Escritos y 'pseudoescritos' del fundador del Opus Dei

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© por Oráculo, 5.05.2006


1. Hace unas semanas, el empeño perseverante de Agustina consiguió la publicación del volumen Crecer para adentro, para todos los asiduos lectores de esta web. Y esta edición me mueve a plantear hoy un tema del que quizás se es poco consciente, y a comentar también el marco de esa obra. ¿José María Escrivá escribió lo que dicen que escribió? ¿En su predicación dijo lo que dicen que dijo?

Serían éstas preguntas de Perogrullo si lo editado tuviera detrás un original manuscrito, o bien un texto autorizado por el propio autor. Son las preguntas elementales que justifican la elaboración de ediciones “críticas”, como por ejemplo la realizada por Pedro Rodríguez con Camino, prescindiendo aquí de tecnicismos y de hacer un juicio sobre la calidad de su método filológico. En estos casos también puede preguntarse por cómo el autor compuso y con qué ayudas sus escritos reconocidos. Pero mis preguntas de hoy van en otra dirección. Quizás un ejemplo ayude a mostrar mi intención.

Si pensamos en los seis tomos internos de Meditaciones que, desde los años ochenta, orientan los tiempos de la oración matutina en los Centros de la Prelatura, puede comprobarse que se utiliza exclusivamente su segunda redacción, preparada por decisión de Álvaro del Portillo. Esta nueva edición, corregida y ampliada, muestra con profusión “textos fragmentados” del Fundador, casi inexistentes en la primera. Y así, por ejemplo, cuando en esos tomos aparecen fragmentos de las Cartas fundacionales de José María Escrivá, editados en gruesa tipografía negrilla, sabemos o suponemos que existe una fuente documental que los respalda. Esas citas se distinguen entonces de los otros párrafos del texto publicado, donde los redactores materiales de los tomos “están interpretando” al Fundador por la conexión entre lo que precede y lo que sigue a sus citas textuales. Es más, la fragmentación misma de los textos originales es ya “interpretación”, si no sucede algo peor, como sería la “manipulación” de las fuentes al hacerles decir —por el contexto en que se insertan— lo que en realidad no dicen a veces.

El juzgar sobre estos aspectos —es decir: primero, si la interpretación es correcta; segundo, si la fragmentación conlleva o no una manipulación de las fuentes citadas— es algo que sólo podremos saber leyendo de corrido las Cartas en su integridad, donde cada cita posee su propio contexto literario, al igual que cada Carta tiene su propio contexto histórico. Y, siendo esto así, ¿por qué casi todas las Cartas fundacionales de José María Escrivá están retiradas del uso ordinario y son inaccesibles para la generalidad de los fieles del Opus Dei? Es algo para pensar, de difícil respuesta, pero sobre todo de más difícil justificación, y todavía más después de la canonización del ya santo.

El hecho no deja de sorprender, sobre todo leyendo el volumen De spiritu, donde se comenta la “piedad doctrinal” de los fieles del Opus Dei, pues añade una nota 2 a su número 9 diciendo: Además de la Sagrada Escritura y de los documentos del Magisterio de la Iglesia, todos leen —“y releen”— muchas veces los escritos de nuestro Fundador, especialmente las Cartas y documentos que redactó para la formación de sus hijos, y los editoriales y artículos doctrinales de las Publicaciones internas. El texto mismo imprime el verbo releen en cursiva, dejando bien claro así que las Cartas fundacionales deberían ser ordinario tema de reflexión, de lectura y relectura habitual. Y ¿no es acaso rara avis la persona que sabría enumerar —no digo ya haber leído, sino sólo enunciar por sus nombres y fechas — el aproximadamente medio centenar de Cartas fundacionales?...


2. Nos basta esta reflexión para llamar la atención sobre algo que afecta a toda la “formación interna” que se imparte en la Prelatura. Y es que escasamente se trabaja con las fuentes originales más importantes del Fundador: lo habitual será ofrecer “fuentes interpretadas”, “fragmentos interpretados”, o en general interpretaciones pero sin tolerar un diálogo sobre su fidelidad a la fuente genuina. No hace mucho Trinity aludió de pasada a este aspecto, como un tipo de “secuestro” de las fuentes fundacionales.

