Cuadernos 11: Familia y milicia/Labores internas

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LABORES INTERNAS


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Con el comienzo de la Obra en 1928, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, sino que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, todos los estados, todas las profesiones, todas las tareas honestas 1.

La vocación profesional es para nosotros parte integrante de la vocación divina, y el trabajo ordinario es cauce de santidad y de apostolado. Sin embargo —comentaba nuestro Fundador—, eso no quiere decir que no podáis cambiar de trabajo: quiere decir que, por el hecho de vuestra vocación divina, no abandonáis el mundo, sino que permanecéis en él con todo lo que eso trae consigo 2.


El anzuelo para pescar

El trabajo profesional no es un fin en sí mismo, sino el medio querido por Dios para que seamos santos. Por eso, si en algún momento la vocación profesional pone obstáculos, entonces se echa a rodar, porque ha dejado de ser medio; porque si

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no es anzuelo con la carnaza para pescar peces, no me interesa y no es parte de la vocación divina, porque ya no es vocación profesional, sino vocación diabólica 3.

Esa ordenación a la santidad y al apostolado garantiza la rectitud de cualquier trabajo y nos hace capaces de rechazar las tentaciones de orgullo, de ambición o de excesivo afán de seguridad personal, que podrían insinuarse en el ejercicio de la profesión. Como nos advirtió nuestro Padre, hemos de estar prevenidos contra la profesionalitis, que es una especie de cáncer de la vocación profesional, del que se sirve Satanás para engañarnos 4. Una vida entregada, en el lugar de trabajo, es incienso grato a Dios, imitación de Jesucristo, que tomó forma de siervo 5 y sirvió efectivamente los planes divinos, tanto con su vida escondida en Nazaret como durante la vida pública en el altar de la Cruz. Esa total disponibilidad, dentro de los deberes propios del estado de cada uno, fue siempre motivo de inmensa alegría para nuestro Padre. Así brota —escribió— el fruto sobrenatural de un entregamiento sin condiciones. Y esto, en la Obra, se pide a todos: porque ha de ser siempre lo ordinario, lo natural6. Nuestras aptitudes, prestigio y aficiones —don de Dios— son medios y, por tanto, han de subordinarse a la eficacia de la labor apostólica. Por eso, a veces, se pide a los Numerarios y Agregados renunciar gustosamente, por algún tiempo, al ejercicio humilde o brillante de su propia profesión, para servir a toda la Obra desde las labores internas, actividades que realizan siempre con la conciencia clara de lo que realmente son: labor profesional, que exige una específica y cuidadosa capacitación y que es totalmente imprescindible y eficacísima 7

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Con ilusión humana y competencia profesional

Los trabajos internos, tanto los encargos que exigen poco tiempo como las tareas que reclaman una dedicación completa, son siempre cimiento de la labor de apostolado, y han de realizarse con ilusión humana y competencia profesional. Estas actividades gozan siempre de la misma categoría. Por eso en Casa —nos enseñó nuestro Padre— nos da lo mismo desempeñar el encargo de gobernar la Obra entera, que el encargo de cerrar una ventana. En todos los trabajos hemos de poner el mismo amor de Dios, luchando por estar desasidos de miras humanas y de tareas concretas 8. Es la caridad —amor a la Obra y a nuestros hermanos— lo que hace brillar ante Dios ese trabajo escondido y silencioso que nos lleva a ser como el cañamazo, que no se ve, para que los demás brillen con el bordado del oro y de las sedas finas de sus virtudes, sabiendo ponernos en un rincón, afín de que vuestros hermanos luzcan con su trabajo profesional santificado, en su estado y en el mundo 9.

Con este espíritu, si alguna vez nos piden recortar —parcial o totalmente— nuestra actividad profesional, para ocuparnos de las labores internas, agradeceremos al Señor la delicadeza que nos manifiesta, sin pensar que se trata de algo excepcional, porque es cosa de ordinaria administración en la vida de muchas personas. Como escribió nuestro Fundador, la vocación profesional es algo que se va concretando a lo largo de la vida: no pocas veces el que empezó unos estudios, descubre luego que está mejor dotado para otras tareas, y se dedica a ellas; o acaba especializándose en un campo distinto del que previo al principio; o encuentra, ya en pleno ejercicio de la profesión que eligió, un nuevo trabajo que le permite mejorar la posición

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social de los suyos, o contribuir más eficazmente al bien de la colectividad; o se ve obligado, por razones de salud, a cambiar de ambiente y de ocupación I0.

