei. Tenía buen humor. Es verdad que las preguntas de las tertulias multitudinarias no has hacía cualquiera. Si no estaba consultada antes sólo se le daba el micrófono a miembros de la obra. Pero a mí eso me parecía lógico. Mi madre quiso "preguntar" en una tertulia y a pesar de que le avisé al encargado de llevar el micrófono nunca se lo llevaron. Yo estaba seguro de que mi madre no iba a ser del todo favorable, aunque sí educada y respetuosa, pero me había "hecho la película" de que cuando el Padre le contestara quedarían resueltas todas sus dudas. Cuando le pregunté al encargado de micrófono porqué no se lo había llevado (aclaro que este numerario conocía personalmente a mi madre) me dijo textualmente: "¿querés que te diga que no hubo tiempo o querés la verdad?." Para no ponerlo en un compromiso preferí no seguir preguntando.

Finalmente fui al centro de estudios, donde a pesar de ser uno de los "alumnos" me pusieron en el consejo local. Yo en esa época estudiaba ingeniería, carrera que objetivamente demanda bastante tiempo. Trabajaba (debía cumplir unas 15 horas semanales). Atendía un club juvenil que funcionaba por las tardes a 50 minutos de bus. Llevaba la secretaría del centro. Atendía charlas de los numerarios. Asistía a las clases de formación del centro de estudios. Si bien hacía todo, notaba que algo debía cambiar. Así que una tarde me agarró el Director del Centro de estudios y luego de señalarme todo lo que estaba haciendo que les relaté más arriba me dijo que debía cambiar de carrera universitaria: que eligiera entre Filosofía y Pedagogía que eran "las que más podían servir a la Obra". No entiendo como no me quejé. Le dije que me diera un par de días para pensarlo. A los dos días fui a verlo y le dije que me había decidido por Filosofía. Creía que con el bienio interno casi terminado tendría posibilidades de adelantar. Me dijo: "Filosofía no. Pedagogía". Tampoco me quejé y así nació la vocación por la Educación que hoy en día me da de comer y me apasiona (raros los caminos del Señor).

Salido del centro de estudios me mandaron de subdirector a un club juvenil. Allí comencé, quizá como un mecanismo de defensa -muy probablemente equivocado- a clasificar a los miembros de la obra: los que yo creía que entendían el "espíritu" y los que aplicaban "la letra". Yo pensaba que el espíritu de la Obra se veía empañado no solo por nuestros defectos personales, sino porque el porcentaje de cerriles que había dentro de la obra era similar al que había afuera. (Es decir, no es que el Opus Dei los hizo cerriles sino que aplicaban su cerrilidad al espíritu de la Obra). Lo que fui comprendiendo con el tiempo es que la concentración de cerriles en cargos de gobierno es mayor que la que existe en el pueblo fiel.

En esa época sucedió el hecho que mencioné a la pasada hablando de mi propio "pitaje".

En mi equivocada clasificación de cerriles y normales me parecía que en mi centro el Director, y secretario y el cura eran de la categoría cerril, mientras que el otro subdirector era de los normales. Concretamente, nos opusimos a que "pitaran" tres personas (niños de 14,5) de las que pensábamos (praxis en mano) que no cumplían con los requisitos establecidos. Hete aquí que llegaron las vacaciones. El director, el secretario y el cura se fueron al mismo curso anual donde -graciosamente- pitaron los tres sujetos. Para mí eso ya pasaba de castaño a oscuro, y decidí emprender una suerte de "cruzada" en defensa del "espíritu del Opus Dei". Ya no iba a clasificar interiormente a la gente ni guardarme las cosas sino que iba a ir a los superiores para que se viviera el "espíritu". Por este tema fui a ver al vocal de San Rafael. Me escuchó con atención y lo que vino a decirme es que si el consejo local del lugar donde pitaron vieron que tenían vocación debía quedarme tranquilo. Como sabía que a pesar de la explicación esto no era correcto, que yo no me quedaba tranquilo, y que para colmo el vocal de San Rafael entraba en mi categoría de cerriles, partí en directo a ver al vocal de San Miguel. (aclaro que en esta época en Argentina no había delegación y que los directores regionales eran de fácil acceso). El vocal de San Miguel me escuchó también con atención, convino conmigo en que parecía que no se había hecho lo que correspondía, y que cuando volvieran del curso anual iba a citar a los interesados para hablar con ellos. Mucho más tranquilo a los pocos días me fui a hacer mi propio curso anual. Cuando éste estaba terminando vino alguno de la Comisión Regional para dar las informaciones sobre nuevos destinos. Yo me iba a otro centro y el Director de mi centro anterior, el que había hecho pitar a los que yo no quería en el curso anual, era el nuevo Vocal de San Miguel.

En esa época comencé a trabajar en el colegio de varones que era labor personal. Yo tenía clara la teoría sobre la diferencia entre labores personales y obras corporativas, pero se ve que la diferencia era teórica. Trabajé seis años en ese colegio pero los últimos dos fueron de terror y merecen un escrito aparte.

