Guarderías de adultos en la Iglesia Católica

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Por Josef Knecht, 14 de mayo de 2010


Tomé esa expresión del libro de Isabel de Armas, La voz de los que disienten. Apuntes para san Josemaría, ed. Foca, Madrid 2005, pp. 95-97. Al igual que Isabel, con esa expresión no me refiero a las órdenes religiosas clásicas, sino a los así llamados “nuevos movimientos” laicales nacidos en la Iglesia Católica en el siglo XX: Opus Dei, Legionarios de Cristo, Camino Neocatecumenal, Renovación Carismática, Focolares y otros. Conozco personalmente a bastantes jesuitas, benedictinos, franciscanos y dominicos, y puedo dar fe de que de infantilizados no tienen nada; además, los pertenecientes a estas órdenes religiosas han asimilado y aplicado bastante bien los impulsos del concilio Vaticano II (1962-1965). En cambio, muchos seguidores de los “nuevos movimientos” son tendentes al fanatismo e integrismo religioso en un contexto vital de puerilidad moral y mental...

Otros prefieren llamar “sectas” a las “guarderías de adultos”; yo, en cambio, no soy tan rotundo y prefiero la segunda denominación, aunque reconozco que tienden al sectarismo. También se podrían calificar de “sociedades totalitarias”, pero esta denominación es muy genérica y se acostumbra a emplear más bien para los Estados no democráticos; sin embargo empleé esta denominación (“sociedad totalitaria”) en un escrito aparecido el 18.09.2009, en que mencioné a un supernumerario del Opus que había obrado puerilmente yendo incluso en contra de su elevado nivel y rango intelectual.

¿Por qué tienen tanto éxito estas “guarderías de adultos” actualmente? Tal vez por lo compleja y difícil que es la sociedad contemporánea. Esa complejidad responde, al menos, a las siguientes cuatro razones.

  1. Según el filósofo Martin Buber (1878-1965), la Física contemporánea nos aporta una visión del Universo material que de alguna manera “nos ha metido miedo en el cuerpo”, hasta el punto de que el mundo se ha hecho algo inhabitable para el ser humano. Las cosmologías de anteriores épocas históricas, con independencia de que estuvieran equivocadas o no, daban seguridad: la Tierra es el centro del Universo, y Dios, además de creador y providente, es el Motor Inmóvil que pone en marcha el movimiento circular de las esferas astrales del mundo supralunar. Hoy en día, en cambio, a partir de los datos de la Física, aunque estemos mucho mejor informados que anteriormente, no nos podemos imaginar con exactitud qué fue eso de la “gran explosión” (big bang) y nos estremece pensar que el Universo esté en continua expansión; tampoco nos complace saber que dentro de muchos millones de años se apagará el Sol; antiguamente se idealizaba la Luna, habitada por los selenitas, pero ahora la Astronomía nos la desmitifica, presentándola como un secarral de lo más inhóspito.
  2. En otros momentos de la historia, cada sociedad tenía una cosmovisión compartida por todos sus integrantes. Actualmente, vivimos en sociedades muy plurales, en las que no hay una cosmovisión común a todos los ciudadanos, sino una disparidad tremenda a la hora de explicar el sentido de la vida y de aportar razones ideológicas acerca de los fundamentos últimos de la existencia. La sociedad culturalmente plural se explica por dos razones: a) el proceso de secularización, acompañado de la libertad de conciencia, ha dado pie a que cada uno se adhiera libremente a una determinada cosmovisión, religiosa o agnóstica; b) la inmigración de extranjeros a nuestras tierras ha aumentado aún más la variedad de visiones del mundo.
  3. El pensamiento débil de la postmodernidad, dominante hoy en día, está acompañado de una gran desorientación en los valores éticos y de un desconcertante relativismo moral. Por eso, abundan situaciones penosas como la drogadicción, la sexoadicción, el alcoholismo, la telebasura, la violencia doméstica, el aborto, la delincuencia galopante, etcétera. El hedonismo y la permisividad zarandean los fundamentos de la institución familiar, de modo que a ésta le resulta difícil no sólo la estabilidad del vínculo matrimonial, sino también la educación de la prole. Por otra parte, el consumismo favorece las ansias de corrupción entre algunos banqueros, empresarios y políticos de los países del primer mundo, mientras que en el tercero la corrupción campea entre las oligarquías nacionales o locales.
  4. A pesar de beneficiosos avances en cuestiones de justicia social (el “Estado del bienestar”, por ejemplo), continúa creciendo la desigualdad entre ricos y pobres a nivel mundial. La crisis financiera actual revela que el sistema capitalista es cruel con la gente económicamente más débil, y no resulta nada fácil acotar el capitalismo dentro de una coordenada de valores éticos que lo hagan verdaderamente humano. Además, las tensiones bélicas no son halagüeñas: la “Guerra fría” del siglo pasado, los conflictos en el Oriente Medio y en países del Asia Central, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y del 11 de marzo de 2004 en Madrid, etcétera.