El bien de la Obra y la eficacia del apostolado han de presidir siempre todos nuestros afanes: así correspondemos un poquito a la inmensa generosidad que nos ha demostrado el Señor. Le damos cinco, y Él nos entrega cinco mil. Ponemos en sus manos la ilusión profesional, y Dios nos llena de un gaudium cum pace que no se puede comparar con nada de este mundo 11.

Ese cambio de ocupación no nos hace perder la vocación profesional, porque nuestro quehacer se actualiza en un nuevo campo, también santificable y santificador, que responde a una necesidad concreta de la Obra. Por eso, habéis de vivir la nueva tarea con el mismo espíritu, con la misma dedicación: santificando la labor que se os encomienda, santificándoos en esa labor y santificando a los demás; poniendo en ese trabajo toda vuestra ilusión humana, todos vuestros talentos 12.

Como el material atómico

Los trabajos internos son de gran trascendencia para la eficacia del apostolado. En cierta ocasión, hablando a algunos hijos suyos dedicados a estas tareas, nuestro Padre comentaba: ¿no habéis visto cómo preparan la levadura, cómo la tienen encerrada, con unas temperaturas determinadas, para meterla luego en la masa... ? Cuento con vosotros como con el motor más potente para mover la labor de todo el mundo 13.

También comparaba la eficacia de la labor de gobierno a la del material atómico: sé que lo entierran, si es preciso, a mu-

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chos metros bajo tierra, que lo recubren con grandes planchas de plomo y lo guardan entre gruesas paredes de cemento. Y sin embargo actúa, y lo llevan de acapara allá, y lo aplican a personas para curar tumores, y lo emplean en otras cosas, y obra de mil modos maravillosos, con una eficacia extraordinaria. Así sois vosotros, hijos míos, cuando estáis dedicados a las labores internas o en esos Centros deformación que tiene la Obra. ¡Más eficaces!, porque tenéis la eficacia de Dios cuando os endiosáis por vuestra entrega 14.

Aunque todos en Casa ayudamos a nuestros hermanos a través de la Comunión de los Santos, los que trabajan en labores internas son de modo especial como el corazón, que no se ve exteriormente, pero es quien mantiene envida el organismo, enviando sangre arterial a todo el cuerpo y a cada uno de sus miembros. Por eso decía don Álvaro que dirigir la labor —y en general, cualquier tarea interna— es una profesión bellísima, maravillosa, que se relaciona inmediatamente con las almas de vuestros hermanos 15, y ofrece constantes ocasiones para practicar la caridad, ayudando a los demás con la oración, con el buen ejemplo, con la corrección fraterna, con mil pequeños servicios... Los trabajos internos son escuela de virtudes sobrenaturales y humanas en donde se templa el carácter, se aprende a aprovechar el tiempo, se ejercita el espíritu de penitencia y se descubren constantes ocasiones de trato con Dios.

Tened en cuenta, hijos míos, que todos vosotros ayudáis muy especialmente a tirar del carro de la Obra. Por tanto, de vuestra lucha y de vuestro trabajo profesional dependen cosas estupendas 16. Esas palabras de don Álvaro son, para quienes se dedican a estas labores, una llamada a la responsabilidad, sobre todo, en la propia vida interior: de su lucha por ser santos, cuidando con

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esmero el plan de vida, depende en gran medida la eficacia sobrenatural de ese trabajo en servicio de la Obra. Ha de ser una labor, además, humanamente bien hecha: hay que trabajar bien, estudiarlas cosas con seriedad profesional 17.

Las labores internas han de realizarse con el espíritu de servicio que nos enseñó siempre nuestro Padre. Precisamente porque tenía urgencia, se dedicaba con paciencia a formar a sus hijos e hijas: enviaba a otras partes a los que había tenido ya un tiempo junto al Consejo General o la Asesoría Central, y empezaba a formar a otros... Estaba siempre comenzando, a la vez que trabajaba para el futuro. Debéis tener esta visión, hijos míos: formar a quienes os puedan sustituir—y con ventaja—, para que ellos a su vez, con el mismo espíritu, se dediquen con paciencia, y con urgencia, a otros 18.

Es un aprendizaje que no termina nunca, ni en uno mismo ni en los demás, y que por eso resulta incompatible con la aplicación rutinaria de criterios o con una actuación mortecina y formularia. Los trabajos internos, cuando se nos confíen, deben apasionarnos: no podemos ser ni apáticos, ni imprudentes, ni como ésos a los que Dios vomita de su boca: tibios. Si no nos entusiasmamos con las cosas humanas, con las tareas propias de nuestra profesión u oficio, no las podremos divinizar 19.

