Agregada del Opus Dei

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Distinciones

Al comenzar a conocerse las experiencias de quienes hemos sido miembros del Opus Dei, surge lógicamente la interrogación acerca de la vida de las socias/os agregadas. Intentaré compartir algo de mi propia historia para contribuir a despejar esa pregunta.

Yo fui agregada, en Argentina, entre los 14 años y medio y los 20, desde inicios de 1982, hasta finales de 1987.

Cursé casi todo el colegio secundario siéndolo, y los dos primeros años de universidad, con muchos problemas en esa etapa pues yo deseaba estudiar filosofía, y la Obra (las directoras o Big Brother, quién sabe) no quería, pues tenía temor y reparos de mi "juicio personal", de mi "racionalidad", de mi "interés intelectual", etc., por supuesto cuidando la "salud de mi alma" de un modo muy "curioso", para decirlo moderadamente.

Así que hice un año de Ciencias Políticas, con el objetivo de entrar al Cuerpo Diplomático de la Nación, y luego, próxima a irme de la Obra, en último intento por "emparchar" el asunto, inicié la carrera de Derecho, en la Universidad Católica. Jamás la terminé.

Hoy soy licenciada en Filosofía, y estoy comenzando el doctorado. No he perdido la fe, al contrario, me dedico a la Filosofía Medieval, con mucha pasión y convicción, porque, como dice Santo Tomás de Aquino, "la gracia perfecciona la naturaleza, no la destruye".

Cuento lo anterior, pues sería yo muy "agregada", pero lo que debía estudiar o hacer lo definía el Opus Dei, que no confiaba demasiado en la capacidad "natural" de las personas para alcanzar la verdad y menos en la "libertad de los hijos de Dios", tan ponderada allí de "boca para afuera".

Comparto la opinión de lo ambiguo de la distinción entre una agregada y una numeraria. Los tres motivos que suelen aducirse para diferenciar a numerarias y agregadas son "laxos", a saber, problemas físicos, situaciones familiares, nivel social o de estudios.

En mi centro, en el que había treinta y pico de agregadas de todas las edades, las había de distintos niveles sociales, la mayoría de nivel medio, algunas de nivel medio alto y en otros centros las había de nivel alto; muchas eran profesionales universitarias, sobre todo las generaciones más jóvenes. Que yo recuerde, sólo una tenía un problema físico (y menor, por cierto, inclusive una de mis directoras numerarias tenía ese mismo problema y en mayor medida). Pocas tenían situaciones familiares particularmente complicadas.

Conocí, por otra parte, a numerarias de nivel social medio, aunque la mayoría eran de clase media alta, y alta, con situaciones familiares diversas, y dado que el trabajo interno les llevaba mucho tiempo y dedicación, no supe de muchas numerarias profesionales, ni que se dedicaran de pleno a su profesión, cosa típica de una agregada, cuya actividad profesional es fundamental.

Por supuesto que estas generalizaciones admiten una multiplicidad de casos en cuanto a la proveniencia y condición de las numerarias y agregadas que frecuenté.

Lo que recuerdo que se decía en la Obra, para dar cuenta de la diferencia, incluía a las "razones familiares", o a las "posibilidades de desarrollo" intelectual o profesional, que hacían necesario para las agregadas no vivir en centros de la Obra.

Mi percepción personal, es que esas cuestiones podían influir, junto al tema del nivel social. En el marco de la variedad descrito antes, entiendo que la proporción de personas de sectores sociales altos entre las numerarias era general y predominantemente mayor que entre las agregadas.

En rigor, mientras estaba en la Obra, concebía que la vida de las agregadas era más conforme a la "santificación en el trabajo profesional", preconizada por Escrivá; dado que veía a las numerarias entregadas fundamentalmente a las labores internas. Obviamente, en relación a la organización del Opus Dei, las numerarias resultan una pieza no sólo estratégica, sino indispensable para el funcionamiento de la maquinaria, en las administraciones y en las tareas de gobierno, en el mantenimiento de la estructura interna en diversos planos. Dado el elitismo excluyente de la Obra, se entiende que las personas de grupos sociales altos fueran más frecuentes entre las numerarias que entre las agregadas, por la "impronta" que esta pertenencia daba al armazón institucional.

