Guión para la charla sobre la renovación del compromiso vocacional

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(Retiro mensual anterior a la fiesta de San José)

El contenido de este guión se aplica tanto a los fieles de la Prelatura ‑laicos y sacerdotes- como, servatis servandis, a los socios Agregados y Supernumerarios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (cfr. Statuta, nn. 57 ss), pues esta última (asociación de clérigos propia, intrínseca e inseparable de la Prelatura) es parte integrante del Opus Dei, y la vocación a la Obra es la misma para todos, iluminando e informando las diversas situaciones personales. Así, por ejemplo, cuando en el guión se recuerda que los fieles de la Prelatura se comprometen a permanecer bajo la jurisdicción del Prelado, en el caso de los socios Agregados y Supernumerarios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz ‑que no están bajo esa jurisdicción‑, se entiende que se comprometen a observar las normas por las que se rige la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (cfr. Statuta, nn. 57 y 64); cuando se hace referencia a los deberes comunes a todos los cristianos, se entiende que, para los sacerdotes, se trata también de los deberes comunes a todos los sacerdotes.


Vocación cristiana y vocación a la Obra

1. La vocación cristiana, que es vocación a la santidad y al apostolado, es universal. Con el Bautismo, todo cristiano recibe esa llamada que, por caminos muy diversos, Dios concretará después para cada alma de un modo personal.

¡Con cuánta fuerza ha hecho resonar el Señor esa verdad, al inspirar su Obra! Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa —homo peccator sum (Lc 5, 8), decimos con Pedro—, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio (Carta 24-III-1930, n. 2).


2. La vocación a la Obra es la determinación o especificación de la vocación cristiana, que Dios ha querido para cada uno de nosotros personalmente. No estamos vosotros y yo en el Opus Dei, porque hayamos decidido llevar a cabo una obra buena, o aun nobilísima. Estamos aquí porque Dios nos ha llamado, con una vocación personal y peculiar (Carta 14-III-1944, n. 1)

El llamamiento a la Obra ‑como toda vocación divina‑, en cuanto voluntad y llamada de Dios, es eterno: ante mundi constitutionem (Ef 1, 4), pero en el tiempo se manifiesta a la persona concreta, gradualmente: primero, en su comportamiento y exigencias cristianas comunes a partir del Bautismo; después, Dios da a conocer e impulsa, con su gracia, a vivir el modo expreso de compromiso cristiano que desea para cada uno de nosotros: ser Opus Dei.


3. La llamada a la Obra, por venir de Dios ‑cuya Palabra es eficaz‑ trae consigo, a la vez, gracia ‑la gracia de la vocación‑, que ilumina e impulsa:

a) es luz de Dios, que nos hace ver ‑en concreto, hoy y ahora, personalmente, no como simple afirmación teórica‑ la radicalidad de la llamada universal a la santidad y al apostolado, con las consecuencias que eso tiene para uno mismo y para el trato con los demás; y es también, simultánea e inseparablemente, fuerza e impulso interior, para corresponder a esa invitación: si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre s dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación (Carta 9-I-1932, n. 9).

Todos hacemos lo que hubiéramos hecho si no fuésemos del Opus Dei, pero con una diferencia: porque llevamos encendida dentro del alma la luz de la vocación divina, de la gracia especial de Dios, que no viene a sacarnos de nuestro sitio, sino a dar a nuestra vida ordinaria y a nuestro trabajo un sabor nuevo, divino, y una eficacia sobrenatural (Carta 29-VII-1965, n. 7).

b) la vocación es llamada de Dios, que lleva a vivir la condición cristiana formando parte de la Obra: por tanto, con una precisa misión o fin propio, con un propio espíritu, con unos determinados medios, dedicación, modos apostólicos, etc.:

Hemos recibido, pues, de Dios, una vocación peculiar, con un fin propio: el Señor nos ha reunido, no para hacer tan sólo una obra buena, sino para que busquemos la perfección cristiana y ejerzamos el apostolado con unos medios perfectamente determinados y concretos (Carta 28-III-1955, n. 12).