Pero sucede esto hasta con el uso del famoso B10, también llamado Programa de formación inicial, cuya redacción se atribuye directamente al Fundador: la comodidad de unos, la superficialidad de otros, o también las notorias insuficiencias de quienes deben transmitir “la doctrina”, son óptimos aliados para que el uso directo de ese breve volumen sea sustituido de ordinario por unos cuadernillos de guiones que “desarrollan el contenido” del temario. De este modo la “interpretación oficial” prevalece sobre la literalidad de la “fuente genuina” y aun sobre la vida misma de quienes la llegan a usar.

Consciente o inconscientemente, hechos como éstos tienen un efecto multiplicador de largo alcance práctico. A saber: la pretendida fidelidad personal al carisma del Fundador se va transformando gradualmente y se reduce sólo a la docilidad (fidelidad) al querer y al decir de la autoridad de la institución. Pero lo uno y lo otro son cosas muy distintas. El asunto es preocupante en sí mismo, por más que muchos “de dentro” nunca estén dispuestos a discutir su crédula confianza en los Directores: es verdad que a veces les resulta casi imposible porque están educados para eso, se les “forma” o, más exacto, se les “formatea” así. Lo preocupante es que esa “confianza” (abandono) en los Directores —que en sí nada tiene de sobrenatural— suscita y alienta una credulidad ingenua, ciega, infantil, acrítica, sobre los más variados temas… siempre que sean los Directores quienes hablen.

¿Han de comportarse así los hombres o mujeres de criterio que deseaba “formar” el Fundador? No será necesario responder. Lo que sí está claro es que así es como se forjan los hombres o mujeres “de criterios”. La formación en el llamado “espíritu de la Obra” resulta por fuerza voluntarista, reiterativa de tópicos y de frases hechas, autoritaria y —lo peor— nada racional, porque sólo se enseña a reconducir todas las argumentaciones a una ecuación principal, tan indefectible como falaz: “Voluntad de Dios es igual a voluntad de Directores”, o la inversa. ¿Qué sucede entonces cuando alguien comprueba que esa ecuación ni es indefectible, ni es necesaria, y ni siquiera es verdadera? Sucede entonces que el tópico intelectual genera una crisis personal de hondo calado, siempre dolorosa y no exenta de angustias, cuyas consecuencias vitales son impredecibles en cada caso. Lo terrible aquí es que si piensas, estás perdido, como hace tiempo decía Gustavo contando su historia en esta web.


3. Por poner ahora un ejemplo. Ante falsificaciones tan burdas como la del Marquesado de Peralta, suele ofrecerse el sustitutivo de una “historia oficial” acientífica, manipulada por interesada, que nunca puede complacer a quienes honradamente desean conocer la verdad. Con gusto rectificaría mi punto de vista sobre este tema, y también dejaría mis sospechas a un lado, si se nos mostrase el completo árbol genealógico que une a José María Escrivá con aquel Juan de Peralta, elevado a la condición de marqués por el Archiduque Carlos a comienzos del siglo XVIII. Mientras esto no se haga, todos estaremos en nuestro derecho de poner en solfa las afirmaciones que la “literatura oficial” repite por doquier —nunca probadas— de que ese título nobiliario le correspondía por riguroso orden genealógico. No se han escatimado esfuerzos para reconstruir la vida del Fundador al detalle, y he aquí que sólo parecen conocerse los nombres de sus padres y de sus abuelos: ¿tan difícil es identificar sus ancestros hasta el siglo XVIII, y más estando de por medio la sucesión de un marquesado? ¿O será que la “vocación” al Opus Dei conlleva tragar carros y carretas, y comulgar con ruedas de molino, cuando hablamos del Fundador?

En fin, unos por un camino, y otros por otro, siempre acabamos encontrando temas que permiten poner en entredicho las “tesis oficiales” sobre los asuntos más variados. ¿Habremos de aceptar que la “fidelidad” en la Obra presupone la renuncia a pensar? Si sucediera esto: es decir, que el solo pensar se viera como un peligro y aun como un pecado, entonces habría que decir que ya no estamos en el humus de la Iglesia Católica, sino en el campo de las sectas. El asunto del marquesado es un ejemplo, y además colateral, pero la muestra compromete la credibilidad de muchas “historias oficiales oficiosas” que suelen relatarse en los ámbitos internos de la Prelatura, sobre todo tipo de asuntos.