En resumen, nuestro mundo es muy inseguro, altamente complejo y peligroso. Por ello, se comprende que bastantes personas busquen seguridad y cobijo en la experiencia de la religión, muchas veces entendida en un contexto infantil y vivida de acuerdo a la “fe del carbonero”: ¿acaso no da tranquilidad a muchos padres llevar a sus hijos a colegios del Opus o de los Legionarios para evitar que adquieran vicios de todo tipo o para encontrar pareja de confianza? De ahí que haya surgido a lo largo del siglo XX, en la Iglesia Católica, una serie de “movimientos laicales” caracterizados por ese infantilismo, el cual, a su vez, está teológicamente arropado por planteamientos integristas. El integrismo teológico sería una quinta causa, propia de la vida interna de la Iglesia y añadida a las cuatro más arriba expuestas, que favorece el auge de las “guarderías de adultos”; es un integrismo que, entre otras cosas, frena la aplicación de bastantes aportaciones positivas del concilio Vaticano II.

No todos los “movimientos laicales”, pese a su denominador común, son idénticos. Así, el Opus y los Legionarios de Cristo son clasistas, mientras que los Neocatecumenales son, en cambio, populacheros. Comunión y Liberación, tal vez el movimiento laical menos integrista de todos, se dirige a intelectuales y políticos, mientras que los Carismáticos se orientan no tanto a la inteligencia, cuanto más bien a los sentimientos y el fervor pneumático.

La gente que ingresa en esos movimientos laicales suele ser de dos tipos: a) gente sencilla, poco culta, que busca seguridad anímica en un ambiente cerrado y coherente consigo mismo; b) gente rica y de buen nivel cultural, con ideología conservadora, que busca, además de seguridad, el mantenimiento de su buen estatus social y económico.

En mi modesta opinión, la jerarquía de la Iglesia no acierta dando apoyo a esos movimientos laicales, que fueron promocionados al máximo durante el pontificado del papa Juan Pablo II (1978-2005). Ni la figura ni la actuación de un laico o sacerdote infantilizado benefician la labor evangelizadora de la Iglesia. Al contrario, las difíciles circunstancias sociales exigen que un creyente sea lo más maduro posible, ya que las “guarderías de adultos” convierten a las comunidades cristianas –y a la Iglesia entera– en “guetos”, que a la corta y a la larga perjudican a la evangelización. Los “guetos” no evangelizan una sociedad, sino que se enquistan dentro de esa sociedad aislándose de ella, lo cual acaba volviéndose del todo contraproducente para el propio gueto. Sería, por tanto, penoso que la Iglesia tomase en la actualidad el rumbo de un coto cerrado, siendo así que en otros momentos históricos (por ejemplo, en el antiguo Imperio Romano) las comunidades cristianas, lejos de adoptar el comportamiento social de gueto, se abrieron al mundo pagano logrando, no sin esfuerzos ni penalidades en un contexto de controversia y diálogo, su cristianización.

Por eso, me gusta el pensamiento del filósofo Martin Buber, judío creyente. Él presenta una vivencia de la fe religiosa a nivel de personas adultas, abiertas al mundo que habitan, por muy hostil que éste sea. Buber propone como reacción a un mundo inhabitable (“Ello”) un nuevo humanismo en el marco de su “filosofía del diálogo o encuentro”. En su obra, el autor enseña cómo deben ser las relaciones entre el “Yo-Ello” (es decir, entre el hombre y el mundo), describiéndolas como abiertas y de mutuo diálogo. La relación “Yo-Ello” debe necesariamente interactuar con la otra relación del encuentro “Yo-Tú”. Pero el objetivo principal no es éste, sino la relación entre el hombre y la eterna fuente del mundo, Dios. Según Buber, la presencia de Dios puede encontrarse en la existencia diaria. (Para más información, véase).

Creyentes maduros y dialogantes, nada pueriles, son lo que necesita la Iglesia Católica en el mundo contemporáneo. Las “guarderías de adultos” parecen dar buenos resultados a primera vista, pero no afrontan ni logran solucionar los retos planteados por la compleja sociedad actual, ya que en realidad los rehúyen; y lo que es peor, crean a la Iglesia nuevos problemas (pensemos en los líos, absolutamente innecesarios, que el Opus genera en su vida interna: ¿interesa a la Iglesia esa complicación, artificiosamente sobreañadida, con lo difícil que ya es el mundo de por sí?). La Iglesia debería ser, pues, la primera interesada en no albergar en su seno ese tipo de comunidades o asociaciones.



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