Yo seguía con mi suerte de "cruzada". No me guardaba nada y, si no encontraba eco, recurría a los Directores Regionales hasta que solucionaran el tema. Incluso en un par de oportunidades "conminé" a algún director regional para que elevara la consulta a Roma y me mostrara la respuesta.

Al cabo de un par de años de estar en esta postura me mudaron al centro de la Comisión Regional (era el Secretario del Centro pero no estaba en la Comisión). Realmente en su momento lo viví como algo positivo, como que me querían tener más cerca para ayudar. Para colmo de bienes, el que era Director del Centro, que tampoco estaba en la Comisión Regional, era para mí uno de los normales. Cuando encima me dijeron que iba a hacer la "charla fraterna" con él, me pareció que todos mis problemas se habían acabado. Cuando en mi primer "charla" le comenté que me daba una gran alegría que tanto él como yo estuviéramos en ese centro se rió mucho y me dijo (con un tono que yo interpreté que era en chiste) que tenía claro que estábamos en el centro de la comisión pero no sabía si para ayudar o para que no hiciéramos quilombo (lío) en otro lado. En esa época pude desayunarme de un mito que confieso había ayudado a mantener: lo mucho que trabajan en las comisiones regionales. Quien haya tenido trabajo externo al Opus Dei se daría cuenta inmediatamente de que esto es una mentira. Es un trabajo muy cómodo, con un horario muy acotado, interrumpido cuando uno quiere por las Normas de Piedad. Y muchos de los directores tardaban en hacer algo tres veces lo que tardaría uno en un trabajo externo para que no lo despidieran (a modo de ejemplo recuerdo una vez que varios directores se habían ido a hacer el curso de retiro y el Vocal de San Rafael se pasó toda la mañana y desde el fin de la tertulia hasta la 16,30, es decir una 5 horas y media, para preparar el círculo breve).

Otra anécdota graciosa pero significativa fue una vez que en la tertulia nos pusimos a hablar sobre el oratorio de la comisión, que estaba terminándose. Por supuesto que gracias a mis habilidades manuales yo era uno de los que instalaba "vía crucis", fijaba el Sagrario o pintaba. Mientras todos comentaban lo hermoso que estaba quedando a mi se me ocurrió comentar que era demasiado sobrecargado, habida cuenta que el techo era bajo y el casetonado pintado a cuatro colores (marrón, verde, rojo y dorado) que le estábamos haciendo. Terminó la tertulia y vino un director a decirme, en corrección fraterna, que cómo se me ocurría decir eso si los planos del oratorio los había aprobado el Consiliario. Por un lado le contesté que en la Obra me habían enseñado que todo aquello que no era de dogma o moral era opinable y que por tanto yo expresaba mi opinión, pues no parecía que la decoración del oratorio fuera dogmática. Por otro lado ante su estupor (creo que era la primera vez que este director me hacía una corrección fraterna -que para los neófitos nunca se discute-) también le pregunté con quién había consultado la corrección fraterna ya que consideraba que el Director de Centro era normal y jamás podría haber autorizado una corrección fraterna así. Me indicó que le había consultado al Director Espiritual, ignoro el porqué ya que éste no es el trámite común. Cuando avancé a consultarle a Director del centro para hacerle una corrección fraterna tanto al director que me la hizo como al Director Espiritual (que es sacerdote). Me dijo casi textualmente: "Me consultó a mí, y le dije que no te dijera nada que el equivocado era él". Y me animó a hacer las correcciones fraternas que le estaba consultando. Dos días mas tarde me informaron a partir de ahora iba a dejar de hacer la charla fraterna con el Director del Centro y pasaría a hacerla -graciosamente- con el Director Espiritual del la Región, al que dos días antes le había hecho la expuesta corrección fraterna.

Como supongo que la vida de los directores regionales no debía ser fácil conmigo (acepto que me pasaba de revoluciones en cuanto a defender el espíritu de la Obra), ya que no dejaba pasar ni una, antes de fin de año me enviaron a otro centro, que teóricamente era "de mayores".

Allí me di cuenta de que no tenía espíritu de "cruzado", que no iba a conseguir nada, y pedí que me mandaran a otro país ya que pensaba, en función del algún viaje que realicé por el UNIV, que en otras latitudes el porcentaje de cerriles era menor. Como me dijeron que iba a permanecer en Argentina, expresé mi deseo de abandonar la Obra. Que lo pensara bien por un tiempo, que estaba confundido, etc. El tiempo siguió pasando y yo seguía en mi decisión. En ese momento me sugirieron que esperara hasta que viniera la comisión de servicios de Roma, que así podría expresar todas mis inquietudes que seguramente se arreglarían. A medida que se acercaba la fecha las cosas empeoraban: como venía una comisión de servicios había que "poner en orden" todo lo que teníamos mal. Luego de quejarme en mi centro de este tema sin la menor respuesta (yo sostenía que debían dejar todo como estaba para que vieran la realidad) fui a hablar con un director de la delegación (que ahora sí existía). Me dijo que yo veía las cosas al revés: que esto no era hipocresía sino un impulso para poner en condiciones las cosas materiales que no lo estaban. Todavía recuerdo su cara de asombro cuando le dije que en mi centro me habían reclamado que le pidiera prestados a mi madre algunos muebles y objetos de decoración para devolverlos cuando se fuera comisión de servicios. Yo no lo hice pero me consta que en varios centros sí. Por supuesto que no llegó ninguna nota diciendo que esto estaba mal, a pesar de la cara de estupor del director de la delegación en cuestión.