El tema es muy serio. No exagero si digo que la generalidad de la “literatura oficial” de la Prelatura del Opus Dei —ascética, canónica, histórica, espiritual— adolece de ese vicio: el estar directa o indirectamente “contaminada” por un interés “deliberado” en contar determinados “cuentos” y, además, en determinada manera; por desgracia, no pocas veces esas “historias” comprometen la verdad de las cosas. La exégesis sesgada que Escrivá solía proponer a los suyos —sobre no pocos textos de la Sagrada Escritura— es un ejemplo más en este sentido. Si en los asuntos humanos el error es excusable, porque errare humanum est, la manipulación apriorística resulta imperdonable desde la perspectiva científica. Y, gracias a Dios, han pasado ya los tiempos de la apologética persuasiva, de la retórica que busca avasallar la credulidad de los incautos: nos sobran los discursos de la “moralina prudente” o “bienintencionada”, porque hoy sólo vale el lenguaje veraz de lo auténtico.


4. Este panorama descrito afecta muy directamente a una buena parte de los volúmenes que se han agrupado en la serie titulada Bonus Pastor, cuya publicación comenzó en 1995 con la aparición del número IV. Bajo ese rótulo común de la serie, en estos últimos años vienen distribuyéndose por los Centros de la Prelatura volúmenes que rememoran las enseñanzas de José María Escrivá a través de su “predicación oral”: son predicaciones en las que el Fundador se postulaba como pastor único y exclusivo de los suyos, el buen pastor frente a todos los demás pastores de la Iglesia, que —hemos de suponer— no merecen otra consideración que la de malos pastores para las gentes del Opus Dei. Pero ¿acaso no es esto promover ya una “pastoral” con nulo sentido de comunión y, desde luego, con una perniciosa tendencia hacia la “propiedad” sobre las almas? Ciertamente, sí. Y mala cosa es. El título de la serie lo dice todo, en positivo y en negativo.

Esos volúmenes han brotado en efecto del “pastoreo” de los fieles —quiero creer que no de su “toreo”— como “notas o apuntes” de la predicación oral del Fundador. Según decía el actual Prelado, al presentar el volumen IV, esas enseñanzas las custodiábamos en nuestra memoria, las considerábamos una vez y otra en nuestra oración, nos servían de estímulo para ahondar en esa riqueza divina que nuestro Fundador difundía a manos llenas. Tanto nos ayudaban, que desde el primer momento hubo hermanos nuestros que tuvieron la precaución de tomarlas por escrito, y —en los últimos años de la vida de nuestro Padre— de grabarlas en cinta magnetofónica (pp.13-14). ¿Hemos de creer que es verdad esto que se dice? Aun suponiendo que sí, la pregunta elemental no puede evitarse: ¿apuntes o notas de quién?, ¿cuándo se tomaron?, ¿cómo?, ¿con qué grado de fiabilidad?, ¿quién hizo la transcripción, cómo y en qué momento?, ¿qué apoyo documental sostiene esas remembranzas de lo predicado?

Y aun podría añadirse: ¿Se presentaron esos textos para su examen doctrinal en los procesos de beatificación o de canonización? Presumo que no, porque realmente no son escritos del Fundador y no pueden atribuirse a su autoría, al menos mientras las preguntas aquí enunciadas no reciban cumplida respuesta. Con todo, los “nuevos” textos de la serie Bonus Pastor se presentan ahora con la calidad de la “fuente segura”, auténtica, como si fueran la voz de Escrivá “revelando” su carisma. ¿Cómo es posible que se hagan tales cosas? ¿Por qué razón o con qué fundamento? Volvemos entonces a lo que decía al comienzo: ¡porque el Prelado lo dice!… pero, es obvio, esto nunca es razón, salvo “la razón de la decisión”. El hecho cierto es que esas ediciones carecen de las obligadas referencias para avalar su fiabilidad o —si se prefiere decir de otro modo— para delimitar el grado de su autenticidad. Bien parece que la ingenua credulidad de sus destinatarios permite actuar de este modo: un ejemplo más de las amplias tragaderas infantiloides en que “se forma” a los fieles de la institución.


