Carta abierta a don Javier Echevarria

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Por Xafir, 3.05.2006


Antes iniciaba siempre las cartas a Ud. con un “Queridísimo Padre”. Me da pena no poder hacerlo ahora, porque sabe Dios cómo le quise a Ud. y a la Obra con todo mi corazón, entregando todo lo que era y soy: mi vida, mi corazón, mi voluntad, mi entendimiento y más, hasta no quedar nada.

Los años que pasé en lo que consideraba “mi casa”, fue una entrega al cien por cien aunque tantas veces se me decía que no estaba a la altura. Sin embargo, tengo una certeza. Durante lustro y medio no viví mi propia vida, y casi se me borró de la memoria mi vida pasada, mi infancia feliz con unos padres y hermanos bellísimos y cariñosísimos, que todos eran mis mejores amigos. También la vida de adolescente, se barrió de la memoria, con novias encantadoras y amigos divertidísimos. Esa vida de amistades profundas con gente maravillosa, chicas y chicos, que brotaron de corazones jóvenes, nobles, leales y amantes. Lo bueno es que cuando las cosas son autenticas, no mueren sin más. Pues bien, a raíz de dejar a la Obra y empezar a vivir mi propia vida, he recuperado a toda mi familia y a casi todos mis amigos que con razón me han echado de menos durante demasiado tiempo, como yo a ellos. Y es toda una fiesta!

Hoy celebro la vida como nunca lo hice en ningún momento de mi vida como numerario. La llave ha sido la libertad, ese tesoro preciosísimo que nos hace seres tan únicos: “a imagen y semejanza de Dios”. Hoy celebro el amor sin condicionantes mezquinas y mirando y entendiendo mejor las maravillas de Dios en la vida de los hombres. Maravillas diáfanas y limpias por su autenticidad. “Si tu ojo está claro, todo tu cuerpo está en la luz.” (Mt 6,22)

Y por qué me tomo la molestia de escribirle una carta abierta? Porque estoy seguro de que ni siquiera leyó mi carta en la que le pedí la dispensa como numerario. Nunca leyó mis razonamientos a la hora de sentirme forzado a abandonar la barca que había sido mi mundo por tantos años. Los padres de sangre, suelen estar atentos a sus hijos, inclusivamente cuando éstos les dan la espalda. Yo nunca di la espalda a nadie en la obra, porque mi salida fue una cuestión de supervivencia. O seguía en la obra y moría, o salía de ella por amor a la vida y para vivir. Fue muy doloroso, pero imprescindible, porque el régimen en el que vivía implicaba atentar contra la vida de una forma sutil pero que me minaba y al final de modo tan aplastante que solo había una solución: salir. Es sabido que cuando el hombre se siente amenazado, lucha por su vida. La ley de la supervivencia.

Los últimos años en “casa”, le escribí varias cartas y escribí aún más notas e informes a sus colaboradores a nivel central, regional y local. A uno de ellos obtuve respuesta, pues se refería a la falta de caridad en la que viven tantos numerarios. Los centros que debían de ser “oasis” de cielo en la tierra, tantas veces se convertían en infiernos, pero infiernos enmascarados por “la educación y la discreción”, camuflando las atrocidades que almas deshumanizadas cometen unas contra otras. Se me plasmó no solo ante los ojos, sino que escarmenté en piel propia, que personas con y sin cargos de dirección carecían de nociones elementales sobre la responsabilidad inmensa que supone llevar la vida de otras personas en sus manos.

El argumento de que hay “mal ambiente” y “tentaciones en este mundo” como factores que provocan la salida de numerarios, es demasiado simplista y no sirve. Carece de un análisis profundo y riguroso, como se esperar de personas que dicen “santificar el trabajo” y poner “la inteligencia al servicio de Dios”.

La vida solo se puede vivir individualmente, no colectivamente. El colectivo puede disfrutar de la compañía de muchas vidas individuales, pero es absurdo cuando un colectivo quiere vivir y gobernar la vida individual, ese regalo exclusivo entregado por Dios a cada persona en nombre propio e irrevocable, acaparándose de gente joven y menos joven, como fue mi caso. A Ud., como “padre” de tanta gente buena que abandonan su vida personal en manos de directores incompetentes e irresponsables, le digo que se pare y busque la verdad sobre la empresa que dirige. Que haga una pausa y que mire el daño que la Obra está produciendo en nombre de Dios, en tanta gente que merece infinitamente más que ser usada y más tarde desechada cuando ya no “sirve” a la causa que Ud. encabeza.

A esta carta no espero ninguna respuesta, pero si espero que un hombre como Ud. que dice buscar la santidad, se deje conducir por el amor a la Verdad y oiga el clamor de tantos que hemos sido sus “hijos” y que hoy únicamente somos hijos de Dios. Nuestro clamor masivo debería conmover su corazón, intelecto y su consciencia a buscar solución a tanta incongruencia que daña a la Iglesia Católica y a innumerables personas de buena voluntad. Gran parte de la responsabilidad recae sobre sus hombros y solo eso le quería decir con estas líneas, confiando siempre en que cuando hay arrepentimiento y enmienda, la misericordia divina también es aplicable a Ud. y a sus colaboradores a pesar de los muchos pesares que han hecho y todavía hacen sufrir a los hijos de Dios.

Ignacio Miguel


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