Cuando llegó la comisión de servicios, integrada por dos personas, me indicaron que debía "despachar" con uno, a lo que me negué pues era un argentino que conocía mucho. Me autorizaron a despachar con el otro, un sacerdote español. Me hubiera gustado filmarle la cara. No decía nada pero expresaba que no podía creer las cosas que estaba escuchando. Si bien no abrió la boca salí satisfecho. Me pareció que encontraba eco y creí que las cosas podían cambiar.

Al poco tiempo se informó que como resultado de la comisión de servicios, bastantes miembros de la Comisión Regional iban a cambiar. Yo agradecía a Dios. Hasta que llegaron los nombramientos. Si me hubieran preguntado a quién no hubiera nombrado nunca, era precisamente a quienes estaban nombrando.

En ese momento dije basta: no solo veía que cualquier intento por preservar lo que yo creía -y sigo creyendo- que era el "espíritu de la Obra" no sólo era inútil sino contraproducente. Ya me lo había dicho muchas veces un sacerdote que atendió mi charla durante dos años y que yo consideraba de los normales, pero no lo escuché. Me dijeron que, faltando sólo dos meses para el curso anual, esperara para tomar la decisión allí. Estuve de acuerdo, con la sola salvedad de que me concedieran la dispensa de vida de familia para el día en que volvía del curso anual; que si venía con otra idea no "ejecutaba" la dispensa y listo. Volví del curso anual, pedí la dispensa de los compromisos y me fui. Al día siguiente fui a la Delegación. Me aclararon, cosa que ya sabía, que mientras no llegara la dispensa debería seguir viviendo los compromisos asumidos, en lo que estuve de acuerdo hasta que me dijeron con quien iba a hacer la "charla fraterna". Me negué, avisé que tampoco asistiría al círculo breve, que sólo iría por algún centro a confesarme con el sacerdote de la Obra que a mí me resultara cómodo y me fui. He de decir el honor a la verdad que durante el tiempo que siguió nadie intentó nada. Asimismo continué viviendo el Plan de Vida. Cinco meses más tarde me llamaron de la Delegación y me dijeron que querían verme pero en mi casa. No entendí el porqué -aún hoy no lo entiendo- pero acepté. El director que vino me dijo que podía arrepentirme pero que había llegado la dispensa.

Habían pasado 16 años, 5 meses y 3 días desde que "pité". No me extrañó que nadie de la Obra me haya llamado: yo tampoco lo hice. También he de decir que cuando me encontraba accidentalmente con algún miembro de la Obra siempre me trataron con cariño. También hay un numerario -ex compañero de Colegio, de los de círculo inicial- que siempre me llama para los cumpleaños y que cuando ha estado por mi ciudad nos hemos visto.

Creo que en el Opus Dei hay un montón de gente buenísima. Creo que el espíritu es bueno. Más adelante escribiré sobre como se tergiversa ese espíritu en muchos puntos (vgr. "de cien almas nos interesan las cien", "somos padres familia numerosa y pobre", "no somos como os demás: somos los demás", etc.

Esta es un resumen de mi historia en el Opus Dei. Quizá a alguno pueda servirle. A mí sirvió escribirla.

Para que nadie se vea ofendido intenté escribir solo hechos o mis sentimientos. Estas cosas me pasaron, y como dice San Juan, el que lo vio lo atestigua y sabe que su testimonio es verdadero. Yo no soy ningún santo: falté un montón de veces a Dios y al espíritu del Opus Dei. Pero terminé yéndome por intentar defenderlo. Hoy, si meto la pata, soy responsable de lo que hago. En la Obra no me sentía responsable sino culpable por hacer cosas que sabía que estaban mal. Espero que por el bien de la Iglesia estas cosas cambien.

Original


De cien almas nos interesan las cien

Quien haya sido miembro de la obra habrá escuchado esta frase cientos de miles veces. La comparto plenamente. Siempre supuse que el "nos interesan" se refería, no sólo a acercarlas a Dios, sino a darle contención humana y espiritual. Creo que lo mejor, si algún Director lee esta web, es sugerir que a partir de ahora de ahora, la frase se transforme en: "De cien almas que tengan potencialidad de ser del Opus Dei, nos interesan las cien. De resto que se ocupen otros". Creo que esta frase no es agresiva y que demuestra mejor que es lo que en realidad se hace.