Las agregadas pueden ser puestos de "avanzada" en la vida profesional, universitaria, etc., y solucionar diversas cuestiones que se desprenden de su inserción en el "mundo exterior" a la Obra, pero no cuentan sustancialmente en la dinámica interna, a lo sumo en "segunda línea".

Respecto de la "santificación de la vida laical" que se predica como el aporte "específico" del Opus Dei (habría que repasar con más rigor la Historia de la Iglesia, antes de avalar semejante afirmación), si se lo compara con los movimientos laicales surgidos en las últimas décadas, o con las antiguas terceras órdenes o ramas laicales de las Órdenes religiosas tradicionales, se ven divergencias sustanciales entre el compromiso cristiano de estos laicos, y el de los miembros de la Obra, que llevan un estilo de vida híbrido, digamos que de "cristianos corrientes", casi nada.

Podría eventualmente cotejarse al Opus Dei con institutos de vida consagrada laical, tanto los que tienen comunidades estables, como aquellos en los que cada miembro vive en forma independiente, dada la existencia de socios célibes y la presencia de ciertos usos propios de la vida religiosa (en su versión preconciliar, e interpretadas por Escrivá ad-hoc, para sus "singulares" fines), en el diseño del "espíritu de la Obra" y de la vida interna. Esta comparación mostrará que esos institutos, en primer lugar han registrado la "ocurrencia" del Concilio Vaticano II, por lo cual no hay rastros de prácticas integristas en ellos, al menos en la mayoría, y tanto los más progresistas como los más conservadores, tienen un estilo de vida más abierto y "razonable" que el se practica en la Obra.

Por ello, para numerarias y agregadas, en la medida en que la Obra tiene un concepto del laicado muy particular, subsidiario de un diseño institucional dominante, la noción del llamado universal a la santidad, de la identidad laical como un camino específico de perfección cristiana, resulta profundamente deformada por la lógica general del Opus Dei.

Cuando pedí la admisión, siendo adolescente (a los 14 años y medio, como he dicho), me preguntaron, precisando que la pregunta era fundamental (por motivos que jamás comprenderé, y que jamás me aclararon) si quería ser numeraria o agregada. Esa fue una de las pocas veces que estando en el Opus Dei me consultaron acerca de qué quería respecto de algo importante.

Como el Club juvenil al que yo iba funcionaba en un Centro de agregadas, las conocía y me caían muy bien, y dado que el ambiente de la Residencia Universitaria, donde estaba el grueso de las numerarias, particularmente las más jóvenes, no me gustaba demasiado, elegí ser agregada (en el Opus Dei no había nada parecido al "discernimiento vocacional", como para tomar decisiones en "conciencia").

Sé que mi caso no es usual, lo de elegir digo, pues así se me comunicó, y así lo conversé con gente que salió de la Obra en la misma época que yo. Luego de esa respuesta, no se habló mucho más del asunto.

Supongo que esto fue mejor para mí, dentro de la desgracia general de haber pertenecido al Opus Dei, pues uno de los aspectos más complicados de mi vida en la Obra fue el control al que mis actos, pensamientos, sentimientos, etc., estaban sometidos.

Entiendo que esta "vigilancia" ha de ser muy dura para las numerarias, aunque también las agregadas, cuando están en la calle, en el colegio, en la universidad, en el trabajo, con su propia familia, etc., tienen siempre consigo al "vigilante interior", que acumula "información" para la charla fraterna con la directora de turno.

Siendo mi familia de clase media "ilustrada", y constituida por personas con una formación cultural sólida, y de ideas democráticas, la cerrazón intelectual de la Obra, así como su ridículo "clasismo", me resultaron insoportables de digerir a medida que lo fui percibiendo y fui creciendo en edad, particularmente la abominable situación de las numerarias auxiliares, algo completamente inaceptable: la "reducción a servidumbre" de por vida.

