Después de 22 años vuelvo a ser feliz

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Por LUNA, 28 de enero de 2005


Hoy estoy aquí relatando mis andanzas durante los 22 años que pertenecí al Opus Dei, entre otras cosas porque el conocer esta web, hará unos 2 años, me ha dado el valor necesario para reconocerme a mí misma que lo que he vivido es real y no una invención mía, COMO SIEMPRE ME HICIERON CREER. Al leer [:Category:Testimonios|testimonios]], que bien podría firmar yo, me asombraba la similitud de nuestras vivencias. Y ahí os lanzo las mías.

Nací en una ciudad de provincia preciosa, dentro de una familia numerosa, conservadora y del Opus Dei. Me llevaron al club con 6 años. A los 13 era una niña vitalista, sociable, alegre y trabajadora. Todo un bombón para el Opus Dei. Mi padre al ver que empezaba a salir con la pandilla y que el colegio de religiosas al que iba se estaba poniendo "muy liberal", me mandó al instituto y a un centro del Opus Dei 2 días a la semana obligatorio para recibir formación religiosa. El resultado de ese apartamiento de mi cole y amigos es fácil de prever. En el club tenía de tutora una chica universitaria, lider y que encima me prestaba libros y enseñaba a tocar la guitarra (alguna de mis aficiones). Después de varias semanas de convivencias y presión moral por parte de mi tutora, el cura y la directora en el que el mayor argumento era que yo tenía vocación y si no la seguía, echaría a perder mi vida y acabaría en el infierno. En fin que me encontré con 15 años escribiendo la carta de admisión.

Al año me mandaron a hacer el centro de estudios a más de 600 km. de mi familia y amigos. De los 16 a los 18 los recuerdo como una época muy solitaria, seria y triste. Las del centro de estudios era gente universitaria y licenciada, y yo era una cría de 16 años. Una chorrada: nos hacían llevar faja y traje de baño con cazuelas y faldita. En las tiendas no existían semejantes prendas tan pequeñas, yo era muy delgada. El padre de una numeraria que tenía una fabrica de ropa interior, me las proporcionaba. Aunque el traje de baño no lo encontraron y seguí con el mio hasta los 18. Lo que más recuerdo es la soledad y la seriedad. A mis hermanos ya no les volví a ver salvo en la primera boda de una de mis hermanas que mi padre me mandó el billete y me obligó a ir porque era menor de edad. Una vez allí solo pude acudir a la ceremonia y luego a dormir a un centro del opus a dos manzanas de casa mis padres. No volví a acudir a ninguna boda de mis hermanos.

Con 18 años me mandaron de subdirectora de un club de bachilleres en una ciudad de provincia grande. Aquello fue un espanto. Me pasaba el día entre la universidad y las actividades y tutorias de las niñas. Por la noche estudiaba la carrera, pues el proselitismo era lo unico importante. Me tocó una de directora que le jodía que yo fuera joven, mona y lider con las niñas y se dedicó a humillarme y hacerme la vida imposible. Al manifestar mi descontento, me llevaron a un médico supernumerario de medicina general y me acordaré toda la vida, me recetó un ansiolítico: Deanxit. A partir de ese momento cada vez que empezaba a pensar por mi cuenta me llevaban al mismo sitio. Lo malo era que la dependencia y las dosis iban aumentando. Luego me mandaron de directora a un centro de universitarias en una época en la que la gente pitaba como churros. Lo que significaba que las directoras de la delegación o las del gobierno central, te hacían la pelota para que siguieran pitando, y... eso se hacía más llevadero.

Al cabo de unos años me trasladaron también de directora a un centro de Agregadas profesionales. Allí toda la gente era mayor que yo y más conflictiva. Habían vivido historias de altos cargos que se habían salido de la Obra: directoras, sacerdotes y el consiliario de España de antes de pertenecer yo a la Obra. Vi mucho sufrimiento por parte de esas personas y mucha diferencia social y económica. A las agregadas se les trataba como si pertenecieran a un rango inferior y muchas aportaban sus bienes económicos por encima de sus posibilidades. Mi rechazo a todo se traslucía en sentirme incapaz de traficar con la intimidad de las personas y cada vez me costaba más redactar informes íntimos de cualquiera de las 50 personas que dependían de mi. Esos informes se enviaban a la Delegación, de ahí al Gobierno regional en Madrid y de ahí a Roma: el gobierno Central. Tanto papeleo sobre Ruiz Mateo, sobre el dinero, sobre cualquier pijadita empezaba a saturarme. Había algo dentro de mí que se rebelaba contra todo, pero esa semilla incipiente era aplastada en la charla y confesión. Me enviaban al médico y a descansar unos días a una casa de convivencia y arreglado.