He tratado de recordar alguna de la veces en que tuve que argumentar que "de cien almas nos interesan las cien", desde luego que sin ningún éxito. Si me hubieran dicho la transformación de la frase me hubiera sentido cumpliéndola. Allí van los ejemplos:

Al poco de ser San Rafael me dijeron que invitara amigos para asistir al círculo. Al círculo siguiente llevé 30 amigos. El numerario que daba el círculo me agarró después a solas y me dijo que mejor no invitara más a los que tenían bajas calificaciones en el Colegio o a los que no eran humanamente atractivos. Aún no había escuchado nunca lo de "las cien almas" pero me enseñaban lo contrario en la práctica.

Siendo ya numerario me dijeron que dejara de practicar el deporte que practicaba -había sido seleccionado para integrar la selección juvenil nacional- Cuando pregunté el porqué me dijeron casi textualmente que "era una pérdida de tiempo, porque en ese grupo -mi equipo- ya no había más "pitables"". Argumenté lo de "las cien almas" y como única respuesta recibí que discutir las indicaciones era de mal espíritu.

También en esa época (llevaba menos de 2 años en la Obra, creo que apenas habría cumplido los 16 años), iba de vez en cuando a la casa de fin de semana de un compañero de Colegio, con sus padres y dos o tres amigos. Esto lo venía haciendo desde hacía 3 o 4 años. Un día mi director me dice: no vayas más a lo de fulano. Pregunté que qué tenía de malo, si lo pasábamos en grande, hacíamos juntos muchas de las normas y yo completaba el plan de vida a solas. Respuesta: que de allí no se podían sacar más frutos. Nueva pregunta: los de "las cien almas". Respuesta: "discutir las indicaciones es de mal espíritu".

Como 10 años más adelante, vivía en la sede de la Comisión Regional. Un numerario mayor que yo, con el que había trabajado muchos años en una labor personal se fue de la Obra. Estaba muy mal. Reconozco que lo siguiente es una suposición mía, es decir que no sé si es verdad, pero mi Director en ese momento era una persona con bastante sentido común, así que intuyo que la historia sigue como la cuento porque el se habrá negado a transmitirme la indicación. Me llamó a su habitación el Consiliario. Vino a decirme que dejara de ver al exnumerario en cuestión. Nuevamente yo con lo de las "cien almas". He de decir que argumentó con bastante habilidad, ya que me dijo que de las "cien almas" quedaban excluidas las que podían hacer daño a la mía. Me puso como ejemplo que también nos interesaba el alma de las mujeres pero que yo no era el adecuado para tratarlas.

Realmente el argumento era bueno. Le dije entonces que de acuerdo, que era verdad que a mí personalmente, aunque me interesaran las cien, no podía dedicarme a las cien, pero que a la Obra sí tenían que interesarle y que por tanto que me asegurara que algún numerario con tacto lo siguiera viendo. Me dijo que no, que lo que era aplicable para mí era aplicable para cualquier miembro de la Obra. Reconozco que un poco enojado le pregunté que como era posible que nos "hiciera mal a nuestra alma" una persona que hasta 15 días antes era Director de un centro de supernumerarios, atendía charlas de numerarios, etc. "las circunstancias han cambiado" fue la única respuesta. Más enojado le dije: que iba a seguir viendo a ese numerario las veces que mi director me autorizara (que he de decir que lo me autorizó en todas las oportunidades en que le consulté), que no entendía porqué la indicación me la daba él y no mi director, que si eso era motivo para que expulsaran de la Obra que me dijera donde debía firmar y que no me hablaran más de este tema. He de decir a favor del Consiliario que yo estaba muy enojado (mi Director me contó luego que mis gritos se escuchaban en su despacho, a un piso de distancia), que me trató con cariño y me aclaró que si bien consideraba que estaba equivocado que hiciera lo que quisiera pero que eso no era motivo para expulsarme de la Obra. De todos modos el corolario es el mismo: "de cien almas nos interesaban 99".

El último hecho que recuerdo en este sentido sucedió en mi último año dentro de la Obra. Yo trabajaba administrando una pista de patinaje hielo. Realmente el trabajo no me gustaba. Tenía un horario lamentable (desde las 16 hs. hasta que cerrara -normalmente a las 3 de la mañana excepto viernes y sábados que cerraba alrededor de las 6 y media de la mañana). Tampoco el trabajo propiamente era muy adecuado a mí, pero en ese momento me permitía ganar bastante plata mientras conseguía otro más adecuado. Por supuesto que mi director estaba al tanto de esta situación, así como del apostolado que podía hacer (con un proselitismo nulo) (aclaro como detalle gracioso es que mis "metas apostólicas" se centraban en lograr que las adolescentes embarazadas bautizaran a sus futuros hijos -en varios casos tuve éxito- o que alguna pareja de "convivientes" se casara.