Infortunadamente, una no es muy consciente de muchas cosas a los 14 años, la vulnerabilidad afectiva y el idealismo propios de esa edad, contribuyen a que la identificación con la Obra sea muy acrítica y muy intensa. El Opus Dei se encarga, con su doctrina y su praxis, de asegurarla en el maleable material que las jóvenes vidas a su cargo le facilitan.

La vida cotidiana

Respecto del estilo de vida de las agregadas, no difiere esencialmente de la vida de las numerarias, excepto por que no viven en centros de la Obra. Lo que entiendo define a las numerarias, según decía, es su dedicación a las labores internas. Todas las normas del plan de vida, diarias, semanales, mensuales, anuales, al igual que las prácticas de mortificación corporal son idénticas.

Alguna diferencia puntual, respecto de las actividades, es que en vez de tener el Curso Anual en verano que hacen las numerarias, se realiza una Convivencia de 15 días, con un contenido similar al de los Cursos Anuales, por lo que sé de ellos.

Las exigencias de la vida interna para un agregada, constituyen todo un asunto, pues aunque no se viva en un centro de la Obra, se pasa buena parte del tiempo allí, y se tienen encargos apostólicos, domésticos, había quienes llevaban la charla de otras agregadas o de supernumerarias, y ejercían, junto a las numerarias, labores de gobierno, en el centro de agregadas o en la labor con las supernumerarias.

La vida puede ser muy agotadora para una agregada, si bien no se colabora ordinariamente en las administraciones de los centros de la sección de varones (a mí en particular me tocó hacerlo ocasionalmente, junto a una de mis directoras numerarias que llevaba esa administración y me lo solicitó), hay que atender a los encargos apostólicos o domésticos que se tienen en el centro en que se esté.

Por ejemplo, yo tuve como encargo apostólico la labor en el club juvenil de mi centro, desde que entré hasta que salí de la Obra. Y muy joven (adolescente) me tuve que hacer cargo de fuertes responsabilidades en ese club, que por otra parte, creció bastante en esos años, con el trabajo consiguiente.

También tenía que participar de la labor con las universitarias, aunque no estaba aún en la universidad, y de las innumerables convivencias, los cursos de retiro, las jornadas y paseos de esto y aquello, con las de "San Rafael", o sea las jóvenes que no eran de la Obra, pero era "deseable" que lo fueran.

Luego, tenía como encargo doméstico llevar al día todas las bibliotecas de mi centro, que eran tres, más tener en orden y a disposición, los materiales internos de clasificación de libros, recensiones, boletines informativos, atendiendo a los requerimientos y consultas de las otras socias, a través de las directoras.

Cuando digo clasificación de libros, me refiero a la activa censura que la Obra realiza de las lecturas de sus miembros. Esta "clasificación" reconoce seis categorías. Los libros de "primera" pueden leerse, los de "segunda" con permiso de las directoras, los de "tercera y quinta" con permiso sólo otorgado a personas consideradas "prudentes", los de "sexta" no pueden leerse. Cuando hablo de textos que "no pueden leerse", me refiero por ejemplo, a "Ficciones", de Jorge Luis Borges, un extraordinario escritor argentino, o a autores universales como Balzac, Camus, Kafka, etc. No se trataba de las obras del Marqués de Sade. Ya lo decía Escrivá, "cuando el Papa sacó el Index, yo puse el índice".

Las recensiones era fichas de resumen de textos que no podían leerse, pero cuyo "argumento" expuesto según la particular "mirada" del Opus Dei, podía conocerse a través de este recurso, que confeccionaban, según me notificaban las directoras, las "fantasmáticas" personas "prudentes" de la Obra, para quienes por motivos de estudio o similares, necesitaran la información.

