Comencé el proceso de salida (y carta de dimisión)

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Por Maravilla, 12/12/2005


Estimados Orejas y demás asiduos (o no tanto) a esta web:

Como algunos habréis podido observar hice mi aparición en esta web el Viernes, 1-07-2005 a raíz de la lectura del correo de Marina (27-06-2005), donde expresaba su “intención” de abandonar el Opus Dei. Debo reconocer que me ha ganado por goleada: Me he ido (13-07-2005), Ya estoy fuera (5-12-2005). Aunque tenía bastante claro que también quería irme he tardado un tiempo en decidirme a dar el paso. Algunos empezareis a entender el porqué de mi dilatada permanencia (26 años) en la institución a pesar de tener abundantes indicios de no ser el camino que Dios había querido para mí.

Después de escribir en vuestra web, lo primero que hice fue manifestar a la persona que llevaba (y lleva mi dirección espiritual) mi decisión irrevocable de irme del Opus Dei, la tuve que poner en antecedentes porque no tenía ni idea de mi pasado, dónde y cómo había pedido la admisión, los centros en los que había vivido, las dificultades con las que me había encontrado, la primera vez que visité al psiquiatra (un médico, como se dice internamente), su diagnóstico. Por qué desde hace 10 años no residía en un centro y la negativa a volver que siempre se me había dado desde que yo a los 3 años de haber iniciado esa experiencia lo propuse. En fin se hizo bastante idea, estuvo de acuerdo conmigo y me animó a seguir adelante si eso era lo que yo veía...

Decidí asistir al curso anual porque pensé que allí podría descansar, hablar con Dios de estos temas y abrir mi alma con la persona que me había conocido al volver a Madrid que hacía cabeza en dicha actividad y el sacerdote que también era el del centro al que se me adscribió. Todo fue bastante surrealista, iba a “mi bola” porque tampoco podía ir a otra, la directora en cuestión me dijo cosas que jamás me había dicho en los 3 años que “convivimos”. Y el sacerdote se limitó a decir que le daba pena y que rezaría por mí. Aguanté hasta el final.

La vuelta fue caótica. Yo seguía con la misma idea, pero sin decidirme a dar el paso definitivo –escribir la carta-, creo que en el fondo esperaba que alguien lo hiciera por mí. Dicho sea de paso, yo sabía que tenía que escribir una carta porque lo había leído en vuestra web. En todas estas conversaciones nada de nada.

Fui a hablar con la vocal de san Miguel de mi delegación para exponerle mi deseo y mis motivos, me escuchó con bastante paciencia, salvo en algún momento que intentó pasar al ataque, pero hay que reconocer que ya me pillan muy de vuelta y la conversación se recondujo rápidamente a mi terreno. Otra vez tuve que escuchar las mismas palabras, le daba pena, rezaría por mi, pero me animó a dar el paso si es que lo veía tan claro (aunque no me explicó que tenía que escribir una carta y en qué términos). Pasé al oratorio (capilla en los ambientes normales) y estuve un buen rato, ella también. A la salida me dijo que después de escucharme se veía en la obligación de pedirme perdón, en nombre del Opus Dei, por todas las cosas que ella y las demás personas que me habían atendido hubiesen podido hacer mal.

También comuniqué mi decisión al psiquiatra que me atendía, se quedó un poco sorprendido, luego a solas me dijo que era lo mejor que podía hacer, pero que él quería estar seguro de que se me dejaba ir por mi voluntad y no porque era una persona enferma. Yo le aseguré que me quería ir. De lo segundo no le pude decir nada, porque en mi fuero interno sospecho que hay algo de quitarse de encima a una persona “molesta”, no sólo por mi enfermedad, sino también por mi manera de ser por la que últimamente ya no me callaba nada de lo que veía y no me encajaba, no ya en el espíritu del Opus Dei, sino en el espíritu de los primeros cristianos que según el Fundador es el que nos debe animar.

Otra persona a la que comuniqué mi decisión fue al sacerdote del centro, éste se quedó como el que oye llover, lo único que me dijo fue: “Ya no aguantas más ¿no?”. He hablado alguna vez más con él y me recomendó que fuera al centro a hablar con él todas las semanas, se me hace un poco cuesta arriba, porque aunque aún no tengo la dispensa, por mis circunstancias particulares no voy al centro absolutamente para nada, y en las veces sucesivas que he hablado con él actúa como si nada hubiese pasado, como si mi decisión de irme hubiera sido una alucinación pasajera. No sé.

El martes, 1 de noviembre entregué la carta en la delegación, se me aseguró que se tramitaría, pero que pudiera ser que el Padre (Don Javier para el común de los mortales) les pidiera que intentaran convencerme dado mi tiempo de permanencia en el Opus Dei, a lo que yo contesté que si leía lo que había escrito dudaba mucho que esto fuera así. Yo tomé la “precaución” de enviar el mismo escrito que les entregaba, también a la Casa Central de Roma, tal y como os lo envío a vosotros. (Nadie sabe que lo he hecho).