Después de padecer la tortura de asistir a varios UNIV en los que se manipulaba a destajo, fríamente a la gente jóven: reuniones de las capo de grupos con listas y descripción de las pitables con toda crudeza y lujo de detalles, la puesta en marcha de los planes de ataque, etc., me negué a asistir a ninguno más. La tensión y el ritmo frenético que nos imponían las directoras hizo que estuviera un día con una fiebre de 41 grados sin motivo alguno. Otro año volví con una ulcera sangrante por la que casi me voy al otro barrio. Dudo mucho que nadie a su vuelta recordara alguna plaza u obra de arte. Yo todavía no he vuelto, paro ahora sí que me gustaría descubrir la otra gran Roma, con su arte, su ambiente, sus placitas y callejuelas.

Para otra ocasión sería hablar del revuelo que se organizaba cada vez que venía el Papa o el Padre.

Solicité dejar esa centro. Como otras veces, me llevaron al médico y este me diagnosticó una depresión. Me recetó más drogas y para rematarme me tuvieron 2 años más en el mismo centro.

En aquella época yo trabajaba por las mañanas de oficial en la delegación en el departamento del apostolado de la opinión pública. Mi trabajo consistía en censurar cualquier medio de comunicación y poner en marcha planes de difusión del espíritu de la obra, mediante colaboración en programas de radio o artículos en prensa y revistas, así como ir a la búsqueda de determinados periodistas que podrían dar una opinión positiva del Opus Dei. Recuerdo que me facilitaron una lista de firmas y DNI de otros miembros del Opus Dei, para que las imitara y firmara con ellas los artículos que yo escribía. Por supuesto estos a su vez, antes de salir a algún medio de comunicación, pasaban por la criba de la censura de todas las directoras de la delegación.

La estructura del Opus Dei es totalmente piramidal. Cuando estás dentro sabes justo hasta dónde ellos quieren que sepas. De esa forma siempre estás dominada. Los que te mandan nunca se equivocan, por norma son mejores que tú, se les hace la pelota y se obedece siempre. Y a su vez tú haces lo mismo con los que tienes debajo de ti, los que "dependen" de ti. Así el funcionamiento es como un engranaje de ruedas en los que si todas las piezas están donde ellos quieren que estén, el milagro del Opus Dei se hace realidad. Si alguna pieza se afloja, se le presiona para que no deserte de filas, incluso pasando por el método de atontar con pastillas al personal (o internarle en la 4ª planta de la clínica de Pamplona como algunos han testimoniado) Pero si aun así uno quiere irse por las buenas, se le machaca y difama para luego arrojarlo al cubo de la basura y darlo por muerto. Si no se ha suicidado antes.

De ahí pasé a un colegio mayor y luego a un centro de supernumerarias y luego a otro. Tantos años dan para mucho. Por aquella época. Mi madre tuvo un accidente casi mortal. Su estancia en la UVI y su recuperación fueron muy lentas. Al estar ingresada en Pamplona, mi padre alquiló una casa para ir turnándonos en el cuidado de mi madre. Yo fui para una semana, y al ver el panorama llamé a mi centro para decir que me quedaba una semana más. Mi madre estaba muriéndose, era verano, no atendía ninguna actividad apostólica y no tenía absolutamente nada que hacer. ¡Lo que tuve que oír!. La directora de mi centro y las de la delegación pusieron el grito en el cielo. El sacerdote de la capilla de la clínica empezó a esgrimir máximas sobre la obediencia y el infierno. Yo estaba aterrada sin saber qué hacer. Mi padre se dio cuenta de la situación, agarró el teléfono y hablo con el director de la delegación que era amigo suyo, y se solucionó el problema. Me quedé y al volver me encontré que se habían visto forzadas por el director de la delegación a pedirme excusas. Estaban bastante rabiosas.