4. El camino en la Obra presenta al alma un pleno encuentro vocacional con Dios: encuentro vocacional pleno, repito, porque ‑Cualquiera que sea el estado civil de la persona‑ es plena su dedicación al trabajo y al fiel cumplimiento de sus propios deberes de estado, según el espíritu del Opus DeL Por esto, dedicarse a Dios en el Opus Dei no implica una selección de actividades, no supone dedicar más o menos tiempo de nuestra vida para emplearlo en obras buenas, abandonando otras. El Opus Dei se injerta en toda nuestra vida (Carta 25-I-1961, n. 11).

Nuestra llamada es, por eso, omnicomprensiva: abarca la vida entera, en todas sus dimensiones, y no sólo algunas peculiares actividades espirituales, formativas y apostólicas; es, en efecto ‑conviene subrayarlo‑ una determinación o especificación de la vocación cristiana en toda su amplitud Y ésta –la vocación cristiana‑ afecta e informa toda la existencia: el Opus Dei acoge y encauza el hecho hermosísimo de que cualquier estado y cualquier trabajo profesional, siempre que sea recto y persevere en esa rectitud, puede llevar a Dios. Nuestra Obra recoge esa posibilidad en una vocación bien definida: una dedicación personal a Dios en medio del mundo, para convertir nuestra vida ordinaria y nuestra labor profesional y social en instrumentos de santificación y de apostolado, cualesquiera que sean la edad y las circunstancias individuales (Carta 15-VIII-1953, n. 12).


5. Se entiende así que realmente la vocación cristiana y la vocación a la Obra se identifican en la persona, en cada uno de nosotros, aunque conceptualmente cabe distinguir entre vocación cristiana y vocación a la Obra. Estamos llamados por Dios a ser cristianos siendo Opus Dei. La Obra es nuestro lugar en la Iglesia una y única. Cada uno, personalmente, no tiene dos vocaciones (la vocación cristiana y la vocación a la Obra), sino una única vocación, que es la vocación de cristiano corriente vivida en plenitud según el espíritu, la dedicación, los modos apostólicos, etc., queridos por Dios para la Obra.

No se opone a esto el hecho de que la vocación a la Obra se pueda "perder" por la propia infidelidad, sin que desaparezca por eso la vocación cristiana. En realidad, "perder" la vocación no significa que la vocación deje de existir, pues "los dones y la vocación de Dios son inmutables" (Rm 11, 29); simplemente, la persona puede poner obstáculos que impidan, incluso de forma definitiva, toda o parte de la eficacia de la vocación ‑luz e impulso interior‑ en su alma.


6. En resumen, la vocación al Opus Dei compromete toda la persona y todos sus actos: no se reduce a una vocación para realizar una Iimitada actividad, sino para santificar todas las actividades, todos los aspectos de nuestra vida, y transformarlos en medio de santidad y de apostolado, según el espíritu de la Obra. En consecuencia, todo, en nuestra actuación, puede ser valorado, medido y juzgado en términos de fidelidad a la vocación.

Naturaleza del compromiso vocacional y del vínculo con la Prelatura

7. El compromiso vocacional es un compromiso de amor:

a) nace del encuentro entre el amor que Dios nos ha manifestado a cada uno con la llamada, y nuestro amor de correspondencia: para nosotros no es un sacrificio el aceptar nuestra vocación: no es sacrificio, porque sabemos que es una prueba de elección y de amor: redemi te, et vocavi te nomine tuo, meus es tu (Is 43, 1) (Carta 11-III-1940, n. 28);

b) se vive en el amor y por amor: sólo el amor a Dios, la caridad, es la fuerza que nos permite perseverar fielmente en el camino: Tened esto muy claro: nuestra perseverancia es fruto de nuestra libertad, de nuestra entrega, de nuestro amor, y exige una dedicación completa (En diálogo con el Señor, p. 20; cfr. Camino, n. 999).

c) conduce al amor, porque no es posible otra finalidad última diferente de la unión amorosa con Dios: si el amor aquí en la tierra da tantas alegrías, ¿cómo será en el cielo, cuando toda la grandeza de Dios, toda la Sabiduría de Dios y toda la Hermosura de Dios, toda la vibración, todo el color, ¡toda la armonía!, se vuelque en ese vasito de barro que somos cada uno de nosotros? (Notas tomadas en una tertulia, 20-XII-1968).