Tenía este trabajo hacía varios meses cuando un día se alquiló la pista para una fiesta privada a la que entre los participantes asistió la hija de un supernumerario (de esos escandalizables), que como corresponde fue a buscar a su hija a altas horas de la madrugada. No sólo me vio sino que charlamos bastante. Al mediodía siguiente (yo me levantaba normalmente a las 11.30 o 12.00 hs, ya que nunca me acostaba antes de las 4.30 hs) me llama de la delegación un director (al cual yo no le tenía ninguna simpatía), para decirme que abandonara ese mismo día el trabajo. Inicialmente, con buenos tono y modales, que a qué se debía y me contestó que era un trabajo sin posibilidades apostólicas (si se traduce por "proselitistas" no me estaba diciendo nada que yo no supiera). Argumenté lo de las "cien almas". Respuesta: es de mal espíritu cuestionar las indicaciones. Abandoné mis buenos modales: no en este tono le aclaré que era de mal espíritu dar una indicación de semejante tenor por teléfono, que era de mal espíritu no seguir los carriles correspondientes (él no era la persona adecuada para decirlo), que era de mal espíritu no informarse antes de decidir y que le anticipaba que tenía claro que era de mal espíritu pero, dicho finamente, "se fuera a freír buñuelos". Fui a ver a mi director que me aseguró -y le creo- que no estaba al tanto de nada. Cambié de trabajo cuando conseguí otro.

Estas son algunas de las anécdotas que recuerdo sobre lo de las "cien almas". Vuelco a insistir: si hubieran dicho: "De cien almas nos interesan las que potencialmente tengan vocación del Opus Dei, y que del resto se ocupen otros", al menos no se faltaría al espíritu como se falta. O que les interesen las cien de veras o blanqueen que sólo interesan algunas.

Original

El que juzga es el Señor

En más de una ocasión le escuché personalmente citar esta frase a San Josemaría: "QUI IUDICAT DOMINUS EST": "el que juzga es el Señor". A lo que solía agregar: "no juzguéis hijos míos". Como en muchas oportunidades, la "teoría" es una y la "práctica" es la contraria. Vayan aquí algunos ejemplos para confirmarlo.

Las correcciones fraternas

No sé si alguno le habrá pasado lo mismo, pero yo tengo la sensación de que había dos tipos de correcciones fraternas: las que señalan un hecho concreto (por ejemplo, "no hables tan fuerte en el comedor") y las que no sólo hacían referencia a un hecho sino que venían con juicio sobre las intenciones anejo (por ejemplo, "no hables tan fuerte en el comedor, que eso demuestra lo soberbio que eres, ya que quieres imponerte").

La segunda vez que recuerdo que me hicieron una corrección fraterna del segundo tipo (concretamente, en esa época estaban reformando la administración del centro de estudios y por las noches y desayunos nos "autoabastecíamos" -cocinábamos, poníamos la mesa, lavábamos los platos, etc.-. Pues me dijeron que "pusiera más empeño en doblar los manteles pues eso demostraba mi falta de amor de Dios". Como algo no me cerraba, acudí al Director del centro pues pensaba -idiota de mí- que la segunda parte había sido un agregado del sujeto. Me dijo que él había autorizado la corrección fraterna tal como la habían hecho. Le dije que me habían enseñado que "el que juzga es el Señor", y que no veía relación entre la doblada del mantel y mi amor de Dios, y que si la había la juzgaría Dios y no el que me hizo la corrección o él. Resultado, la consabida filípica por "cuestionar" una corrección fraterna. Cuando terminó de hablar, le volví a decir que yo no estaba cuestionando la corrección fraterna, que era verdad que los manteles no estaban doblados "como de tintorería" y que podía esmerarme más en el tema, que lo que cuestionaba era que me parecía que se estaba atentando contra el espíritu de la Obra ya que se estaba juzgando no un comportamiento sino a mi persona. Nueva filípica.

Este tema fue repitiéndose en diversas oportunidades a lo largo de mi vida. Y así, mi manera de sentarme en el oratorio demostraba mi "falta de espíritu de oración", el sentarme en la tertulia en un sillón demostraba mi "falta de espíritu de mortificación", el tener que hacer alguna norma de piedad después del examen de conciencia de la noche demostraba mi "falta de prioridad para las normas", etc.

Recuerdo que estando de director de un curso de retiro de numerarios, vino uno a consultarme par "decirle a fulanito que tiene una postura inadecuada en el Oratorio, lo que demuestra una falta de amor hacia Jesús Sacramentado". Primero lo interrogué acerca de cómo podía juzgar por la postura el amor "hacia Jesús Sacramentado". Como le pareció que tenía razón (o no dijo nada pues yo era "el director" aunque hubiera opinado lo contrario) insistió con el tema de la postura. Le pregunté ¿pues qué tiene de malo la postura?. "Que pone la cabeza entre las manos y no mira al Sagrario. Yo le dije: puedes estar con la cabeza entre las manos y el corazón en Dios, o mirando el Sagrario y pensando en el partido de fútbol o en la postura de los otros. No se rindió: "es que puede estar dormido". Le dije: por un lado que si de alguno estaba seguro que no se duerme en el Oratorio es de esa persona. Por otro, si realmente se durmiera, es porque lo necesita y el Señor vería su sueño como oración. Se fue. Yo creí que había entendido. Iluso de mí. Cuando llegué a mi centro el director me hizo una corrección fraterna: "que estando de Director negué el hacer una corrección fraterna que era evidente, lo que demostraba que quería imponer mi propio criterio en vez del de la Obra". Ojalá hubiera querido imponer mi propio criterio. Eso hubiera demostrado que me quedaba criterio propio.