Respecto de los boletines informativos, aludo específicamente a material de noticias, respecto de temáticas de actualidad con un contenido francamente reaccionario. Recuerdo puntualmente números dedicados a la revolución nicaragüense (en la década del 80'), a la "Iglesia Popular", o sea a los diferentes grupos de cristianos que en América Latina trabajaban en la Pastoral Popular o en los Movimientos de Derechos Humanos. Obviamente, el tono de estas "noticias" era de implacable impugnación y denostación.

Cuando intentaba cuestionar este tipo de ideas, me daban a leer materiales de una carencia de fundamentos y un dogmatismo cerril, o con planteos preconciliares (siempre me acuerdo de un gastado volumen de Doctrina Social de la Iglesia que no incluía ni siquiera referencias a la "Pacem in Terris" de Juan XXIII, en pleno año 1984), o me ponían como ejemplo "iniciativas sociales" de la Obra, cuyo contenido ideológico era lamentable y retrógrado.

El hecho que me asignaran esta tarea era una típica estrategia del Opus Dei. A causa de mi encargo tenía clarísimo y siempre presente lo que no tenía que leer, dado que, leer y pensar autónomamente siempre fue mi punto más "débil", según la caracterización de la Obra.

Tenía, (y eso sí que llevaba tiempo, esfuerzo y "obsesión"), el encargo de llevar las cosas del "oratorio". Disponer de todo lo necesario (que en la Obra es bastante) para la Misa, la bendición con el Santísimo, en fin, para cualquier acto litúrgico. Mantener todo en perfecta limpieza y prolijidad. Planchar, purificar, lavar, coser, lustrar, hasta el agobio. Siempre con el reparo de que algo estuviera un "milímetro" fuera de lugar.

Finalmente, me encargué también de aspectos domésticos del centro de agregadas: cuidar del suministro de las provisiones necesarias para la vida cotidiana de las personas que concurrían allí.

Frecuentemente, y dado que algunas agregadas eran mayores y tenían pocos familiares o estaban alejados de ellas, me tocó colaborar en mudanzas, cuidar enfermas, acompañar a multitud de lugares a personas que lo necesitaban, y labores por el estilo.

Todo esto se desprendía del pertenecer a la Obra, además de estudiar y sacar las mejores notas, dar alguna señal de vida en casa de "mi familia de sangre", como le decían, hacer deportes...y, como corolario, el "proselitismo" para conseguir nuevas socias, que me resultaba particularmente ilógico y repugnante, no entendía para qué lo hacíamos, ni las tácticas persecutorias que se empleaban.

Respecto de la formación doctrinal, teníamos las materias de filosofía y teología (¡y de "Apologética", en pleno siglo XX!!!) que se suelen tener, amén de la formación relativa al espíritu de la Obra en la primera etapa de pertenencia, y la permanente en la vida ordinaria de cualquier socia. Todo muy mediocre y superficial, y por supuesto, planteado de modo irreflexivo, desde mi perspectiva actual, ya con conocimiento de causa. Generalmente el dictado de estas materias estaba a cargo de numerarias o de sacerdotes de la Obra, y se organizaba en módulos intensivos.

La formación intelectual, aún cultural, no era un punto relevante, excepto por las necesidades de la profesión. Por lo general en la Obra no se alentaban esas inquietudes, poniendo, en cambio, mucha energía en las recomendaciones relativas al arreglo en el vestir de las socias, en su "fachada". Más de un reto me gané en estos temas, pues nunca fui muy aficionada al "ornato".

Siendo yo adolescente, veía a las otras agregadas (mayores que yo) lidiar con su trabajo, su estudio, su profesión, sus encargos internos, su familia y con toda la "parafernalia" que significa la pertenencia a la Obra.

La relación con la propia familia es muy extraña, sobre todo si no son de la Obra o no simpatizan con ella, o si ni siquiera son particularmente religiosos.

Una va y viene como un fantasma, no va ni a los casamientos de los hermanos "de sangre", no puede ser madrina de bautismo de sus sobrinos, no va al cine, ni a ningún espectáculo público, se viste de manera "rara" (en esa época no se usaban pantalones, ni camisas o vestidos sin mangas, se usaban enaguas, etc.), no ve ordinariamente la televisión, etc.