En el último centro era encargada de dos grupos de supernumerarias con sus consiguientes círculos y apostolados. No tenía ningún cargo directivo y me empujaron a que buscara trabajo en la calle. Tenía entonces 34 años, siempre había tenido trabajos internos y mi carrera -de letras- jamás la había ejercido. Por mediación de un supernumerario entré a trabajar con él como comercial. Pero el tema no duró mucho porque éste se asoció con otro supernumerario, y sus diferencias acabaron conmigo en la calle. En esa época tuve un encontronazo con el director de la dl porque se enteró que iba a denunciar a ese supernumerario por despido improcedente y porque me debía bastante dinero. No paró de presionarme y hasta con un tono elevado, para que no lo hiciera. Y lo hice y lo gané. Me vino muy bien porque cobré al cabo de dos años de salirme del Opus Dei, cuando mi economía todavía era bastante precaria.

Me busqué otro trabajo de comercial por mi cuenta con un sueldo bajo, teniendo en cuenta que a parte de mi pensión me tenía que pagar a plazos el coche que me compré para el trabajo. Hecho bastante ridículo teniendo en cuenta las aportaciones económicas que hacía mi padre con bastante asiduidad, la última había sido un coche que se puso al nombre de otra numeraria y que se llevaron a otro centro

En ese piso de las 12 personas que vivíamos, más de la mitad tenían entre 40 y 60 años, con tratamientos psíquicos muy fuertes, en temporadas apenas salían de la habitación, eran personas tristes (les oía llorar con frecuencia) y con mucho dolor, aunque cuando las paseábamos por las tertulias de pitables disimulaban ser las mujeres más felices del mundo.

Para entonces yo barruntaba que algo no estaba funcionando, no sabía qué era pero no estaba a gusto, había cosas que no encajaban y no encontraba respuestas, pero lo que no me podía ni imaginar era que fuera tal difícil averiguar qué me pasaba, por dos motivos: uno, porque me habían robado la conciencia y por tanto la capacidad para dar otras respuestas que no fueran las asumidas dentro del Opus Dei. Mis esquemas mentales eran los impuestos por el Opus Dei. Yo no existía, Yo era el Opus Dei. Segundo motivo: me tenían drogada para tenerme sometida, para no ser un problema. Así que lo expuse a las directoras. Y, como siempre que manifestaba descontento ante algo, me llevaron al famoso médico. Yo estaba un poco asustada de tanta pastilla sin un psiquiatra por medio y solicité visitar a un psiquiatra supernumerario que había en la ciudad, pero como tenía fama de liberal no me lo autorizaron.

Un viernes, la directora que me acompañaba habló a solas con el médico. Recuerdo que volví al centro, me tomé la medicación prescrita, me fui a la cama y ya no recuerdo más de ese fin de semana. El lunes me levante muy asustada y sentí en las entrañas algo muy fuerte, un instinto muy básico de supervivencia de salir de allí. Me fui a hablar con el médico a solas y le comenté mi decisión de dejar la obra. A lo que me dijo: si lo tienes claro, vete ya, porque no vas a aguantar el proceso de salida, ni física, ni psíquicamente. A continuación me aclaró un hecho que había ocurrido esos días, El hijo de una supernumeraria de mi grupo, se había matado de un accidente en el club de bachilleres en el que vivía como numerario, tenía unos 22 años. La muerte no había sido un tropezón por la escalera -como le dijeron y me contó su madre en la charla- sino que se lo habían encontrado ahorcado en el estudio. En esos momentos me acordé de una numeraria directora de la delegación que desapareció un día de repente y al cabo de unas semanas nos dijeron que se había muerto. Al preguntar por ella desviaban la conversación. Jamás nos dijeron nada y nunca más se habló de ella.

Volví a manifestar mi deseo de irme y me mandaron a la directora de la delegación. Obviamente, una vez más destapó la caja de los truenos y me vaticinó un futuro lleno de calamidades en los que primero me convertiría en puta para finalmente acabar en el infierno. O sea me mandó al "puto infierno". Nadie se fijaba en mi gran dolor y decepción por dejar la Obra después de 22 años. (La mitad de mi vida). Me llegué a plantear que total con ya 37 años (allí son muchos) podía seguir con ellos. ¿A donde me iría?, ¿en qué trabajaría? ¿Con quién viviría? Estaba aterrada. De echo hasta pasados unos dos años no empecé a darme cuenta de la perversión del famoso "espíritu" de la Obra. Cuando me fui, no tenía nada en contra de ellos, me fui por un instinto de supervivencia.