Las reuniones de los Consejos Locales

Quien haya participado alguna vez de un consejo local sabe perfectamente de que estoy hablando: que si fulano tiene poco espíritu proselitista, que si mengano no es mortificado, que si zutano es un apegado a las cosas materiales. Aún hoy no entiendo como pude, no sólo permitirlo sino participar. Aun recuerdo con nombre y apellido la primera vez que estuve en esta situación. Tenía 19 años (imaginad mi madurez para atender charlas fraternas o estar en un consejo local). Era mi primera vez. Nos sentamos. El subdirector comenzó a hablar de un numerario determinado: que le iba mal en los estudios porque era un vago. Me dio un sopetón, pero no dije nada. Seguimos con otro. Este era un soberbio. Y ojo: esto no sólo era para lo malo, sino que también para lo bueno juzgábamos: que fulanito es un santo, que menganito es la pureza personificada. Si en el cielo hubiera tiempo cuánto le habríamos ahorrado a Jesús con nuestras clasificaciones. He de decir en mi favor que no recuerdo haber hecho ningún juicio (ni negativo ni positivo) sobre ninguna persona, pero sí sobre los hechos: fulanito tiene bajas notas, o no hace correcciones fraternas, o no vive el minuto heroico, etc., pero traté de nunca interpretar estas conductas. He de decir en mi contra que durante muchos años permití que esto se hiciera en mi presencia y sin decir nada -el que calla otorga- aunque a pesar del "lavado de cerebro" veía que eso debía estar mal a los ojos de Dios. Aprovechó para pedir perdón a aquellos que no defendí teniendo el deber moral de hacerlo. Cuando luego de varios años comencé a no permitir que en las reuniones de consejos locales se juzgara a las personas, me sacaron de ese consejo local y nunca más me pusieron en ninguno. (y justo en ese momento en que yo, con 28 años, creía que estaba un tanto más maduro que a los 19). Casualidades.

La indicación que nos dieron para escribir informes es que "el interesado pudiera leerlo con agrado". Quizá eso era así por escrito -tampoco lo tengo del todo claro pues no conocí a nadie que hubiera leído su propio informe salvo yo mismo, y cuando lo leí no me pareció ni que fuera real ni que me hubieran tratado con caridad: demostraba una falta de conocimiento tal que llegué a dudar si era sobre mí o se habían equivocado en la referencia-

La salida del Opus Dei

Esto sólo podemos contarlo los que estamos de este lado del mostrador. Cuando dices que te vas, directamente te condenan, no sólo al fuego eterno sino a la infelicidad temporal. Para que quede claro: no sólo se arrogan la potestad e mandarte al infierno (de esto hay montones de testimonios en la web, de modo que no vale la pena ahondar), sino que te garantizan que serás infeliz en esta tierra (si bien de esto hay también muchos testimonios en la web, me gustaría aportar mi granito de arena. Siempre que uno preguntaba casi en secreto qué había pasado con fulano, que era un numerario con quien uno no se cruzaba hacía varios años, la respuesta es que se había casado con una mujer fea, gorda y olorosa (una especie de orko de Tolkien), que le iba mal en el trabajo y que tenía algún hijo con problemas). Pues mi granito de arena es que estoy casado con una mujer bella y maravillosa (que a pesar de los partos pesa 45 kilos), tengo 5 hijos hermosos (que para seguir el ejemplo de Tolkien parecen "elfos", tengo el trabajo que me gusta en el que gano bien, y los problemas de cualquier sujeto en esas condiciones. Y además hago "lo que me da la gana, que es la razón más sobrenatural" sin que nadie me juzgue.

En el Opus Dei, aunque que sostenga que "El que juzga es el Señor", se juzga todos los días. Y eso produce un daño psicológico y espiritual. Baja la autoestima y hace que crezca la soberbia. Quizá deberían citar la frase de otra manera. "El que juzga es el Señor, pero nosotros le acercamos el expediente terminado"

Original

Como padres de familia numerosa y pobre

Para los "no iniciados" el "criterio" para vivir la pobreza dentro de la obra era ese: "Como un padre de familia numerosa y pobre".

Sé que me he metido en camisa de once varas, pues lo primero difícil es definir qué es un padre de familia numerosa y pobre. Porque tanto "familia numerosa" como "pobre" parecen ser criterios culturales no objetivos. Así, que alguno corrija si me equivoco en mi suposición, en Alemania una familia con tres hijos puede ser una "familia numerosa", mientras que en Argentina no lo sería. Asimismo, el concepto de "pobre" debe variar bastante entre Suecia y Bolivia (sin meternos en los intrincados problemas de la "renta per cápita" o la "distribución de la riqueza").

Hecha esta salvedad, voy a intentar definir lo que en mi país y mis circunstancias se entendía por numerosa y pobre, y contrastar el criterio con las realidades que se vivían dentro del Opus Dei, en ese mismo país y circunstancia.