8. El compromiso vocacional comporta un vínculo mutuo y estable con la Obra:

a) este vínculo, además de establecer unos derechos y obligaciones mutuos, nos incorpora a la Obra: somos Opus Dei para hacer el Opus Dei en la tierra;

b) la incorporación a la Obra no es una nueva consagración a Dios que se añada ‑mediante votos u otros actos de la virtud de la religión- a la consagración bautismal, sino que corrobora y determina la condición común cristiana según el querer de Dios para nosotros; somos cristianos corrientes:

Es voluntad del Señor —parte del mandato imperativo, de la vocación recibida— que seáis, hijas e hijos míos, cristianos y ciudadanos corrientes (Carta 14-II-1944, n. 2).

Vosotros, hijas e hijos míos —que como los demás cristianos habéis sido consagrados a Dios por el bautismo, y renovasteis después esa consagración, hechos milites Christi, soldados de Cristo, por el sacramento de la confirmación—, libre y voluntariamente habéis renovado una vez más vuestra dedicación a Dios, al responder a la vocación específica con la que hemos sido llamados, para que en la Obra procuremos alcanzar la santidad y ejercer el apostolado (Carta 15-VIII-1953, n. 35);

c) por eso, la incorporación a la Prelatura no cambia el estado o condición de sus miembros, ni en la sociedad civil ni en la Iglesia: cada uno tiene, en la Iglesia y en la sociedad civil, el que tenía antes de su incorporación a la Obra, porque esta incorporación no hace estado. El laico sigue siendo laico, célibe o casado, el sacerdote secular sigue siendo sacerdote secular y diocesano (Carta 25-I-1961, n. 12).

Deberes derivados de la incorporación a la Obra

9. El vínculo con el Opus Dei comporta para todos sus miembros graves y cualificadas obligaciones (Decl. Praelaturae personales, n. I, c), que conducen a la profundización en la condición cristiana. Desde el principio, todos tenemos conciencia de la seriedad de la vocación y de la gravedad del deber de ser fieles, también desde el punto de vista de las consecuencias morales de la fidelidad o infidelidad a las exigencias de la entrega.


10. En Statuta, n. 27 § 3, se establece que en la declaración de incorporación a la Prelatura, el miembro de la Obra:

a) manifiesta su firme propósito de dedicarse con todas sus fuerzas a la búsqueda de la santidad y a ejercer el apostolado según el espíritu los modos de la Obra‑,

b) se obliga, desde el momento de la incorporación y mientras ésta dure:

  • a permanecer bajo la jurisdicción del Prelado y de las demás autoridades de la Prelatura, en todo lo que se refiere al fin peculiar de la Prelatura;
  • a cumplir todas las obligaciones que lleva consigo la condición de Numerario, Agregado o Supernumerario del Opus Dei, y a cumplir las normas que rigen la Prelatura y las legítimas disposiciones del Prelado y de las demás autoridades de la Prelatura sobre su régimen, espíritu y apostolado.

Hay, pues, dos tipos de obligaciones o deberes: unos, que son propios de todo cristiano (los contenidos en la ley de Dios y de la Iglesia, necesarios a todos para buscar la santidad); y otros, que son peculiares o específicos (los derivados del vínculo con la Obra, que determinan y concretan los medios y modos, queridos por Dios para nosotros, en esa búsqueda de la santidad). Pero, tanto en unos como en otros, resulta evidente que su cumplimiento o incumplimiento es fidelidad o infidelidad a la vocación (cfr. supra, n. 6).


11. Los deberes relativos a las leyes de Dios y de la Iglesia, obligan a los miembros del Opus Dei con la obligatoriedad que esas leyes tienen en sí mismas para todos los cristianos (cfr. Statuta, n. 183 § l).


12. Los deberes derivados de las normas relativas al régimen de la Obra, las que definen las funciones y cargos de gobierno y las mismas normas cardinales de gobierno, así como las que establecen la naturaleza y fin de la Obra, obligan en conciencia según la gravedad de la materia (cfr. Statuta, n. 183 § 2).

Tal es el caso, por ejemplo, de las normas que determinan los aspectos esenciales del régimen de vida de los miembros de la Obra (Numerarios, Agregados y Supernumerarios), de las que garantizan la unión con el Padre y de las que señalan que el gobierno sea colegial; y de las que establecen la unidad de espíritu y la separación entre las dos Secciones.