Acerca de la ciertas prácticas "ascéticas" en un contexto familiar, puede que la ducha con agua fría no se note tanto en el ajetreo diario, por otra parte, loselementos para la mortificación corporal, cilicio y disciplina, sólo los llevan a su casa las que ya son mayores y manejan la situación, las que viven solas, etc.

Para las demás estos "simpáticos" objetos se dejaban en el centro de la Obra, así que era llegar y "calzarse" el cilicio. Y los sábados, estaba también la "ronda del cuarto de baño", para las disciplinas, independientemente de que alguna se disciplinara otros días de la semana también, con permiso de la directora.

El asunto de las marcas que, en particular, dejaba el cilicio en la zona alta de las piernas, era todo un problema, si por casualidad una iba con su madre o su tía de vacaciones, y se bañaba en el río, el mar, o una pileta de natación.

Era muy complicado disimular las pequeñas heridas que se producen. Por lo que siempre, como es usual también cuando se está con otras agregadas o numerarias de convivencia o de paseo, se tenía una "salida de baño" muy a mano, para ponérsela inmediatamente, de modo que no se viera nada. Yo no sé todas las cosas de "ciencia ficción" que inventé cuando una de mis tías advirtió las marcas en mis piernas.

Es cierto, igualmente, que las agregadas están con sus familias, pero no participan de la vida familiar con normalidad, y generalmente, salvo las más jóvenes, no van de vacaciones con sus parientes, en fin, su convivencia doméstica también es pautada por el Opus Dei.

Otro tema difícil, si se era joven, era la visita al médico. Había que ir con otra de la Obra, y en general, a no ser por algún asunto puntual, a alguna médica de la Obra. No era una cuestión muy "grata" para la propia familia.

Tal vez por ser mis familiares católicos practicantes, no les llamó la atención la cotidiana realización de las normas de piedad, pero sí el "paso del mando" de mi vida, siendo adolescente, de mis padres, a las directoras de la Obra. Por supuesto que ellos no se enteraron de que yo pertenecía al Opus Dei, hasta que cumplí 18 años, por consejo explícito de mis directoras.

Otro tema, no viviendo en casas de la Obra, era el contacto con varones. Estaba tan restringido como para las numerarias, así que era algo digno de ver la de piruetas y complicaciones que tenían que hacer personas adultas que por su profesión trabajaban junto a ellos; no podían estar a solas con hombres, ni tener el menor trato por fuera de las normas de urbanidad mínimas, y a veces ni eso.

Mi percepción, completamente personal, es que, quizás, el trato más cotidiano con el "mundo exterior", hacía de las agregadas personas un poco más flexibles que las numerarias que conocí.

Eso sí, entre las agregadas, la concurrencia de las exigencias y presiones del mundo profesional, familiar, interno, eran muy fuertes, y las personas que eran rígidas, lo eran mucho. Implacables, diría. Como complemento "lógico" de tales exigencias, la "tracción" de la Obra sobre las circunstancias particulares de cada una era rigurosa.

Respecto del factor económico, la situación de una agregada era como la de una numeraria, o sea, obligación de hacer la cuenta de gastos, entrega mensual del salario, testar a favor de la Obra al hacer la fidelidad, transferir la propiedad de sus bienes a la Obra, hasta pedir permiso para gastos extraordinarios (¡como comprarse un par de zapatos!). Por supuesto que el asunto de los permisos regía para todo, no sólo para los gastos.

En una perspectiva general, asumo que muchos de los encargos y tareas que realicé, los hice con el mayor cariño, por la carga de fraternidad y de entrega a una causa que suponían. Guardo un afecto señalado por algunas agregadas, sobre todo mayores, que me parecían personas excelentes, y mientras escribo esto, pienso en ellas con dolor, pero así fueron las cosas en el Opus Dei. Como es claro, y no es ocioso remarcarlo, también había muy buenas personas entre las numerarias; la condición humana se sobrepone a las trabas objetivas, en todas partes, afortunadamente.