Habiendo en mi país tanta indigencia (gente que vive en condiciones infrahumanas) reconozco que me cuesta pensar que "pobreza" es mucho mejor que "indigencia". Pero la realidad es así. Me guste o no me guste el criterio decía "numerosa y pobre" y no "numerosa e indigente". Perdón por la insistencia en este tema, pero lo que creo importante es la comparación y no los "términos" de la comparación. Es decir, si definiéramos que en un determinado país un "pobre" tiene cuatro limusinas, lo que habría que ver es si el miembro del Opus Dei tiene 2, 4 u 8 limusinas. En el primer caso, sería justo afirmar que vive "PEOR que un pobre", en el segundo "COMO un pobre" y en el tercero "MEJOR que un pobre".

Lo que intentaré hacer es definir pragmáticamente como vivía realmente para este país y estas circunstancias un padre de familia numerosa y pobre y compararlo con la realidad de los miembros de la Obra.

Comienzo por lo más fácil: familia numerosa. De 4 hijos para arriba. Pobre: vive en una vivienda alquilada o con gran esfuerzo y durante muchos años ha ido haciendo su propia casa (generalmente con sus propias manos). Su casa tiene una estancia única para comedor y estar, un dormitorio para varones y otro para mujeres, además del matrimonial. Rara vez tiene más de un baño (a veces dos, pero nunca uno para visitas). Suele tener un automóvil grande y viejo, que utiliza solo los domingos ya que durante la semana se mueve en medios públicos de transporte. Trabaja en su propio oficio (mecánico, plomero, etc.) o en relación de dependencia (docente, cajero de banco, chofer de bus), pero en ambos casos no baja de las 10 horas diarias de trabajo. Sus hijos van todos a escuelas gratuitas (sean privadas o estatales). Rara vez toma una semana de vacaciones, generalmente alquilando algo con otra familia o "de prestado" en la vivienda vacacional de algún pariente más acomodado. Tiene la ropa indispensable y en las fiestas y cumpleaños suele regalar cosas útiles y no ornamentales. No tiene servicio doméstico. Perdonad por la descripción pero de alguna manera hay que definir.

Reconozco en mi contra que en mis primeros años en la Obra este tema no sólo me tenía sin cuidado sino que incluso pensaba que el criterio se vivía. Yo provenía de una familia medianamente acomodada y con 15 años no se había tenido mucha oportunidad de ver otra cosa. La primera vez que comencé a prestarle atención al tema fue estando en el centro de estudios: durante un círculo breve en el que se hablaba de pobreza yo notaba que uno que hacía la charla conmigo se sonreía demasiado. Cuando le pregunté luego sobre el motivo me dijo: "Fulano (por el que daba el círculo) no debió ver un pobre en su vida". Caí en la cuenta que, al no haberme parecido extraño lo que decía "Fulano", a mí debía pasarme lo mismo. Así que seguí interrogándolo: su familia era realmente "numerosa y pobre", y por lo tanto él también, perteneciera o no al Opus Dei. Empezó a señalarme las diferencias que veía -os imaginaréis que a favor del Opus- así que empecé a sonreírme con él. Solo a modo de ejemplo me indicó que en su casa, tenía "la camisa de vestir" y un par de "remeras" (creo que otros países se las llama "niki" o "chomba") que su madre lavaba diariamente, al igual que los dos calzoncillos o los dos pares de medias. Cuando vino a vivir al centro de estudios, el "ajuar" debía comprender: 14 camisas de vestir, 4 camisas "sport", 14 calzoncillos, 14 pares de medias, 2 pijamas, una bata, pantuflas, sin contar con la ropa de deportes, pantalones de vestir, trajes, etc. Confieso en mi contra que por primera vez me percaté que un "hijo de familia numerosa y pobre" nunca tenía 14 calzoncillos (por ir a lo más elemental). Y el padre menos. Sus padres (sin saber que su hijo era de la obra y que iba al centro de estudios, sino creyendo que venía a la Capital para estudiar y viviría en una "Residencia Universitaria"), habían hecho un enorme esfuerzo económico para comprar toda esa ropa. Incluso me contó que su padre se puso la bata para ver como era pues nunca había tenido una. No pondré más ejemplos en esta línea, pero he de decir, nuevamente en mi contra, que le consulté muchas veces sobre cosas concretas pues él tenía clarísimo de que se trataba cuando se hablaba de "numerosa y pobre" (me olvidé de aclarar que eran 5 hermanos, entre varones y mujeres).

Para los que en la web estaban investigando no sólo sobre contradicciones entre la "teoría" y la "práctica", sino "intrateóricas", también le hemos escuchado decir muchas veces a San Josemaría (ignoro si la frase es propia) "se gasta lo que se deba, aunque se deba lo que se gasta". Pues bien: este criterio no lo comparte en absoluto "un padre de familia numerosa y pobre". Y la frase viene a cuento pues cuando quien en ese momento aún era "El Padre" vino a la Argentina, es el criterio que primó. Se arreglaron oratorios, reemplazando altares de madera por otros de piedra, se pintaron y redecoraron centros, se plantaron árboles en algunos jardines, etc. También se consiguió (prestado, aunque luego quedó como "reliquia") el mejor automóvil de producción nacional que había en aquel entonces (para que los "fanáticos de los fierros" no se me tiren encima, diré que no era el mejor sino el más caro).