En todo este tiempo pocas veces he visitado vuestra web, lo suficiente para ver que Marina se me había adelantado y que ella ya es “libre”. A mí aún no me han contestado. Pero la realidad de la vida es que vivo como si no fuera del Opus Dei e intento cortar todos los “hilillos sutiles” que a esa institución me pudieran ligar.

En otro momento os contaré mis experiencias “extra Opus Dei”, que por cierto comenzaron hace mucho tiempo. Debo reconocer que nunca he sido una persona 100% dócil, aunque lo he intentado, pero si algo no lo veía claro no lo hacía y al revés, si en conciencia lo veía ya podía: “estar escrito”, “no ser del espíritu”, “nosotras no lo hacemos”, etc. Que yo seguía adelante si no contrariaba la voluntad de Dios.

Sólo me queda dar las gracias a todos los que se han interesado por mi situación: Minerva (3-07-2005), Dionisio (3-07-2005), Edu (10-07-2005), Marco Polo (10-07-2005) y Carmen Charo (13-07-2005). A todos ellos muchas gracias, me encantaría poder comunicarme en privado con ellos y, por qué no, si Dios quiere llegar a conocernos personalmente.

Un saludo para todos,

Maravilla

Carta de dimisión

1 de noviembre de 2005

Queridísimo Padre:

Me resulta costoso escribirle primero porque lo he hecho pocas veces y segundo por el motivo que me lleva a ello. Es mi deseo pedirle la dispensa de los compromisos que adquirí con el Opus Dei como numeraria al hacer la fidelidad. Me han dicho que no sea tan escueta y que especifique alguna de las razones que me llevan a ello.

Yo les he indicado que, si para pedir la admisión valió con algo tan escueto en donde no se me pedían motivos, ni razones, ni nada de nada, más que confianza en la persona que me dictaba la carta, por qué ahora si que eran necesarios, o al menos convenientes.

La razón por la que escribo esta carta es, porque no creo haber tenido nunca vocación de numeraria. Desde el principio ha sido un nadar contra corriente muy penoso y duro, que me ha llevado a la tristeza y a la enfermedad, del que he hecho partícipe a muchas de las personas con las que he vivido, a mis amigas, compañeros de trabajo y a mi propia familia. Dicho sea de paso, estas personas han comprendido y ayudado mucho más en mi enfermedad que las personas del Opus Dei, a las que yo consideraba “mi familia”. El Señor me ha hecho ver, después de mucha oración y mortificación, que sólo tengo una familia en la que Él me dio la gracia de nacer, aumentándola con el sacrificio y la generosidad de los que la componemos y no dejando que nos apartemos de Él.

Somos cinco hermanas, mis padres y cuatro cuñados todos sanos, creyentes y practicantes, con algún alto o bajo, pero bastante coherencia. Los noviazgos de mis hermanas han sido totalmente limpios, así como sus matrimonios abiertos a la vida, que el Señor ha bendecido con tres hermosos niños, por el momento, y en otros casos ha pedido el sacrificio de la propia paternidad abriéndolos a la acogida generosa de dos hermanas, siendo éstas recibidas por toda mi familia como hijas, sobrinas y nietas respectivamente.

Durante todo este tiempo demasiado largo para algunos miembros del Opus Dei (unos 26 años), he intentado llevar a término una vida que no era la que Dios quería para mí, he sufrido mucho y hecho sufrir sobre todo a mi familia, que vio este sufrimiento desde el principio, me convertí en una persona triste, solitaria, que lloraba a la mínima y no daba explicaciones de lo que hacía. Dejé de hacer deporte, de pasar con ellos los fines de semana, para irme a dormir a un Colegio Mayor con unas compañeras que ellos no conocían. Soy la mayor y de alguna manera dejé tiradas a mi madre y hermanas, algunas de ellas en el momento que más me necesitaban, para ir a cumplir una voluntad que según algunos “era divina”.

Hay que conocer la situación peculiar de mi familia para entender de lo que hablo y no creo que éste sea el momento de extenderme en explicaciones. Sólo sé que esa situación no fue suficientemente conocida por las personas que en ese momento llevaban mi dirección espiritual y debían discernir mi posible vocación como numeraria del Opus Dei.