5. ¿Qué volúmenes se han publicado hasta hoy en esta serie? De momento se han enviado a los Centros cinco libros, numerados: desde el IV al VIII, sin que todavía se hayan distribuido los volúmenes I al III. Sus títulos y materias son como señalo a continuación.

a) Volumen IV titulado En diálogo con el Señor. Textos de la predicación oral (Roma 1995). Contiene meditaciones del Fundador predicadas entre noviembre de 1954 y marzo en 1975, que ya habían sido publicadas en las revistas Crónica y Noticias. En este caso habrá que presumir que lo editado fue autorizado por el autor en la forma actual de su edición, pero esto no deja de ser una “presunción”.

b) Volumen V titulado A solas con Dios. Textos para la meditación (Roma 1996). Es una recopilación de los puntos breves que el Fundador redactaba introduciendo cada número de Crónica y Noticias, así como la Hoja Informativa, que fue el precedente de las otras dos revistas. Esta recopilación sustituye a otra publicada en 1981, donde no aparecían los puntos de la antigua Hoja Informativa. También en este caso estaríamos ante una obra original, reconocida por su autor en vida.

c) Volumen VI titulado Hogares luminosos y alegres. Catequesis sobre la familia (Roma 1997). Es una recopilación de frases sobre el matrimonio y la familia, extraídas de la predicación del Fundador en sus catequesis por la Península Ibérica, durante el año 1972, y por América durante los años 1974 y 1975. En la medida en que sus textos fueron publicados en vida del autor, hay que presumir que contaron también con su aprobación, aunque esto no suplanta el hecho histórico de la predicación concreta que se afirma estar transmitendo, pues el autor pudo haber revisado sus textos con ocasión de su edición.

d) Volumen VII titulado Crecer para adentro. Textos tomados de la predicación del Fundador del Opus Dei. Madrid 1937 (Roma 1997). Recoge los apuntes tomados en las meditaciones predicadas por José María Escrivá durante los meses de abril a agosto de 1937, en Madrid, mientras permaneció refugiado en el Consulado de Honduras, junto con otros de los primeros miembros de la Obra.

e) Volumen VIII titulado Mientras nos hablaba en el camino. Textos tomados de la predicación del Fundador del Opus Dei (Roma 2000). Es un volumen análogo al anterior, elaborado con los apuntes tomados en 26 meditaciones predicadas por el Fundador del Opus Dei entre los años 1945 y 1974.

A la vista de este conjunto de volúmenes y de sus contenidos, es obvio que no todos merecen igual calificación ni todos son de igual fiabilidad. En principio, los volúmenes IV-VI no plantean demasiados problemas críticos para ser reconocidos como escritos de Escrivá, si pudiera verificarse en efecto su respaldo documental. Pero los volúmenes VII y VIII deben calificarse como pseudoescritos en sentido estricto, de ninguna fiabilidad desde la perspectiva científica, porque la edición no aporta dato alguno que permita valorar si “lo atribuido a Escrivá” es en efecto su predicación, como tampoco ofrece explicación ninguna sobre cómo, cuándo y por quién, se compuso la redacción editada.

En la Prelatura del Opus Dei se insiste en que, con la canonización de José María Escrivá, éste ha pasado a ser patrimonio de la Iglesia universal. Sin embargo, parece ser una “universalidad muy pueblerina”, ya que no inquieta demasiado que los escritos más directamente originales y fundacionales permanezcan “secuestrados”, mientras se difunden como auténticos otros pseudoescritos, cuya edición repudian las reglas más elementales del método histórico. ¿Es esto un ejemplo de cómo se santifica el trabajo… “trabajando” los escritos del Fundador? Cuando debe ponerse en juego la fe sobre lo que debería regirse directamente por la razón crítica, el diagnóstico no ofrece dudas: aquello es un muy mal síntoma, un indicio de que la institución deriva hacia las prácticas sectarias del “pensamiento único”, que elimina toda disidencia, más cuanto más fundada, porque en efecto pensar se ha convertido en un problema.


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