Pero, afirmo, esto no cambia lo que constituye el "núcleo" problemático del Opus Dei, como institución "totalitaria".

El problema de los problemas

Quiero entonces subrayar, en este marco, que el problema de los problemas en la vida de una agregada, como de una numeraria, es la hiperdeterminación de la Obra, en todos los aspectos de la personalidad, de la espiritualidad, de la afectividad, de la psicología, de la vida cotidiana. El control es ejercido al detalle, por medio de la homogeneización del pensamiento, de las conductas, los hábitos, las rutinas, hasta la "jerga" propia de la Obra, que constituye un "dialecto interno", sólo comprensible en ese ámbito.

Los medios del control son diversos, la charla semanal con la directora y la "sinceridad salvaje" que ha de tenerse en ella, la confesión semanal, la vigilancia que todas realizan respecto del "buen espíritu" de las demás (incluida la perversa utilización de la "corrección fraterna").

Como me decía una ex agregada, la Obra crea un "complejo de superioridad" (la élite de la Iglesia, los más piadosos, los más brillantes, etc., esa particular "ética de los triunfadores" o del "éxito", alejadísima del Evangelio), te lleva por los "cielos", como un globo, pero la institución conserva el hilo con el que puede, tanto elevar a alguien, como llevarlo al piso. Así, la imposición de "culpas" de todo tipo y género, incluso en personas adultas, es un formidable mecanismo de dependencia psicológica, afectiva y espiritual. Los niveles de resistencia individual, de ámbitos de autonomía personal, aún mínimos, se van reduciendo a medida que el "espíritu de la Obra" es incorporado por sus miembros.

En fin, la multitud de prácticas cotidianas inamovibles, desde las normas de piedad, hasta cuestiones nimias, todo está sujeto a la aplicación de los "criterios" correspondientes prefijados en el "espíritu de la Obra", materializados en la figura del Fundador. No creo necesario abundar en esto, pues mucho se ha escrito sobre el particular y claramente.

La culminación de lo dicho antes, es la simulación y la mentira para hacer crecer, para prestigiar o para conservar a la institución, lo anticristiano de sus principios sociales, morales, políticos, su antropología perversa, que mira al ser humano como una cosa, como un medio para fines propios, verdaderas "razones de estado": poder, tener, dominar a través del saber.

Lo que creo irreformable del Opus Dei, asunto muy dramático para una persona que, en el marco de la pertenencia a la Obra, debía compartir la vida con su familia, y con otros seres humanos en el espacio profesional, es la inexistente libertad interior de sus miembros, la conducta irreflexiva y "pavloviana" ante diferentes circunstancias. Eso es lo que pudre a la Obra por dentro, el "bacilo fundacional". Una institución puede tener fallas, grandes inclusive, pero la imposibilidad de pensar, y por ello la irresponsabilidad ante el mundo y ante los demás que genera la irreflexión, la repetición ciega de las normas y criterios pautados por la institución, eso sí es espantoso. Y es una dimensión estructural en el funcionamiento e identidad del Opus Dei.

Salir

En el plano personal, fue esa configuración nefasta la que me marcó, al punto de llevarme a una crisis psicológica muy fuerte, una "crisis de personalidad" según fue definida por los médicos, por el "trabajo" que la Obra realizó con una adolescente, en este caso yo, durante los casi seis años que allí estuve.

Quiero decir que la anulación de la personalidad, particularmente en el dúctil período de la adolescencia, las patológicas contradicciones, manipulaciones, mentiras de la Obra, tuvieron para mí, como para tantas personas, efectos devastadores, y fueron las causas de la crisis que desencadenó mi salida.

Soy consciente de que si mi familia no hubiera intervenido decisivamente en esa situación, tal vez no estaría hoy escribiendo esto, no por que hubiera permanecido en la Obra, sino porque podría haber perdido mi vida, aún la más elemental existencia que me quedaba a los 20 años de edad, después de casi 6 años como socia agregada del Opus Dei: mi vida biológica.