Por ser nuestra empresa divina, no está en nuestras manos ceder, cortar o variar nada de lo que al espíritu y al modo de la obra de Dios se refiera. Nuestra vocación ha de desarrollarse en función '[235]' de esa finalidad específica que Dios ha querido: hemos sido llamados a la Obra para cumplir esa finalidad concreta, para llevarla a cabo tal como el Señor la quiere (Carta 15-VIII-1953, n. 6).


13. Los deberes derivados de las normas meramente disciplinares o ascéticas, no incluidas en los párrafos anteriores (nn. 11 y 12), por sí mismas no obligan bajo pecado; pero sería pecado su desprecio formal, o si su transgresión se realizara con un motivo o con un fin no recto, o si produjese escándalo: en estos casos, habría pecado contra las virtudes correspondientes (cfr. Statuta, n. 183 § 3).


14. En consecuencia, por lo que se refiere a las implicaciones morales de lo señalado en los nn. 10‑ 13:

  1. el incumplimiento de los deberes que son propios a todo cristiano (cfr. n. 11) no comporta una duplicidad ni numérica ni específica de los correspondientes pecados, por lo que, al confesarlos en el sacramento de la Penitencia, no sería necesario mencionar el compromiso vocacional (cfr. p. 101 § 3 de este Vademécum);
  2. si se faltase a los deberes peculiares o específicos, es decir, a los indicados en el n. 12 y, en los casos en que fuese pecado, a alguno de los indicados en el n. 13, en la Confesión bastaría referirse a las virtudes correspondientes (cfr. pp. 101 § 4 y 102 § 1 de este Vademécum).


15. Teniendo siempre muy presente la seriedad del compromiso vocacional ‑también en sus repercusiones morales‑, no se puede olvidar nunca el hecho fundamental de que nuestro compromiso es un compromiso de amor, de tal manera que nuestro espíritu nos lleva a vivir plenamente sus exigencias, por amor y, por tanto, con plena libertad:

Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Mirad, cuando una madre se sacrifica por amor a sus hijos, ha elegido; y, según la medida de ese amor, así se manifestará su libertad. Si ese amor es grande, la libertad aparecerá fecunda, y el bien de los hijos proviene de esa bendita libertad, que supone entrega, y proviene de esa bendita entrega, que es precisamente libertad (Amigos de Dios, n. 30). ¡Tantos hogares que son uno solo!, como somos muchos corazones y tenemos un solo corazón, una sola mente, un solo querer, una sola voluntad, con esta obediencia bendita, llena de voluntariedad, de libertad. No quiero que nadie se sienta coaccionado; en todo caso, sólo por la coacción del amor, sólo por la coacción de saber que no acabamos de corresponder al amor que Jesús tiene con nosotros, cuando nos ha buscado. Ego redemi te, et vocavi te nomine tuo: meus es tu! (Is 43, 1) (En diálogo con el Señor, p. 222).


16. Hemos, pues, de considerar todas las exigencias concretas y diarias de nuestra vocación, sean cuales fueran las implicaciones morales de unas y otras (cfr. nn. 11 ‑ 14), como llamadas del Amor de Dios a nuestro amor, y vivirlas porque nos da la gana, con voluntariedad actual, porque queremos responder libremente ‑por amor‑ a la vocación divina de ser Opus Dei y hacer el Opus Dei hasta en los detalles más pequeños.


17. Esta fidelidad, que por nuestra personal debilidad exige un continuo comenzar y recomenzar, hace crecer más y más nuestra alegría, porque la fidelidad es felicidad; una alegría que no se traduce necesariamente en algo sensible, y que muchas veces se encuentra, sin consuelo alguno, en el amor a la Cruz (cfr. Camino, n. 178).

Ser fieles, hijos, no significa que las cosas no cuesten. A mí me cuestan; y sin embargo, tengo la conciencia clara de que Dios se ha fijado en mí y me ha elegido; y este argumento —incluso humanamente— me sirve de acicate para responder que sí, también cuando hay que dejar jirones al caminar. ¡Duele, pero es dolor de Amor! (...). Con esto no penséis que el camino es difícil; estoy convencido de que es más llevadero que el de cualquier otra persona, siempre que vivamos ese compromiso de Amor y queramos estar atados por Amor. La fidelidad es felicidad, incluso padeciendo. Dios no abandona, aunque cueste encontrarle en algunos momentos (Notas tomadas en una conversación, 27-VII-1968).