Antes de continuar con el "anecdotario", permitidme una breve -pero importante- digresión. Muchas veces se leen en esta web contradicciones entre la "teoría" y la "práctica". Pero cuando uno hace notar una contradicción concreta y los directores (sean locales, delegacionales, regionales o centrales) continúan en "sus trece", pareciera ser que la contradicción es más que "teórico-práctica". Para poner un ejemplo: yo no salgo a la calle para chocar, aunque en mis años de manejo he chocado varias veces. Hay una contradicción entre lo que digo que quiero hacer y lo que me sale. Esto es parte de la humana condición. Ahora, si cuando choco defiendo que hice bien en chocar, y encima choco con cierta frecuencia, parece que la frase original ("yo no salgo a la calle para chocar") es mentira. Esto viene a cuento a que en el anecdotario sobre este tema que sigue, no escribo sobre las contradicciones, que en el caso de la pobreza creo que son más que evidentes, pero que en el fondo podrían estar explicadas por la "humana condición", sino en aquellos casos en que habiendo hecho notar la contradicción se sostuvo la "práctica".

Vayan un par de anécdotas. Para una curso anual, me pidieron que consiguiera un auto. Con "obediencia inteligente", le pedí prestado a un amigo mío una combi (minibus) para 9 personas: podríamos mover más gente en el curso anual y, por otro lado, como se hacía a 800 km. de Buenos Aires podríamos ahorrar 8 pasajes. A la ida era más complicado pues iban de distintos centros, era difícil saber quienes iban, etc., por lo que en la combi para 9 sólo fuimos tres. Cuando estaba terminando en curso anual, hablé con el director para ver quien quería viajar de vuelta en la combi. Nota: cualquiera sabe que esas combis son más incómodas que el avión o incluso que el bus, ya que los asientos no eran reclinables, eran bastante duros, etc.). El director avisó en la tertulia que le dijeran cómo iban a viajar, para que el secretario sacara los pasajes de vuelta. En la combi: ninguno. Fui al director a decirle que me parecía una falta de pobreza volverme vacío mientras 8 numerarios volvían en avión o en bus. Por esas cosas de la providencia, mientras hablaba con el director, apareció el jardinero (que ignoro si tenía familia numerosa pero tengo claro que sí pobre). "Oiga don... si Ud. tuviera que ir mañana a Buenos Aires y yo le ofreciera llevarlo en la combi, ¿qué haría Ud.?." "Irme con Ud." Es decir: el "criterio" (padre de familia pobre) había hablado. No había más excusas. No había interpretaciones. El director me pidió consultarlo con el consejo local. Resumen: me volví sólo. (para que el diablo no se lleve la mentira, los primeros 90 km. me acompañó el director, que era de Córdoba y allí se bajaba). Los dos directores de la Delegación que volvían a Buenos Aires lo hicieron en avión, como lo hubiera hecho cualquier "padre de familia numerosa y pobre", mientras el "chofer" volvía con el auto.

Ultima anécdota: yo trabajaba en un "colegio labor personal" (que como astutamente señala M.F. en sus escritos es incomprensible su relación con la Obra). Era el director del colegio en cuestión pero desde hacía un tiempo tenía divergencias con las autoridades de APDES (el equivalente al "Fomento" español). Vino a verme un Director Regional para decirme que "renunciara". "¿Y a dónde me mandan?". "A ningún lado, pero no queremos que sigas trabajando en es Colegio". Le dije que si los que tenían problemas conmigo eran las autoridades de APDES, que podían echarme, que me quedaría sin trabajo pero al menos tendría la indemnización por despido. Que pensara si un "padre de familia numerosa y pobre" renunciaba alegremente a su trabajo, sin otro por delante, cuando además no tenía motivos para renunciar (aunque sí para que lo echaran, en función de esas "divergencias"). Ignoraba si su propio difunto padre era de familia numerosa y pobre pero le sugerí que pensara que hubiera hecho su propio padre en esas circunstancias. Algo debió de impactarle porque me dijo que iba a consultarlo nuevamente en la Comisión Regional. Dos días más tarde teléfono: que renunciara. ¿Se quedaría en la calle un "padre de familia numerosa y pobre" sin conocer las razones y sin recibir lo que le a nivel económico le correspondía?. Estoy seguro que no. Los verdaderos "padres de familias numerosas y pobres" que conocí después de mi salida de la Obra, no hubieran actuado así.

Este es otro de los temas en que el abismo entre la "teoría" y la "práctica" es enorme. Termino con una frase que dijo el "numerario pobre" que cité al principio: "Como le gustaría a mi padre ser padre de esta familia".

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