La reacción primera de la Obra en medio de mi crisis psicológica, fue imprudente, manipuladora, y yo diría, canallesca.

Con mayor o menor autenticidad (debo salvar, aunque sea en mi propia memoria a algunas personas) que permanecieron a mi lado, mediando la intervención de mi familia, hasta que las cosas llegaron a un punto en que, habiéndome recuperado al mínimo, hasta ellos comprendieron que "su" institución me ahogaba.

Por supuesto, continuaron con su discurso enfermizo de que yo tenía vocación, que debía permanecer en contacto con la Obra, y luego pedir la admisión bajo una forma que congeniara más con mi personalidad no muy "institucional".

Luego de mi salida, mantuve durante un año el vínculo con una numeraria, se puede decir que seguí haciendo la "charla fraterna" con ella, y la confesión semanal con un sacerdote numerario que tenía la mala costumbre de seguir saludándome con el saludo interno "pax", cuando iba a confesarme. Al cabo de un año de mi salida, entonces, y para mi bien, corté todo contacto.

Salir del Opus Dei no es fácil, no hay ninguna puerta abierta, están cerradas las puertas exteriores y las interiores, y cada uno las empuja como puede.

En mi caso, la fuerza configuradora de la Obra a mi temprana edad, con la característica personal de tener un "talante" muy entusiasta, (pues mientras estuve "dentro" viví intensamente la "espiritualidad y la praxis del Opus Dei", entendiendo, falsamente, que era un camino de santidad), tuvo consecuencias desastrosas al ir comprendiendo la "naturaleza" de la Obra, sus usos anticristianos, su desprecio por la libertad y dignidad de las personas, su prédica fanática, sin que jamás nada pudiera someterse a discusión.

Pienso que mi condición de agregada, facilitó un mayor contacto, aún con límites serios, con el "mundo exterior". Por aquellos años, en mi país retornaba la democracia luego de una sanguinaria dictadura de casi ocho años; y con ella, una cantidad de ideas e inquietudes que para mí fueron centrales y constituyeron un núcleo de fuerte cuestionamiento a la Obra en mi experiencia individual.

Salir del Opus Dei, según la doctrina de Escrivá, es elegir el infierno. Como yo ya estaba en el infierno, pues, como alguien escribió, "el infierno es la imposibilidad de razonar", la conmoción interna fue mi única oportunidad de rebeldía, de huída, dado que el macizo mundo institucional que me rodeaba era inconmovible.

Pagué un gran precio por ello, lo sigo pagando. El precio de "la gracia", como decía el teólogo protestante D. Bonhoeffer, que puede ser alto en ciertas circunstancias, pero es lo que hace de la vida algo digno de valorar.

Así, ante el recuerdo de ciertas situaciones allí vividas, o conociendo algunas que se dan en la actualidad, o que otros han experimentado, me vienen con frecuencia a la mente las palabra de Jesús, en el evangelio de Juan, en el discurso sacerdotal de la Última Cena:

"E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios" Jn.16,2.

Hay quienes piensan, digo hoy desde mi percepción personal, que aniquilando lo vivo en las personas hacen "la Obra de Dios", y que esa "misión" justifica actos y palabras que van contra la más elemental moral natural, ni que hablar de la Ley de Dios, mucho menos del Amor extremo y solidario de Jesús.

Socias numerarias, socias agregadas. Hay cosas notoriamente distintas en la vida concreta de esos miembros de "dedicación plena" al Opus Dei.

Lo desgraciadamente similar, es el modo en que una institución nominalmente erigida para la "santificación" de las almas, se ocupa de aniquilar a las almas y, eventualmente, a los cuerpos de sus miembros.

En fin, espero haber aportado un poco, en la línea inevitable del testimonio propio, a dar a conocer algo de la vida de las agregadas del Opus Dei; también de quienes hemos vivido nuestra adolescencia como miembros de la Obra, con la "carga" que eso comporta.

Y, a seguir andando, que, como escribía Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo, "por aquí ya no hay camino".


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