Para ser eficaces

La vocación al Opus Dei, y esa especial gracia de Dios que acompaña el cumplimiento de cada tarea, hará posible que se viva con gusto —aunque pueda faltar el sentimiento sensible— la dedicación a las labores internas, con exigencia personal para cumplir horarios y plazos, para cuidar con delicadeza el

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natural silencio de oficio, para esmerarse en la perfección humana de la tarea...

El Padre se alegra al ver la entrega de sus hijos en cualquier trabajo, que es el cauce de su santificación; pero en los que se dedican a los trabajos internos ve, además, colaboradores inmediatos, instrumentos para hacer el Opus Dei día a día en las almas de sus hermanos, al dictado de nuestro Fundador.

Muchos trabajos que iniciamos o acabamos han de pasar a otros, para recibir nuevas aportaciones, porque en la Obra las tareas se llevan a cabo colegialmente. Hay que hacer todo lo posible para ser remanso de agua limpia donde el río sigue corriendo, y se detiene lo justo y preciso; pero no charca, pantano de ineficacia que mataría el cauce y secaría el terreno que hay delante; y haría difícil, y desde luego más largo, el curso del agua hasta el mar 20. Por eso adaptamos nuestros planes a la eficacia de nuestra labor de conjunto, subordinamos lo local a lo universal, y todo lo personal al bien de la Obra. Vuestra preocupación más importante —decía en cierta ocasión don Álvaro— es la labor de formación y de gobierno. Todo lo demás está en un segundo plano. Y si cualquier otra tarea repercute en menoscabo de esta atención, avisad enseguida para que se busque el remedio. Quizá sea una incompatibilidad aparente, que se arregla con vida interior; pero si se trata de una dificultad objetiva, hay que optar por lo más importante, que es el trabajo interno 21.

Al dedicarse a las labores internas, no se saca a nadie de su sitio. Cada uno conserva su cualificación profesional, que ordinariamente volverá a ejercitar al cabo del tiempo. Mientras tanto, de manera subordinada a la tarea que ahora le ocupa, es conveniente no perder el contacto con los saberes o técnicas cultivados hasta entonces, buscando las ocasiones para estar al día, fomentando la ilusión profesional y alimentando esa

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mentalidad laical que es característica importantísima de nuestro espíritu. Y cuando los Directores lo dispongan, se interrumpirá esa dedicación para reintegrarse a la actividad profesional externa.

Tampoco esta perspectiva ha de inquietar a nadie; es preciso confiar en la Obra, que es Madre y cuida amorosamente de sus hijos. ¿Qué crees?, comentaba nuestro Fundador en una tertulia. ¿Que los que gobiernan no tienen corazón? ¿Van a decir: ahora que lo hemos reventado, y se ha pasado doce años sirviendo, vamos a mandarlo a que se desluzca...? ¡No! Siempre habrá algún sitio —¡imponente!— en el que satisfacer sus hambres de Dios, sus deseos de ciencia, de trabajo profesional, de todo. Pensar otra cosa, es tentación de Satanás, ¡que no se toma vacaciones, y es muy sutil!22.

Con la madurez de la entrega, aumenta el afán de servir y el abandono en las manos de Dios: madurez que se nos pide a todos, como fruto de la correspondencia a la gracia, y que ha de traducirse en una responsable disponibilidad para hacer el Opus Dei en cualquier lugar, en cualquier trabajo, en cualquier ocupación.

1. Conversaciones, n. 26.
2. De nuestro Padre, Carta 15-X-1948, n. 33.
3. De nuestro Padre, Tertulia, 1-VI-1961.
4. De nuestro Padre, Tertulia, 20-VI-1974.
5. Philip. II, 7.
6. De nuestro Padre, Carta 14-II-1974, n. 5.
7. De nuestro Padre, Carta 29-IX-1957, n. 9.
8. De nuestro Padre, Crónica, 1970, p. 1066.
9. De nuestro Padre, Carta 8-VIII-1956, n. 8.
10. De nuestro Padre, Carta 15-X-1948, n. 33.
11. Don Álvaro, Tertulia, 18-XI-1980.
12. De nuestro Padre, Carta 15-X-1948, n. 37. .
13. De nuestro Padre, Meditación Vivir para la gloria de Dios, 21-XI-1954; En diálogo con el Señor, p. 21.
14. Ibid.
15. Don Álvaro, Tertulia, 19-I-1981.
16. Don Álvaro, Tertulia, 31-XII-1980.
17. Ibid.
18. Don Álvaro, Tertulia, 19-I-1981.
19. De nuestro Padre, Crónica, 1973, p. 179.
20. De nuestro Padre, Crónica, VIII-57, p. 7.
21. Don Álvaro, Tertulia, 29-X-1980.
22. De nuestro Padre, Tertulia, 11-VI-1974.