Sabia por experiencia que el proceso de salida podía durar un par de años. Pero ocurrió la "causalidad" de que una hermana mía con la que de pequeñas estábamos muy unidas y que tiene un sexto sentido, hablara conmigo. Al decirle el tiempo estimado de salida me invitó a ir a su casa (a 500km) al día siguiente. Y así lo decidí. Después de desayunar, porque yo si no como no tengo energía, le dije a la directora que me iba. A la mañana temprano había puesto el coche y la maleta en la puerta. Uh Uh Ah Ah, no te vayas, habla antes con fulanita directora y zutanito sacerdote director, bla bla bla. A su favor: me dio 200.000 ptas para compensar los millones que había dejado a lo largo de los años, y de hacer mi testamento a su favor a parte de no haber cotizado por mí a la seguridad social. Sobre el testamento habría mucho que hablar. Y lo primero que hice es parar en la carretera y comprarme una radio como la que me habían confiscado, porque no es de "buen espíritu" oír música en el coche. Aunque a mí lo que más me ha rayado del opus no ha sido el aspecto material: dinero, mortificaciones corporales, etc., sino el psíquico. ME ANULARON.

Llegada a casa de mi hermana en una gran ciudad. Visita a mis padres y rechazo de los mismos, solo me indican un confesor y una psiquiatra super, pero no me acogen en su casa. Y yo gilipoyas de mi, me voy a la psiquiatra y cuando parece que me he confiado y relajado, vuelve a la carga manipuladora de hacerme volver al opus. El sacerdote, que resultó ser el director de la delegación hizo exactamente lo mismo. Primero con tácticas de adulación: has hecho muy bien en venirte a esta ciudad, etc, para luego seducirme con el caramelo de lo guapa que es la Obra, y finalmente empezaron a abrir una vez más la caja de los truenos con los tormentos del infierno. Hasta me pusieron un detective y sabían perfectamente por dónde y con quién y cómo me movía. Esto ya fue de paranoia.

Después de esto fui espabilando. Recuerdo que me ayudó mucho mi primer novio, no tenía ni idea de lo que era la Obra Y eso fue como un baño de agua fresca y clara. Tanto las directoras regionales como las de mi delegación y mi centro seguían bombardeándome. El me ayudaba a preparar la argumentación para que me dejaran en paz y al referirse a la obra, lo hacía como "la constructora".

Llegó un momento en que me empezaron a dar tal asco sus frías, mentirosas y sucias maniobras que decidí cortar por lo sano y desde entonces no he vuelto a saber nada de ellos y así está bien porque ahora estoy de puta madre. Salvo que ha quedado una lacra grave en mi familia. Tanto mis padres como la mitad de mis hermanos se han erigido en contra de los llamados "arrejuntados" o los que no estamos casados por la iglesia. Lo que conlleva la prohibición de acudir a acontecimientos familiares e incluso a la casa paterna. O sea factor cariño arruinado.

Si no tienes una vida espiritual rica, todo esto te machaca. No me refiero al espíritu de ninguna religión (ahora no soy creyente), sino al tuyo propio. Pienso que la desestructuración o desprogramación de cómo yo le llamo mi "otra vida" es un proceso que lleva su tiempo, yo diría unos 3 años. La primera fase se centra más en sobrevivir tanto a nivel económico y social como afectivo. Luego averiguar quién eres, qué quieres, qué ha pasado. Asumir todo eso, aprender a decir "no". Y tirar para adelante con tus propios "acuerdos", viviendo el ahora intensamente de una forma natural, espontánea y feliz. Sin dejar que nadie te haga culpable de tu propia felicidad. Porque solo tu eres responsable de tu vida y tu felicidad.

De los diez años que llevo en mi nueva vida. Los 7 primeros los viví en dos grandes ciudades en la que llegué a establecerme tanto social, como profesionalmente. Sin embargo ese tipo de vida no me satisfacía. Me tome un año sabático en el que viajé y vi claramente lo que hoy es una realidad. Actualmente vivo y tengo mi propio negocio en el campo, junto al mar, en plena naturaleza. Por mi trabajo conozco gente muy interesante. Mi pareja me adora. Esto me da una gran armonía. Desde hace 3 años se podría decir que me considero una mujer feliz. Algo que no tenía ni idea que podía existir.

Ahora tomo dos pastillas al día en su dosis mínima. Reconozco que dependo de ellas. Ya no sé si es porque he quedado tocada o porque no logro quitármelas. No me preocupa el tema. Poco a poco he ido aprendiendo a escuchar mi cuerpo y mi interior y si algún día no las necesito, las dejaré.

Gracias por leerme. A mí me ha venido bien. Y a todos enhorabuena por estar vivos y poder disfrutar de la vida.


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