Cuando ya estaba en el centro de estudios y reconocer que no tenía medios para pagar una pensión tan elevada, se me concedió una beca con bastante reticencia. Una persona del consejo local visitó a mis padres para ver si era cierto que no podía pagar o las estaba engañando, porque no se lo creían (de esto me he enterado hace poco hablando con mis padres). Iba una vez al mes a comer con la consigna de sacarles las 5.000 Ptas. que en aquel entonces aportaba al Opus Dei, más el importe de las clases particulares que impartía. Menuda bronca si estaba más tiempo del “establecido” o no conseguía el objetivo y tenía que volver a visitarles (normalmente ya no iba a comer, sino que me pasaba una tarde para conseguir el dinero).

Nada más conocer el Opus Dei empezó mi Calvario, que he intentado llevar con espíritu cristiano, intentando hacer siempre lo que me decían eran la voluntad de Dios y ofreciendo las contradicciones, –que eran muchas-, pero también sin dejar de llorar amargamente en solitario y pidiéndole al Señor una y otra vez que me hiciera ver esa vocación que los demás decían que tenía y que me ayudase a responder a ella como una buena hija del Opus Dei.

Tardé mucho en manifestar mi convencimiento de que no tenía vocación, para entonces ya había hecho la fidelidad. Como era tan desgraciada, aunque tenía todo lo que una persona a los 28 años puede anhelar, familia, trabajo (acababa de sacar una oposición como profesora de instituto y no había estado nunca en paro), amistades, salud; había que buscar la causa de esa infelicidad en algo fisiológico, puesto que yo rezaba, me mortificaba, era sincera, vivía la pobreza, la obediencia y la castidad y mi relación con Dios era bastante aceptable dentro de las limitaciones propias del ser humano. Así que fuimos a visitar a un psiquiatra que me diagnosticó depresión endógena y empezó a medicarme, mi calidad de vida fue disminuyendo, engordé, no hacía deporte, no salía más que para trabajar.

Tratada por otro psiquiatra alcancé cotas de gran brillantez, ocupando cargos de responsabilidad en el trabajo y consiguió mi total desinhibición, que me llevó a ser salvajemente sincera y a actuar con vehemencia ante todo lo que veía y algunas veces escuchaba, convirtiéndome en un ser difícil para la convivencia por lo que se me dio permiso para ir a vivir sola en un apartamento y acudir al centro cuando lo estimara conveniente. Ahí empezó mi segundo Calvario, al principio estaba muy ilusionada en poner mi casa, el piso de soltera como decía el psiquiatra, invitar a las del centro, a mis amigas, y a mi familia. Pero poco a poco, el trato con las personas, la asistencia a los medios de formación y el cumplimiento de las normas se fue resintiendo con esa vida de independencia que el Opus Dei me había consentido.

Entonces propuse la vuelta al centro y se me negó, mi alejamiento ha sido cada vez mayor, llegando a la situación en la que ahora me encuentro. Vivo sola, estoy enferma, he tenido que dejar de ejercer mi trabajo, -gracias a la comprensión, paciencia y cariño de mis compañeros no estoy expedientada y realizo otras tareas dentro del instituto-. La última psiquiatra que me trató me llevó a un pozo sin fondo del que salí gracias a mi familia, mis compañeros y algunas personas del Opus Dei, y dejó escrito en un informe que tenía rasgos “esquizoides” en mi conducta, por lo que el Ministerio de Educación no me permite impartir clases y limita al máximo mi trato con los alumnos, habiéndome insinuado la jubilación voluntaria a los 42 años que entonces tenía. Ahora me trata otro psiquiatra y ha conseguido en dos años una gran mejoría.

Bueno no quiero extenderme más contando mis lamentaciones pues han sido 26 años vividos de los que hay mucho que contar. De todos ellos doy gracias a Dios por lo que me ha otorgado y me ha permitido vivir, por las personas que he conocido, muy entregadas la mayoría, y las personas que por mi ejemplo se hayan podido acercar a Él y a su Iglesia. Le pido perdón por todas las omisiones, las faltas de entrega, el mal que haya podido realizar sobre todo si por ello las personas se han alejado de Él. Espero poder seguir sirviéndole con mi vida, como he hecho hasta ahora, en una situación mas de acuerdo con lo que Él manifiestamente quiere para mí.

Le pide su bendición:

Queridísimo Padre:

Esta carta es copia de la que entregaré, Dios mediante, a la vocal de san Miguel, el martes 1 de noviembre. No es que desconfíe de su buena voluntad, pero si del exceso de celo que más de una vez me ha llevado a dar marcha atrás en mis decisiones de pedir la dispensa como numeraria del Opus Dei. En esta ocasión lo he visto tan claro que no quiero dejar de cumplir la voluntad que Dios me ha manifestado. Es por ello que se la envío por correo ordinario, aunque también le llegará por el correo interno. Es un método "personal" para asegurar mi decisión.

P.D. Este escrito ha sido leído por la persona del centro que actualmente lleva mi dirección espiritual.

Maravilla. Numeraria, adscrita al centro “XXX”.


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